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Tribuna
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Emergencia climática y trabajo con derechos

Si la UE olvida el factor empleo en el diseño de su lucha contra la crisis del clima, esta no será posible

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, hoy en el Foro Económico Mundial en Davos.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, hoy en el Foro Económico Mundial en Davos. GIAN EHRENZELLER (EFE)

La Comisión Von der Leyen quiere convertir a la UE en el líder global en la lucha contra la crisis climática. El planteamiento del Pacto Verde Europeo (englobando cambio climático, biodiversidad y defensa de recursos naturales) contextualizado con la digitalización, es una radical doble transformación verde y digital de la UE. El pacto, a pesar de llevar casi al límite la resiliencia europea, debe ser respaldado por ciudadanos y Estados por su coherencia y valentía (alguien ha escrito que la Comisión emula la quema de naves de Cortés al adentrarse en México). Ello no será posible si olvidamos el factor trabajo en el diseño. Sin esperanza de empleo no habrá sacrificios solidarios.

Descarbonizar supone cambios radicales en: actividades agropecuarias, obtención de energía (dejar de extraer millones de toneladas de fuentes fósiles para usar renovables con nuevas redes de distribución), reducciones de demanda energética (edificios, industrias y nuevos servicios) y reducción de las necesidades de transporte. Ante la profundidad del escenario, algunos economistas ya piensan que sus efectos puede que no hayan sido plenamente capturados por sus modelos macroeconómicos. Una depreciación acelerada del stock de capital existente y una reasignación imperfecta de los mercados de trabajo y capital pueden provocar muchas pérdidas de producción y de riqueza. La propuesta a la UE supone aumentos significativos y sostenidos de la relación inversión-PIB, que tratados como bussines as usual pueden implicar inversiones adicionales netas del orden del 2%-3% del PIB anual en la próxima década y del 1,5%-2% en las dos siguientes.

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Dos variables no estrictamente económicas determinarán el futuro del Pacto Verde: 1) Los cambios en los hábitos personales y en las conductas que muchos europeos adopten como consecuencia de su concienciación frente a la crisis climática, y 2) El verdadero número de nuevas tecnologías que aparezcan para facilitar la descarbonización. Habrá que evitar un “solucionismo tecnológico” con desproporcionadas esperanzas en todas y cada una de las tareas a encarar urgentemente. No podemos repetir la experiencia de las prestaciones exigida a los motores diésel que los fabricantes no podían, o no querían, cumplir, optando por mentir. Los científicos saben que los descubrimientos, en el caso de que lleguen, necesitan tiempo.

Bruselas va a empezar por fortalecer los fundamentos de las inversiones sostenibles, usando para ello la taxonomía de actividades que van a usar los entes financieros como medioambientalmente sostenibles y que darán lugar a los bonos verdes del futuro. Un documento muy oportuno y prolijo que, desafortunadamente, no entra en el espinoso asunto de la calidad y cantidad de empleos que puedan crearse, transformarse o destruirse. Ni una sola línea o compromiso explícito, como no sea el respeto a los principios de la OIT. Al ponerse en práctica las tareas presentes en la taxonomía, junto a otras claves de la nueva política europea, se provocarán inevitablemente terremotos en las características cuantitativas y cualitativas del trabajo, cosa que no impidió que en su discurso de investidura la presidenta Von der Leyen afirmara que “la dignidad del trabajo es sagrada”, recordando sus tiempos de ministra de Trabajo en Alemania. Quizás el acrónimo para el futuro debería ser D3 (Descarbonización, Digitalización y trabajo con Derechos).

El recién investido presidente del Gobierno remarcó su propósito de abordar la urgencia climática, asumiendo la estrategia de la Comisión. Un mensaje claro, de precios y sacrificios justos en función de la huella de carbono, a empresarios, usuarios y consumidores. En el debate de la segunda votación, Sánchez insistió en ello, y desde los bancos de la oposición surgieron exclamaciones de “oh, qué bonito”, presuponiendo quizás escepticismo, como en relación con el resto de su discurso, respecto a su credibilidad en esta materia, o, lo que sería inadmisible, ejerciendo un negacionismo puro y duro ante la crisis climática.

¿Esta emergencia forma parte de simples políticas sectoriales, o bien, por el contrario, es un contenido esencial y general de la política del Gobierno, como podría deducirse de una Vicepresidencia de Transición Ecológica? Si se plantea en función del uso coherente del término emergencia, estamos ante una dimensión troncal de la acción política que debe de contemplarse, por su incidencia multisectorial y multipolar, en cualquier otro de los aspectos del programa de gobierno, incluido, aunque suene extravagante, el proceso de diálogo para resolver el conflicto de Cataluña, o, teniendo que respetar el marco que plantea la Comisión, la ley de leyes anual, la de Presupuestos, que debe incorporar la emergencia climática como vector orientador de los distintos apartados.

¿Contempla el Gobierno, como hace la Comisión, la doble transformación que tenemos que materializar, verde y digital, y su interconexión, siendo consciente de que ambas tienen que considerarse, por su impacto, en cualquier debate sobre las normas laborales de nuestro país y el impulso a la creación de trabajo suficiente, digno y con derechos? ¿Cómo va articular el D3 futuro?

Gregorio Martín es catedrático de Ciencias de la Computación en la Universidad de Valencia y Cándido Méndez fue secretario general de la UGT.

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