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Columna
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Afganistán, el comienzo del fin

Quien iba a decir que veríamos a un alto representante norteamericano pactando afablemente con un clérigo talibán

Eva Borreguero
Los jefes de los equipos negociadores de EEUU y los talibanes, Zalmay Khalilzad y Abdul Salam Zaeef, firman el acuerdo de paz el pasado 29 de febrero.
Los jefes de los equipos negociadores de EEUU y los talibanes, Zalmay Khalilzad y Abdul Salam Zaeef, firman el acuerdo de paz el pasado 29 de febrero.STRINGER (EFE)

El preámbulo al compromiso de paz en Afganistán delata la fragilidad inherente al mismo: “Acuerdo… entre el Emirato Islámico de Afganistán, que no es reconocido por Estados Unidos como un Estado y es conocido como el Talibán”. Circunloquio que así mismo denota en su recorrido la amarga derrota moral de la potencia americana. Quién iba a decir que veríamos a un alto representante norteamericano pactando afablemente con un clérigo talibán. O que uno de sus dirigentes, Sirajuddin Haqqani, publicaría una tribuna en The New York Times (Lo que nosotros, los talibanes, queremos) reivindicando una cosmovisión donde las mujeres están sometidas a una lectura medieval del islam.

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El pacto permitirá el regreso a casa de los soldados norteamericanos. Un respiro para una sociedad harta de su guerra más larga, que ha pagado un alto precio por la ingenuidad de comprar en los años ochenta, al general golpista paquistaní Zia ul- Haq, la mística mítica de los invencibles muyahidines pastunes. Si en su momento estos derrotaron a la Unión Soviética fue gracias los misiles antiaéreos Stinger. Igualmente, la victoria de los talibanes en esta guerra de desgaste no se explica tanto por sus atribuidos poderes, como por la protección recibida desde Pakistán, el otro ganador de este acuerdo, que ha sabido maniobrar la doblez magistralmente: de un lado apoyó a Washington en la “guerra contra el terror” —a cambio de sustanciosas ayudas—, de otro a los talibanes afganos, lo que le permite gozar de una posición aventajada en el devenir político afgano.

A partir de ahora se abren numerosos interrogantes. La verdadera paz tendrán que construirla los afganos entre ellos. Difícil sin un gobierno de unidad que todavía está por lograr. Pero el papel que jueguen los actores regionales será determinante. Se desconoce el grado de implicación de la potencia americana. Dependerá del impredecible Trump. Si las tropas norteamericanas se retiran en la fecha prevista, un mes antes de las elecciones presidenciales, lo presentará como su gran triunfo en política internacional. Una baza adicional en caso de que la economía se resienta por la crisis del coronavirus. Pakistán buscará reforzar la posición de los talibanes afganos, y someter al país a su tutela. La India, alineada con EE UU en el apoyo al Gobierno electo, teme el regreso de grupos yihadistas que interfieran en su política doméstica. Para China, el principal aliado de Pakistán, se abre un horizonte de oportunidades ligadas a la iniciativa del BRI. Pero Afganistán es un polvorín, y tendrá que encontrar un equilibrio entre su deseo de estabilidad y evitar que el extremismo se extienda a la región musulmana de Xinjiang. Comienza una nueva era en la geopolítica de Asia Central. Se abren las apuestas en el Gran Juego por el corazón de Eurasia.

@evabor3

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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