Tiziana Cotrufo: “El desarrollo del cerebro del niño es una explosión de materia ordenada”
Esta doctora en Neurobiología y autora de 'En la mente del niño' recuerda que “el cerebro es una máquina lenta cuya lentitud constituye la base esencial de las capacidades cognitivas”
Tiziana Cotrufo es doctora en Neurobiología por la Scuola Normale Superiore de Pisa y desde 2007 ejerce como docente en la Universidad de Barcelona. Lleva toda una carrera dedicada al estudio del complejo y fascinante desarrollo del cerebro, un desarrollo que en los primeros tres años de vida la doctora compara con un Big Bang con la diferencia de que “la explosión de materia en el cerebro del niño se lleva a cabo de una manera ordenada, controlada temporalmente y regulada exquisitamente no solo por los genes, sino también por las experiencias y los estímulos que recibimos”. Pese a esa expansión vertiginosa, la autora de En la mente del niño (Shackleton books) recuerda, citando al profesor Lamberto Maffei, que “el cerebro es una máquina lenta cuya lentitud constituye la base esencial de las capacidades cognitivas”. En su desarrollo el cerebro de los niños necesita tiempo: para pensar, para descansar, para aburrirse. Sí, para aburrirse. “Muchos padres están preocupados cuando oyen sus hijos decir que se aburren y a veces ni lo permiten, poniéndoles en las manos tabletas o smartphones. ¡Bendito aburrimiento, es una ocasión para que las neuronas vayan trabajando activamente!”, asegura Cotrufo.
PREGUNTA. Me ha sorprendido mucho un dato que aporta en el libro: que el cerebro cuadruplica sus dimensiones durante los tres primeros años de vida y a los seis ya tiene el 90% del volumen que tendrá en la edad adulta. La evolución del cerebro del niño es una especie de Big Bang, ¿no?
RESPUESTA. Sin duda alguna el desarrollo del embrión y, desde luego, del cerebro, es una “explosión de materia”. Eso sí, a diferencia del Big Bang, cuyas consecuencias se dieron casi por casualidad, la explosión de materia en el cerebro del niño se lleva a cabo de una manera ordenada, controlada temporalmente y regulada exquisitamente no solo por los genes, sino también por las experiencias y los estímulos que recibimos.
P. Esta explosión expansiva, el saber que el cerebro de los niños es muy plástico, hace que muchos padres y madres se vuelvan locos intentando que sus hijos aprendan todo lo posible en esos primeros años de vida, como si toda su existencia fuese a depender de eso.
R. En los tres primeros años de vida el desarrollo del sistema nervioso supone un incremento enorme de neuronas; esto sirve para tener listo lo antes posible el sustrato necesario para afinar todas las conexiones neuronales que mejorarán las habilidades cognitivas, sensoriales y motoras del niño. Pero para afinarlas hay que ralentizar y aprender de lo que ocurre alrededor, un proceso lento que dura hasta la adolescencia, por descontado, pero que permanece en la edad adulta.
P. En la mente del niño, precisamente, cita el libro del profesor Lamberto Maffei, Alabanza de la lentitud, para explicar que “el cerebro es una máquina lenta cuya lentitud constituye la base esencial de las capacidades cognitivas”. Sin embargo, hoy vivimos en un mundo acelerado en el que parece que siempre nos falta tiempo.
R. Tocamos un tema muy sensible. El tiempo “necesario” tiene un valor muy importante en el desarrollo del cerebro y de sus conexiones. El niño que se enfrenta a un problema o a una decisión ha de tener el tiempo de pensar en las posibles soluciones o consecuencias. Simplemente este proceso de tomarse tiempo para reflexionar sobre los posibles escenarios le está haciendo aprender y formar sinapsis importantes. De la misma forma es fundamental el tiempo para dormir para consolidar recuerdos y nociones aprendidas como también para eliminar desechos metabólicos y toxinas. Y no nos olvidemos del tiempo para aburrirse: muchos padres están preocupados cuando oyen sus hijos decir que se aburren y a veces ni lo permiten, poniéndoles en las manos tabletas o smartphones. ¡Bendito aburrimiento, es una ocasión para que las neuronas vayan trabajando activamente!
P. ¿Tiene sentido entonces esa preocupación y esas prisas de padres y madres para que sus hijos aprendan?
R. Tiene sentido que queramos que los niños aprendan. El problema radica en confinar el aprendizaje a los primeros 3 años de vida, en pensar que cuantas más actividades hagan más aprenderán sus cerebros y en considerar exclusivamente al respecto las actividades formativas. Tiene sentido que en los primeros tres años estemos por y para los niños, que los cuidemos y les prestemos atención y tiempo: estas son ya actividades que los estimulan mucho y sin las cuales seguramente su existencia se vería afectada. ¿El resto? Realmente sentido común: leer libros juntos, escuchar música, pasear, recoger las hojas en otoño o tocar la arena.
P. En la última página del libro, precisamente, da un consejo para estos padres y madres: “recordemos que los niños tienen, en realidad, multitud de recursos. ¡Confiemos un poco más en ellos!”. ¿Cree que con toda la información que cada vez tenemos más a nuestro alcance los padres y madres, queriendo dar el mejor desarrollo a nuestros hijos, vivimos la experiencia con demasiada angustia?
