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Chantal Maillard: “El ansia es la gran perversión contemporánea”

La pensadora y poeta, experta en la cultura de la India, reflexiona sobre la globalización, que vende falso progreso material y compra falsa espiritualidad

Javier Rodríguez Marcos
Chantal Maillard
La filósofa y poeta Chantal Maillard.Consuelo Bautista

La palabra inclasificable se inventó para alguien como Chantal Maillard. Nació en Bruselas hace 69 años y escribe en castellano desde que, en la adolescencia, se trasladó a vivir con sus padres a la Costa del Sol. Ha sido profesora de estética en la Universidad de Málaga y se especializó en filosofía y religiones de la India en la de Benarés. Ha ganado el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica de poesía y es también uno de los nombres de referencia en el pensamiento español actual. Con los hilos que quedaron sueltos en sus ensayos más recientes —¿Es posible un mundo sin violencia? (Vaso Roto) y La compasión difícil (Galaxia Gutenberg)— ha tejido el libro de poemas que acaba de publicar: Medea (Tusquets), una reflexión sobre el dolor y la culpa.

Pregunta. ¿Cuándo se decidió por el castellano como lengua de escritura?

Respuesta. Cuando me di cuenta de que no me entendían.

P. ¿Y cuándo optó por la filosofía?

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R. Con 13 años, cuando llegué a España, por el libro de texto del colegio. Me fascinó el razonamiento lógico de Platón. Luego me impresionó todavía más Aristóteles. Si se enseñara lógica en las escuelas nos ahorraríamos muchas opiniones vacías.

P. ¿Por qué?

R. Porque hemos confundido la opinión con el razonamiento. Que es la gran diferencia que establece Platón entre episteme y doxa. Ahora estamos comidos por la doxa, algo que no tiene que ver necesariamente con el desarrollo racional porque no necesariamente produce conocimiento.

P. ¿Por qué le interesó más Aristóteles?

R. Porque los de Platón son falsos diálogos. Sócrates siempre sabe a dónde va.

"Usamos las doctrinas orientales para reeducar a los descarriados del sistema y que sigan produciendo"

P. Zizek sostiene que son monólogos porque el interlocutor se limita a decir: “Por Zeus, tienes razón”.

R. Pues sí. Las conclusiones están allí de antemano. Aristóteles es más interesante por cuanto que inicia lo que ahora llamamos ciencia. Su lógica es la lógica del lenguaje, del logos, el razonamiento lingüístico que da lugar a un procedimiento racional y que solo sirve para eso, para el discurso racional. El gran error es que hemos hecho de ese discurso el único, dejando de lado otras formas de conocimiento.

P. ¿Otras culturas conservan esas otras formas? Usted conoce bien la India.

R. El discurso occidental ha engullido esa sabiduría. La India es también una cultura muy lingüística porque el sánscrito está muy unido a su metafísica, pero no había una división tan drástica entre materia y espíritu. La India ha fascinado desde siempre a los occidentales porque pensábamos que ellos conocían los secretos de los mundos del espíritu. Eso se ha terminado. ¿Por qué? Porque mientras nosotros envidiábamos su paz interior ellos envidiaban nuestros “avances”. Ahora les compramos su pensamiento pero folklorizado. Y les vendemos nuestra forma de vida. No han resistido.

P. ¿Podían resistir?

R. La globalización tiene algo que no tienen las guerras tradicionales: que el conquistado accede a ser conquistado.

P. ¿Y qué arma es más poderosa que un ejército?

R. La publicidad, es decir, el consumo, es decir, el deseo. Antes que productos la sociedad de mercado vende deseos. Es una violencia más sutil. La sangre es cosa del pasado. Lo paradójico es que el deseo era la base del hinduismo como causa del sufrimiento: elimina el deseo y dejaras de padecer. Pero sin deseo el mercado no funciona. Por eso lo alimenta sin descanso. Tanto que lo convierte en ansia asociado al mito del progreso y de la felicidad. Nadie puede resistirse a eso.

