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Columna
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Abrir el grifo

No nos sorprende que esa desgracia haya salpicado a los servicios sanitarios cuando más lo necesitaban en forma de mascarillas inservibles, trajes aislantes de ínfima calidad y pruebas de diagnóstico ineficaces

David Trueba
Varios sanitarios se preparan para realizar una intervención a un paciente con coronavirus en el Hospital Los Arcos de San Javier (Murcia).
Varios sanitarios se preparan para realizar una intervención a un paciente con coronavirus en el Hospital Los Arcos de San Javier (Murcia).ALFONSO DURAN

Durante el confinamiento me sirvo los vasos de agua del grifo como si fueran cañas de cerveza. Inclino el vaso, dejo que el líquido se deslice por su cara interna y de colofón lo enderezo, pero con el pequeño balanceo que permite soñar que en la corona se crea ese dedo de espuma imprescindible. Es un rito de sustitución. Seguro que cada cual tiene los suyos. Pero los que nos dedicamos a perseguir una caña de cerveza bien tirada hemos sufrido bastante en las dos últimas décadas, cuando muchos locales con tradición y mimo han sido sustituidos por franquicias, macroempresas y un enorme descuido por lo bien hecho. El colmo de esa degradación del servicio es lo pirata, el plagio cutre y la réplica de baja calidad. No nos sorprende, por tanto, que esa desgracia haya salpicado a los servicios sanitarios cuando más lo necesitaban en forma de mascarillas inservibles, trajes aislantes de ínfima calidad y pruebas de diagnóstico ineficaces. Era nuestro día a día. Del mismo modo que después de años de recortar en gasto sanitario, personal y prevención, incluso con el cierre o la privatización de laboratorios de precisión diagnóstica y geriatría, no puede sorprendernos la intemperie a la que han quedado nuestros sanitarios cuando más necesarios eran.

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Ningún político tiene por qué cerrar la boca; está en su derecho de expresar las críticas y censuras que considere convenientes. Lo importante es asumir las propias responsabilidades. En Madrid aún hoy los enfermos que son recogidos en ambulancia para ir a sesiones de quimio o diálisis comparten ambulancia con otros pacientes sin medidas de distanciamiento ni protección. Es la precariedad de cada día. También en los comedores escolares de emergencia se ofrece comida basura a los niños de manera institucionalizada. Son formas de ahorro en la comunidad autónoma más rica, que presume además de reducir el impuesto de sucesiones para atraer a las fortunas familiares de todo el Estado a empadronarse. No desmerecen de las salidas de tono de cierto independentismo catalán. Aquel que comenzó por burlarse de los muertos en Madrid y ha terminado por decir que gracias a la secesión se habrían librado de la infección. No parece que la república independiente de las residencias de ancianos catalanas, con sus casi 3.000 ancianos fallecidos, necesitara un salvapatrias, sino un salvavidas.

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De los Gobiernos, uno espera resguardo y sentido común. No hemos padecido la estúpida arrogancia ignorante de líderes tan significados como los de Estados Unidos, Reino Unido y Brasil, pero añoramos modelos de gestión como los de Taiwán, Nueva Zelanda o Portugal. Nadie es perfecto, pero tampoco hagamos de la imperfección la norma. Congratula que un partido que veta en sus mítines a cuatro grupos informativos porque desmienten sus bulos se haya significado en la defensa de la libertad de expresión. Es una gran noticia. Expresa el poder de la realidad para obligarnos a acomodar nuestros prejuicios y nuestros dogmas a la peripecia diaria. Encarar la realidad es nuestra responsabilidad máxima. Por eso la calle es fundamental, y la cercanía, un regalo. Romper el cerco es darse cuenta de que igual que las plataformas audiovisuales nos ofrecen lo poco que tienen como si fuera todo lo que hay, también el partidismo político nos quiere convencer de que sus intereses son los nuestros. Abramos los grifos.

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