Una oposición sin rumbo
No es una buena noticia para España. Tampoco para el Gobierno, aunque la situación pueda resultarle todavía cómoda
La solvencia de nuestro sistema político no depende del acierto con el que se desempeñe el Gobierno. Resulta importante también contar con una oposición que sea consciente de la responsabilidad que los ciudadanos le han confiado, que conozca el alcance de los retos que el país tiene por delante y que esté dispuesta a contribuir a darles solución, ya sea mostrando con asertividad una alternativa clara, ya sea mediante una leal colaboración con el Gobierno en aquellos asuntos que resulten de interés general. No parece que sea el caso del PP. De ello da testimonio, entre otros ejemplos, la inaceptable negativa a participar en la renovación del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional o la ridícula pretensión de marcar perfil propio en asuntos de política exterior para los que carece de competencia, como precisa la Constitución.
La fragmentación parlamentaria resultante de las últimas elecciones no compromete la posición del PP como principal partido de la oposición. Así lo avala su número de diputados. Más allá de este dato objetivo, lo relevante no está en el hecho de “ser” líder de la oposición, sino más bien en la capacidad de convertirse en referente de una buena oposición. En el caso del PP esto debería ser así por, al menos, dos razones. La primera tiene que ver con honrar las ocasiones en las que este partido ha asumido responsabilidades de Gobierno a nivel nacional o autonómico y las que todavía conserva en territorios importantes. La segunda razón conecta con la conveniencia de no dejarse arrastrar por VOX, un partido que opera fuera de los consensos constitucionales que nos otorgamos en 1978 para ordenar nuestra convivencia pacífica.
Desde esta perspectiva, creo que Pablo Casado todavía no ha logrado dar ni con las formas, ni con el fondo con el que se articula ese referente de buena oposición al que apelábamos. Los perfiles de las personas que conforman sus equipos, el eje político que ha vertebrado sus campañas electorales, las propuestas estériles que se impulsan para judicializar cualquier discrepancia política, las que se activan desde algunas autonomías para abordar problemas inexistentes o las intervenciones que se plantean desde la tribuna del Congreso invitan a pensar que el PP se ha perdido en una competición absurda por el liderazgo de la excentricidad política, a la par que ha renunciado a revitalizar un perfil respetable por mesurado, profesional y sólido desde el que poder ofrecer una alternativa creíble. La última iniciativa para concurrir inicialmente a las elecciones gallegas, vascas y catalanas junto a lo que queda de Cs y el rechazo que la propuesta ha suscitado entre quienes conocen el territorio que pisan es un buen ejemplo de la desorientación con la que el PP camina hacia ninguna parte. Una oposición sin rumbo no es una buena noticia para España. Tampoco para el Gobierno, aunque la situación pueda resultarle todavía cómoda.
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