P. ¿El progreso es un mito?

"No aceptamos la muerte porque es algo que contradice la razón. No cabe en ella. Y como hemos enaltecido la razón, tenemos esa consecuencia perversa"

R. Para una parte del mundo empieza a dejar de serlo. Para otra, todavía lo es porque aún no están de vuelta. ¿Y quién les va a negar un teléfono móvil ? No solo no se lo vamos a negar sino que se les vamos a vender los que ya no queremos. Tendrán que hacer todo el proceso. Mientras, el planeta se nos habrá ido.

P. Antes dijo que también las otras culturas han vendido lo suyo a Occidente.

R. Sí, folclore. Las doctrinas hindúes no responden a las necesidades del mercado. ¿Qué hacer con ellas? Convertirlas en productos de consumo. Es cierto que la demanda de doctrinas espirituales siempre ha sido grande en Occidente. Lo que pasa es que las hemos usado desvirtuadas, como gimnasia terapéutica.

P. ¿Y eso es malo?

R. Lo es porque no se usa para mejorar la vida sino para devolver al redil a los descarriados, es decir, a los individuos improductivos. Para reeducarlos y que sigan produciendo. No para detener el sistema sino para engrasarlo.

P. ¿Se puede detener?

R. Cada vez es más difícil y queda menos tiempo porque la naturaleza es finita. ¿El suicidio? No. Todos queremos pervivir. ¿Limitar la procreación? Indudablemente. Pero también poniendo freno a ese movimiento que trata de hacernos perdurar muchos más años de los que ahora son naturales por ese afán nuestro supervivencia infinita. No aceptamos la muerte. Todo radica ahí. No aceptamos la finitud, la impermanencia en un mundo que es impermanente por naturaleza.

P. ¿Por qué no la aceptamos?

R. Porque la muerte es algo que contradice la razón. No cabe en ella. Y como hemos enaltecido la razón, tenemos esa consecuencia perversa. La permanencia es una noción perversa. Como el ansia, que es la gran perversión contemporánea porque se lo lleva todo por delante. Occidente ya no tiene hambre, ahora tiene ansia.

P. ¿Por eso habla de compasión difícil?

"El ser humano ya solo es depredador y ni siquiera tiene que matar a su presa porque le llega envuelta en plástico"

R. Hay que tomar conciencia de la violencia añadida que hay en el ser humano, que ha perdido el miedo porque ya no es presa, solo depredador. Hemos perdido incluso el respeto a la presa porque ya no la tenemos ni que matar: nos llega a la mesa envuelta en plástico.

P. ¿Los animales tienen derechos?

R. Esa misma idea tiene trampa. Nos consideramos una especie tan superior que pensamos en otorgar derechos solo a los animales que se parecen a nosotros, los grandes simios, etcétera. Debemos pasar de una ecología a una ecosofía. Dejar de pensar que la naturaleza nos pertenece a pensar que pertenecemos a la naturaleza. Reconozco que algo está cambiando en las nuevas generaciones, pero no soy optimista. El ansia de consumo no se limita a la comida. La violencia tiene muchas formas y muchas de esas formas ni las vemos. La propia violencia contra los seres humanos, por ejemplo.

P. ¿No hemos vuelto insensibles?

R. Sí. Insisto, privilegiando la razón hemos privilegiado los conceptos sobre los acontecimientos. La muerte de los demás es una estadística. Solo nos emociona cuando la vemos como ficción. La realidad no nos conmueve porque, en el fondo, no nos produce ningún placer. Nos gusta el sufrimiento cuando lo estetizamos.

P. ¿Nos gusta?

R. Es el placer del espectáculo. Una película como Funny Games, de Haneke, es una reflexión sobre esa estetización de la violencia. En un momento dado, el protagonista guiña el ojo al espectador. Es como si te dijera: “Lo ves porque te gusta. Si no, qué haces ahí sentado. Si no te gusta lo que ves, ¿por qué no te levantas y te vas?”.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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