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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Desconfianza en Irán

El resultado electoral abre el camino hacia la elección de un presidente conservador en los comicios del próximo año y, llegado el momento, también a la designación de un líder supremo aún más duro

El líder supremo iraní Ali Jamenei llega a depositar su voto, el pasado 21 de febrero.
El líder supremo iraní Ali Jamenei llega a depositar su voto, el pasado 21 de febrero. REUTERS

Una coalición de conservadores y ultraconservadores domina el nuevo Parlamento de Irán, elegido el mes pasado. De los 290 escaños, han logrado 221 frente a los 19 de los reformistas y centristas (que en el anterior tenían 121 diputados); el resto son independientes, menos 11 que van a una segunda vuelta el 17 de abril. Por un lado, el resultado es fruto del desencanto de los iraníes con el régimen islámico. Por otro, abre el camino hacia la elección de un presidente conservador en los comicios del próximo año y, llegado el momento, también a la designación de un líder supremo aún más duro.

La práctica ausencia de alternativas ha asegurado el triunfo de los principalistas, como se autodenominan ambas facciones conservadoras, pero se ha cobrado un alto precio en la abstención. Un 57% de los iraníes (el 75% en Teherán y otras grandes ciudades) ignoraron las urnas, a pesar de la importancia de contar con el sello en su libreta de identidad. Eso no solo resta legitimidad al sistema que siempre ha alardeado de la participación, sino que, a falta de otra forma de expresar el descontento, augura nuevas protestas como las que con uno u otro pretexto se repiten desde finales de 2017.

Desde la revolución de 1979, las elecciones legislativas han predicho de forma consistente el estado de ánimo nacional. Aunque la participación nunca fue tan baja, su descenso en los comicios de 2004 señaló la desilusión popular con el movimiento reformista y anunció la elección del presidente ultra Mahmud Ahmadineyad.

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El actual repliegue de los votantes es mucho más profundo. A la falta de expectativas de los jóvenes (la mitad de los 83 millones de iraníes tiene menos de 30 años), se suma la desconfianza general en las autoridades, exacerbada después de que ocultaran que un misil propio había derribado un avión de pasajeros el pasado enero y por su gestión del actual brote de coronavirus.

Las perspectivas no son halagüeñas. Sin embargo, en contra de lo que podría parecer a primera vista, el refuerzo conservador tal vez empuje a Irán a negociar con Estados Unidos, única forma de salir del aislamiento internacional y poder volver a exportar petróleo (su principal fuente de ingresos). Es cierto que el Legislativo no tiene poder en materia de política exterior y seguridad nacional, competencias clave que ostenta el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei. Pero liberados de su lucha interna con los reformistas, el principal objetivo de los ultras es salvar el régimen.

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