R. Desde luego. Sin querer generalizar, es cierto que los padres tendemos a angustiarnos no solo por la cantidad de información que nos llega, sino también por lo que vemos que hacen otros padres con sus hijos. Que si practican un deporte, que si tocan un instrumento, aprenden uno o más idiomas, practican robótica, pintura, manualidades, teatro, informática, etc. Obviamente no se puede hacer todo porque con angustia y con estrés se aprende considerablemente menos. Además, hay que estar atentos a que estas actividades comporten gratificación en algún momento. Sin embargo, es importante dejar a los niños más libertad. ¡Ellos tienen multitud de recursos! Pensemos en cuando empiezan a gatear: nadie se lo enseña, pero aprenden solos que, cuando sus piernas aún no les sujetan, para alcanzar lo que quieren deben buscar una estrategia a su alcance.
El amor materno y paterno como alimento para el desarrollo cerebral
P. ¿Hasta qué punto las circunstancias y el entorno pueden influir en nuestro cerebro?
R. Ya sabemos que el entorno influye en el desarrollo de nuestros cerebros. Lo que es relativamente nuevo es el descubrimiento de que factores ambientales como las experiencias vividas, los estímulos recibidos o incluso la alimentación pueden modificar la expresión de los genes presentes en el ADN de nuestras neuronas. Esto significa que podemos transmitir estos cambios a nuestra progenie porque podrán heredarse. En otras palabras, si un abuelo ha estado sometido a factores epigenéticos que han mejorado su capacidad de aprendizaje y su memoria, es muy posible que su hijo y su nieto mantengan estas habilidades sin haber estado en contacto con un entorno parecido.
P. Explica cómo el cuidado materno y la exposición a un ambiente enriquecido en estímulos pueden mejorar notablemente la capacidad de aprendizaje y de memoria de los hijos e hijas mediante estos mecanismos epigenéticos. “Sin emoción no hay aprendizaje”, dicen los expertos en educación. Sin amor materno/paterno tampoco, entiendo.
R. Basta con hacer referencia a los efectos del abandono de los niños recién nacidos para no tener ninguna duda al respecto. Han sido muchos los equipos de investigación que han estudiado los efectos de la privación socioemocional en niños huérfanos que hayan vivido en instituciones de acogida. Los datos indican un funcionamiento impropio de las estructuras límbicas, de la corteza, del hipocampo y de la amígdala, todas regiones que de alguna manera regulan las emociones. Dicho de otra forma, la corteza de los niños abandonados no habría formado un cableado óptimo con el sistema límbico. Sin esta interacción es más difícil aprender y buscar soluciones a problemas. En sus primeros años los niños necesitan casi únicamente el afecto de sus padres, esto genera relaciones, emociones y un entorno que favorece un desarrollo normal del cerebro con una estimulación óptima, pero nunca excesiva.
P. Hablando de emociones: usted afirma que cuando hablamos de adquisición de capacidades solemos pensar en habilidades psicomotrices o en el aprendizaje del lenguaje. Sin embargo, asegura, estas se verían gravemente afectadas si no se adquieren las capacidades sociales y las emociones. ¿Por qué son tan importantes estas?
R. Hay evidencias muy significativas al respecto. Los individuos pueden mantener intactas sus capacidades lógicas y los conocimientos adquiridos, pero sin las emociones sociales (compasión, envidia, admiración, empatía, turbación) la capacidad de tomar decisiones y el aprendizaje a partir de los errores y de los aciertos se ve perjudicada. Es durante los primeros años de vida cuando los pequeños aprenden a prever las expectativas de los padres primero, y luego de maestros, entrenadores y educadores: esto favorece la toma de conciencia de las propias emociones, el control de sí mismo y de los impulsos.
P. Antes hemos mencionado la importancia de la exposición a un ambiente enriquecido en estímulos para el desarrollo del cerebro. ¿Qué se considera realmente un ambiente enriquecido?
R. ¡Esperaba esta pregunta! El término ambiente enriquecido en neurociencia fue utilizado por primera vez a mediados del siglo XX por Donald Hebb en referencia a un modelo experimental. De manera anecdótica Hebb relataba que las ratas que se llevaba a casa como animales domésticos mostraban una mejora cognitiva respecto a sus hermanas que permanecían en el laboratorio. Para la experimentación, el ambiente enriquecido no es otra cosa que una jaula mucho más amplia de lo normal, que cuenta con un número suficiente de animales para que puedan interactuar socialmente, juegos de todo tipo, túneles y casitas de varios colores, y el lugar donde se deja la comida varía a diario. Además, es imprescindible que haya una rueda donde los animales puedan hacer ejercicio físico. Los ratones criados en un ambiente enriquecido obtienen resultados sensiblemente mejores en los test de aprendizaje y memoria y también en las reacciones a las emociones y al estrés.
P. Es decir, que un ambiente enriquecido tiene mucho de libertad y de estilo de vida saludable.
R. Si nos fijamos en el ambiente enriquecido de los ratones, ninguno de los factores individuales es más relevante que otro, pero el conjunto de estímulos básicos (juego, deporte, comida sana e interacción social y la posibilidad de escoger libremente la actividad) constituye la verdadera riqueza. ¿Por qué debería sorprendernos que vivir en condiciones en las que nos sentimos más libres y felices también nos ayuda a desarrollar mejor nuestro cerebro como niños y a mantenerlo activo como adultos?
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