Empieza el espectáculo
Abierta la legislatura llega la parte más difícil, teniendo en cuenta que la simultaneidad de las reformas permitirá comprobar a medio plazo sus efectos sobre la estabilidad del sistema
La apertura de la legislatura ha tenido por protagonistas dos tipos de manifestaciones contrapuestas. De un lado, la llamada a la sensatez del Rey; de otro, una serie de representaciones teatrales que nos devuelven a la España del esperpento. Es difícil saber si la escenificación del rechazo a cargo del coro independentista va a fortalecer o a perjudicar la imagen de un monarca que se está ganando la calificación gracianesca de “el discreto”. Lo seguro es que pone de relieve un peligroso desconocimiento del orden constitucional en cuyo marco esos diputados y senadores ejercen sus mandatos: no se trata de la afirmación de la monarquía ante el Parlamento, sino de una práctica que debieran conocer, propia del régimen parlamentario desde sus raíces británicas, donde el protagonista es la representación del conjunto de los ciudadanos al iniciar una nueva legislatura. Ahí el Rey es el jefe del Estado. Claro que, con montarla, felices.
Como en su estilo, siempre al frente de su show, Pablo Iglesias, al repartir a sus huestes según el grado en los aplausos: la solución aquí es obvia, serán todos monárquicos si les nombran ministros.
Y, por fin, tenemos al PNV, respetuoso y callado, olvidando que siendo neoforalistas no tienen por qué marcar distancias respecto de un Rey que cumple escrupulosamente los deberes hacia su autonomía. Será tal vez porque esta y los sustanciosos privilegios económicos del cupo ya no son suficientes para su aspiración al Estado dual. Recordemos que si actúan como un pilar del sistema constitucional es en la medida que este les resulta rentable y les permite —exigencia de las pensiones— ir avanzando hacia su desbordamiento. La fragmentación observable en el mapa de partidos presentes —cerca de la veintena— muestra el peso que la búsqueda de intereses particularistas, modelo Euskadi, ejerce para la erosión de nuestro régimen representativo.
Sobre este telón de fondo despunta la política, con la triada de reformas económicas al alza que pone en acción el Gobierno: salario mínimo, pensiones, funcionarios. La necesidad de abordarlas no necesita recurrir a nuevos argumentos: había que emprender la lucha contra la desigualdad, identidad del socialismo democrático, más aún cuando persisten las secuelas del modo de resolución de la crisis por el PP. Las circunstancias no son ahora favorables, con la evidente desaceleración, los costes del Brexit y la dramática situación del fondo de pensiones. Pero la justicia social llamaba a dar el paso. Empieza ahora la parte más difícil, teniendo en cuenta que la simultaneidad de las reformas permitirá comprobar a medio plazo sus efectos sobre la estabilidad del sistema. Un balance que repercutirá sobre los demás problemas, las salidas “dialogadas” o el agravamiento.
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