_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El hombre que camina

Todo lo que creíamos sólido se ha esfumado y estamos recluidos sin saber muy bien qué hacer con el sueño cumplido de poder estar en casa

Pepa Bueno
Una persona pasea a su perro en Madrid este lunes.
Una persona pasea a su perro en Madrid este lunes.Álvaro García

El hombre que camina es un librito de Franck Maubert (Editorial Acantilado) sobre la escultura de Giacometti, que resume en una figura escuálida, frágil pero determinada, al ser humano. Sobre la obra, un símbolo tras los desastres que en su primera mitad había acumulado ya el siglo XX, dice Maubert: “Caminar es una liberación. Desafiar la gravedad sin dejar de someternos a ella. Caminar es ser, es existir, es pensar… en cada paso hay esperanza, una sensación de libertad”.

Más información
Casos confirmados y claves para entender el coronavirus
Lo que aprendí tras 50 días de cuarentena; por Macarena Vidal Liy

Y ahora el mundo se ha parado en seco. Después de desafiar la gravedad mucho más allá de un pie tras otro pie y tomar aviones como quien coge un taxi, ahora sí que sí, todo lo que creíamos sólido se ha esfumado y estamos recluidos sin saber muy bien qué hacer con el sueño cumplido de poder estar en casa. Especialmente en las grandes ciudades, especialmente en Madrid. Viviendas concebidas para el tránsito (cenar, dormir y salir) no para el estar. Espacios reducidos donde se amontona el amor, pero también la ira o la soledad. Hay vecinos que acaban de conocerse estos días al saludarse de balcón a balcón, después de años de coexistencia, que no de convivencia.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

La batalla es contra el virus, pero la pandemia vuelve a poner en primer término la desigualdad. Para soportar el encierro y para pagar la comida, el alquiler y los servicios. Si algo deberíamos haber aprendido de grandes crisis anteriores es el precio elevadísimo que asumimos cuando damos por bueno que hay que dejar a gente en la cuneta. Que es inevitable, que así son las cosas. Un alto precio que pagan en primer término los abandonados, pero que acabamos costeando todos en las urnas democráticas, como llevamos años comprobando.

Escribo esta columna sin conocer en detalle las medidas que ayer aprobó el Gobierno español para enfrentar el descalabro económico que ya se vive en muchas empresas, en muchos hogares. Se vive ya, solo con el parón en seco de unos días en España y con el resto del mundo a medio gas, desde hace dos meses.

Y sin saber cuándo termina este confinamiento que ha fulminado a los partidarios de achicar lo público y a quienes defienden que la vida depende solo de tu esfuerzo individual. A ver qué esfuerzo es posible cuando el ser humano no puede ni caminar. @PepaBueno

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_