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Tribuna
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La bolsa o la vida

Tenemos la oportunidad de dirigirnos a modelos sostenibles y de democratizar a fondo los Estados

Juan A. Gimeno
Una persona camina por San Sebastián.
Una persona camina por San Sebastián.Juan Herrero (EFE)

La OMS señalaba en 2018 que “hay una necesidad no satisfecha de invertir más en la preparación para grandes epidemias y pandemias”. Y la comunidad científica lleva tiempo advirtiendo de que, en nuestra situación de emergencia climática, nos espera un escenario igual o peor que el que estamos viviendo. La situación actual no es un hecho coyuntural sino estructural, producto de un modelo socioeconómico intrínsecamente frágil, donde la inseguridad global aflora con gran facilidad.

La riqueza en biodiversidad limita enormemente la liberación de enfermedades, minimizando los riesgos en el ser humano al actuar como escudo protector. El calentamiento global, a su vez, incide en esta merma de biodiversidad si no se reducen las emisiones de CO2 drásticamente. Y todo ello sin contar con la implicación de la gran agroindustria ganadera, generadora a su vez de epidemias gripales. Siete millones de personas (30.000 en España) mueren en el mundo anualmente por problemas respiratorios directamente derivados de la contaminación. Paradójicamente, las fuertes restricciones en la movilidad han provocado un descenso notable de la contaminación atmosférica.

Como se ha dicho, ello ha podido evitar más muertes por afecciones respiratorias que las que está provocando el coronavirus. La lógica capitalista del crecimiento incontrolado es altamente perjudicial para el equilibrio del planeta, para el desarrollo social y para la salud colectiva. Porque también ha quedado en evidencia la fragilidad del modelo económico imperante. Todos los indicadores venían avisando de una posible crisis. En el plano real, sobreproducción en sectores estratégicos, ínfimos crecimientos en la productividad, estancamiento en el comercio mundial, deterioro de la calidad del empleo, niveles crecientes de desigualdad, pobreza y exclusión social en los países desarrollados.

En el plano financiero, los tipos de interés prácticamente nulos han acentuado la burbuja especulativa y la irresponsabilidad corporativa; se ha agravado el desplazamiento de la inversión real a la inversión financiera; se ha duplicado el valor de una riqueza ficticia en una década de escaso crecimiento y muy baja inflación; los rendimientos de títulos a corto plazo superaban a los de largo plazo (síntoma ya de desconfianza). Los factores de una nueva crisis financiera estaban presentes de antemano y la covid-19 ha sido tan solo la chispa.

El retroceso económico que conlleva la vigente inmovilización general supondrá (decía el Gobierno y se está produciendo) “una salida masiva de trabajadores al desempleo y un ajuste particularmente agudo para los trabajadores temporales y los autónomos”. Se agravarán las situaciones de pobreza, desigualdad y precariedad generadas y no remediadas en estos años.

Esta crisis, por tanto, no es un accidente sino una demostración de una enfermedad de fondo del sistema económico y productivo. Hoy como nunca se hace evidente que el mercado liberal no tiene instrumentos para hacer frente a situaciones como la presente. La covid-19 nos ayuda a comprender que necesitamos Estados fuertes y políticas que pongan en el centro la preservación de la vida y la dignidad humana. La salida de esta situación puede inclinarse por apostar por la vida… o volver a la especulación, a la inestabilidad, a la desigualdad y a la inseguridad. No se trata de elegir entre salud o economía. La disyuntiva es una economía centrada en la dignidad para todas las personas, o una economía especulativa para una exigua minoría.

Tenemos la oportunidad de dirigirnos hacia modelos más sostenibles, de realizar la urgente transición energética, de potenciar los servicios públicos, de avanzar en la justicia fiscal y de fortalecer y democratizar a fondo los Estados y los movimientos sociales y comunitarios que construyen valores y redes de vínculos interpersonales.

Es una ocasión histórica para todo ello. La ciudadanía ha comprendido que debe prestar más atención a lo esencial, a lo que sostiene la vida. Pero los beneficiarios del modelo vigente han comenzado ya un duro combate para que nada cambie. Incluso, como pasó tras la crisis de 2008, para reforzar sus posiciones. No son gratuitos los fieros ataques de sus medios de comunicación y sus redes sociales a cualquier decisión del Gobierno. Se alaban medidas tomadas de corte autoritario y de recorte de libertades, se insinúan soluciones que equivalen a auténticos golpes de Estado, se apuesta por soluciones de beneficencia voluntaria frente a la garantía pública sufragada por los impuestos de todos, se utiliza con desparpajo la mentira y la calumnia.

Están batallando por el futuro, por sus intereses, contra el interés general. Esa es la auténtica guerra que va a librarse en los próximos meses. Es preciso movilizar a todos los colectivos que vienen creyendo y trabajando por un futuro alternativo para que saquen a la luz alternativas viables a corto y sostenibles a largo plazo.

Los debates rigurosos nos harán menos vulnerables. Invitamos a ese debate sobre los grandes temas que comprometen nuestro futuro. Vamos a demostrar que existen soluciones diferentes a las que se presentan como dogmas indiscutibles. Necesitamos propuestas que aglutinen a esa gran mayoría social que reconoce que lo auténticamente importante es la vida, no la bolsa.

Juan A. Gimeno, exrector de la UNED y expresidente de Economistas sin Fronteras, es miembro del grupo impulsor del foro Futuro Alternativo. 

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