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Tribuna
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La revolución no será digital

Internet es una gran herramienta, pero resulta indispensable impulsar una cultura desconectada

Imagen del despacho en Princeton de Albert Einstein tomada en 1955.
Imagen del despacho en Princeton de Albert Einstein tomada en 1955. Ralph Morse (LIFE picture collection / Getty)

Aunque las herramientas creativas y la edición son hoy más accesibles que nunca, las condiciones que necesita un artista para poder desarrollar su visión y su talento están desapareciendo. Una persona que nunca está suficiente tiempo a solas, que nunca tiene ocasión de buscar a tientas en la oscuridad para encontrar una voz propia, poco podrá desarrollar aparte de la pasión por retuitear la cháchara y las opiniones de otros. El arte exige introspección.

Con sus promesas de entretenimiento y camaradería sin fin, el utopismo digital sigue arrastrándonos hacia el fondo de unas aguas cada vez más oscuras. ¿Hasta dónde nos vamos a hundir? ¿Cuánto de nuestras vidas y nuestra cultura vamos a entregar a nuestros nuevos señores digitales? Y, si le contamos todo a la Red, si no nos reservamos lo que amamos o lo que aún no está maduro, ¿qué nos impide confiar en esa Red más que en nosotros mismos? ¿Qué necesidad tenemos de intimidad?

Esta búsqueda de una conexión continua con la Red es la que impulsa la innovación. El smartphone es un dispositivo prehistórico en comparación con el futuro de unas superficies invisibles diseñadas para mantenernos conectados sin esfuerzo en todo momento. Y, si bien la conectividad constante puede representar la cúspide del progreso para los Gobiernos y las empresas, ¿cómo influirá en las artes y las letras? Pensamos que la innovación y el talento están relacionados con la libertad de pensamiento, pero ¿qué libertad hay si la mente colmena está observándonos siempre, si todos nuestros clics están vigilados, si nuestros pensamientos y nuestras emociones están controlados por algoritmos que nos conocen mejor que nosotros mismos? Las democracias se definen por aquellos que luchan a favor de la libertad. Por eso la revolución no se digitalizará.

Antes estaba más claro dónde terminaba el mercado y empezaban nuestras vidas personales. Aunque la historia está muy familiarizada con el autoritarismo, hubo un tiempo en el que la idea del dominio total de las corporaciones pertenecía al ámbito de las teorías de la conspiración y la ciencia ficción. Incluso en los peores momentos del capitalismo, suponíamos que el alcance del libre mercado tenía unos límites. Nunca habríamos podido imaginar que el mercado iba a acabar penetrando en todos los rincones de nuestras vidas. En nuestros hogares, nuestras universidades, nuestros venerados museos y bibliotecas, nuestros parques y aceras, los bosques, incluso el mar abierto; qué difícil se ha vuelto huir de los fríos brazos del comercio.

Antes estaba más claro dónde terminaba el mercado y empezaban nuestras vidas personales

En este instante, millones de personas están confesando a sus dispositivos su miedo a envejecer y morir, y los dispositivos reaccionan ofreciendo música y descuentos. Hemos traspasado el umbral del absurdo y llegado a un momento crítico en el que tenemos que identificar qué partes de nuestra vida y nuestra cultura deben permanecer fuera de la Red, desconectadas del peligroso pensamiento colectivo y alejadas de las ignorantes perturbaciones que causa el capital de las tecnológicas.

Hace varios años, mis colegas y yo decidimos crear Analog Sea, una editorial y un instituto al margen de la Red. Defendemos el derecho de los seres humanos a desconectarse. Internet es una herramienta espectacular, pero creemos que es indispensable una cultura desconectada. Es primordial proteger la palabra impresa, así como los espacios físicos vitales en los que los humanos se miran a los ojos, en los que el diálogo civilizado y la total atención son prioritarios y las reflexiones y la imaginación tienen margen para vagar y deambular. Se trata de medidas imprescindibles para contrarrestar la locura pixelada que está apoderándose de nuestro mundo. Más que amigos sin rostro y memes virales, lo que necesitamos con urgencia son comunidades humanas llenas de empuje.

Nuestro trabajo en Analog Sea consiste en una misión de búsqueda y rescate para encontrar un tipo especial de persona, una especie en peligro, pero crucial para proteger la verdad y la belleza durante una nueva era oscurantista. Buscamos y cultivamos a quienes piensan que las raíces de la vida están firmemente plantadas en el mundo real, sin las ataduras de Internet y su goteo incesante de ruido y espectáculo. Queremos inspirar a los artistas, escritores y filósofos que mantienen nuestra capacidad colectiva de soñar. Una sociedad que no puede soñar carece de la imaginación necesaria para saber cómo es la libertad. Si eliminamos a los soñadores, la sociedad cae demasiado fácilmente en la trampa del fascismo y la guerra. Necesitamos desesperadamente la fuerza para soñar y a los artistas y pensadores para enseñarnos cómo.

Jonathan Simons es fundador y editor de la editorial y el instituto analógicos Analog Sea y de The Analog Sea Review.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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