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Columna
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Zona catastrófica

La reincidencia en la destrucción de paseos marítimos o soluciones urbanas aprobadas sin rigor por lluvias torrenciales resulta esclarecedora

David Trueba
Un camión de bomberos pasa por la avenida Libertad de Los Alcázares, inundada por las fuertes lluvias.
Un camión de bomberos pasa por la avenida Libertad de Los Alcázares, inundada por las fuertes lluvias.MARCIAL GUILLÉN (EFE)

Ahora que nos gustan tanto las encuestas, porque parecen contener verdades sin controversia, podríamos encargar una nueva. La que se refiere a las zonas catastróficas tras las borrascas y condiciones extremas que nos depara la naturaleza. Sería conveniente saber si la declaración de zona catastrófica ha aumentado su número en los últimos cinco años con respecto a las dos décadas anteriores. Podríamos así reunir algún dato nuevo a la hora de afrontar las prioridades y las ayudas a la reconstrucción enlazándolas con la deriva climática actual. No deja de ser curioso que algunos políticos promuevan la negación y la burla sobre el cambio climático como una de las claves de su virtuoso tradicionalismo de pega. Han seducido a gran parte de la población con una receta sencilla que se limita a inventarse un tiempo maravilloso en el pasado reciente que ellos van a recuperar con su varita mágica, el repetido lema de volveremos a hacer grande nuestro país. Parten de dos mentiras muy suculentas.

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La primera tiene que ver con sus capacidades de diagnóstico y cura de los males que nos aquejan. Basta comprobar las legislaturas ya avanzadas de algunos de los elegidos por su talante populista para que se evidencie que es posible que supieran captar un malestar extendido, pero de lo que han sido incapaces es de dar con alguna solución imaginativa. Incluso sus propuestas más atrevidas y publicitadas hasta la saciedad se han demostrado falsas o irrealizables. La segunda mentira remite a un pasado de ensoñación al que han contribuido grandemente las versiones completamente falseadas de la historia tanto en la ficción como en cierto ensayo contemporáneo, cuya finalidad ha consistido más en rearmar el orgullo patriota en cada país o región y mucho menos en ser fieles a la verdad por desagradable que sea. Durante estos años pareciera que dos mentiras unidas sumaban una verdad, quizá solo sea cuestión de tiempo identificarlas y despojarlas del tinte idealista que convence a algunos.

Pero el más interesante estudio sobre las zonas catastróficas en España tendría que ver con su reincidencia. En los últimos meses hemos visto hasta en tres ocasiones consecutivas quedar arrasados los mismos parajes. Es quizá la única ventaja de esos noticiarios tan sobrecargados de una visión del desastre lo más cercana posible. Ya fueran paseos marítimos, líneas de costa, terreno de cultivo o soluciones urbanas aprobadas sin rigor, la reincidencia en su destrucción por lluvias torrenciales resulta esclarecedora. Nuestras iniciativas de solidaridad y la reconstrucción nos honran, pero también sería bueno saber si cometer el mismo error cincuenta veces lo va a transformar en un acierto. Es evidente que hay zonas catastróficas que son fruto de un azar dañino y puntual, sobre ellas se requiere rapidez para paliar los daños y compensaciones urgentes. Pero en otras, la tendencia parece ir a peor y señalan una pauta repetitiva, nada azarosa. Lo inteligente sería encontrar soluciones reales y reformas sustanciales que permitieran a la autoridad competente abandonar la estrategia de tirar el dinero y ponerse a usarlo con cierta inteligencia y visión de futuro. Puesto que la visión del pasado ya la tenemos demasiado atrofiada por las emociones y engañifas, quizá la del futuro aún está a salvo de guiarse por la verdad racional.

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