La primera noche de Boris
Johnson está a tiempo de resituar a la política británica, que descarrilló con el Brexit, en el eje de discusión izquierda-derecha
Se llama Boris. Hace reír, pero no tiene madera de líder. Es un payaso mezquino, convertido accidentalmente en héroe nacional cuando su país, un reino decadente, se enfrenta al imperio transnacional que domina Europa en el conflicto más absurdo del siglo. A pesar de su pinta estrafalaria, pelo alocado, ocurrencias verbales y planes improvisados, parece el único personaje capaz de impedir que todo el continente se convierta en un colosal mercado económico bajo una sola bandera política.
Sí, has acertado. Es el protagonista de La última noche de Boris Grushenko, la película de Woody Allen sobre un ciudadano ruso cobarde, catapultado a la gloria durante la invasión napoleónica. Pero también podría ser Boris Johnson.
Hasta ahora, el primer ministro británico ha mostrado las mismas convicciones líquidas que Grushenko. Defendió un Brexit en el que no creía para alcanzar el Gobierno, y, una vez en él, mezcla el neoliberalismo doctrinal de Margaret Thatcher con una política de inversiones y renacionalizaciones de los ferrocarriles al más puro estilo del laborismo clásico. Boris quiere ser más rojo que Jeremy Corbyn y más azul que Nigel Farage. Y lo ha conseguido, a juzgar por su éxito electoral.
Es su principal baza. El Gobierno de Johnson no tiene programa, pero sí estabilidad. En sus manos está fijar una negociación sensata con Bruselas, que evite nuevas ensoñaciones en la sociedad británica y viejas pesadillas a este lado del canal de la Mancha, como que el Reino Unido se convierta en un gigantesco Singapur, de bajos impuestos y laxas regulaciones, en competencia desleal con la UE.
Y Johnson está a tiempo de resituar la política británica, que descarrilló con el Brexit, en el eje de discusión izquierda-derecha. ¿Qué modelo social y económico queremos para el Reino Unido? ¿Qué privatizaciones (o servicios públicos) revertir y cuáles ampliar? Volver a hablar de estos temas es factible porque, a diferencia de lo que suele creerse, los estudios de opinión señalan que el Brexit no ha supuesto un cambio en las actitudes fundamentales de los británicos. No es que se hayan vuelto euroescépticos. Siempre lo han sido. Simplemente, unos políticos oportunistas le dieron más importancia al asunto europeo a partir de 2016. Pero es un proceso reversible. Solo hace falta que un Boris, Johnson o Grushenko, se lance a la aventura. @VictorLapuente
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