“Lo que realmente nos conmueve es la melancolía”
La filósofa holandesa Joke J. Hermsen sostiene que la epidemia de depresión que asola el mundo, unida al miedo, ayuda a explicar el auge de la extrema derecha
Joke J. Hermsen (Middenmeer, Holanda, 1961), doctora en Filosofía y especialista en la vida y obra de las filósofas Hannah Arendt y Lou Andreas-Salomé, profundiza en su último libro —La melancolía en tiempos de incertidumbre, de Siruela— en un sentimiento humano que, afirma, explica en parte el auge de la extrema derecha. Sostiene que la epidemia de depresión que asola el mundo se debe a que no hemos sabido frenar el devenir de la melancolía en su versión insana, lo que lleva al ser humano a caer en el lado oscuro, en la ira y el miedo.
PREGUNTA. ¿De qué manera influyen los políticos en nuestra melancolía?
RESPUESTA. En estos momentos tenemos a muchos políticos que siembran más el miedo que la esperanza. Y eso es peligroso. Nuestra melancolía necesita de esperanza, de amor, de luz, de amistad…, y cuando la rodeamos de miedo corremos el riesgo de convertirla en depresión. La responsabilidad de estos políticos es grande. Hay un peligro, como decía Hannah Arendt, de caer de nuevo en un sistema totalitario. Nunca debemos pensar que no va a sucedernos.
P. ¿Y qué podemos hacer para ir en esa dirección?
Es importante cuando crecemos reaprender a ser ese niño que fuimos que se sentía uno con el mundo
R. Señalar la responsabilidad de esos políticos. Todo lo que podemos hacer es criticarlos y hacer propuestas esperanzadoras. Sufrimos todos de fatiga parlamentaria, ya no creemos en nuestra democracia. No creemos ya que los políticos vayan a arreglar las cosas, tenemos que inventar otros instrumentos. Y lo que yo propongo son comités ciudadanos. Personas elegidas rotatoriamente mediante sorteo que tengan días pagados por todos para informarse, debatir y tomar decisiones. La principal ventaja es que la gente se sentiría más responsable y representada. Sentirían de nuevo su libertad política, porque no olvidemos que también somos seres políticos. Hay que repensar nuestra democracia, experimentar. No tenemos nada que perder.
P. Dice que la dificultad que tenemos hoy en día para encontrar la calma es una de las causas de la epidemia de depresión en Occidente.
R. Intento readaptar la distinción que hizo Aristóteles entre la melancolía creativa y solidaria, la melancolía zen y la melancolía que se transforma en una depresión muy seria, una melancolía insana. Hay diversas causas para esta evolución; una de ellas es la falta de esperanza que vuelve la melancolía más y más negra y que hace que nos sintamos amenazados. Y otra es la falta de horas de descanso, de calma, de ataraxia, que hace que nuestra melancolía se transforme en cólera o en miedo, en depresión. Y esto es un gran problema muy extendido.
P. Otra de las causas de nuestra melancolía, dice usted, se encuentra en la añoranza que sentimos por nuestros primeros años de vida, los que no recordamos porque no habíamos desarrollado el lenguaje.
R. Escribí mi tesis en parte sobre Lou Andreas-Salomé, a la que descubrí a través de Nietzsche. Elaboró la idea de que durante nuestra primera infancia tenemos la impresión de ser uno, una unidad con todo lo que nos rodea. Los niños dicen siempre nosotros, nunca yo. Si te miras en un espejo con un bebé en brazos, este no verá diferencias entre ambos. Nacemos en algo que nos trasciende. Por eso es tan importante cuando crecemos y nos convertimos en ese yo, o en ese ego completamente agobiado, reaprender a ser ese niño que fuimos que era más que solo él mismo. Es una forma de pensar en la trascendencia del yo al nosotros. Siempre sentiremos melancolía por ese niño que fuimos, por ese nosotros.
P. ¿En qué momento se empezó a hablar de depresión?
Sufrimos fatiga parlamentaria. Propongo crear comités ciudadanos, gente elegida rotatoriamente por sorteo
R. En prácticamente todas las culturas encontramos este estado del alma melancólico al que le cantamos descrito en la poesía, la literatura, en el arte… Pero a partir de Freud se pasó a llamar depresión. Y lo que lamento es que perdamos el lado positivo de la melancolía. La melancolía no es ni la alegría ni la tristeza, es algo que marida de esas dos sensaciones. Cuando queremos llegar a una verdad profunda necesitamos las ambivalencias, nos acercan mejor a la verdad de nuestra existencia como humanos. La condición humana se desarrolla en una ambivalencia mayor de lo que suponemos en estos momentos. Pero soportamos cada vez menos las ambivalencias. Cuando vemos en el cine que todo el mundo llora o todo el mundo ríe… Puede ser muy entretenido, pero hay algo en el fondo del alma que no se conmueve. A menudo lo que nos llega realmente es algo melancólico, una tristeza que sonríe, o una alegría por estar triste.
P. Cree que para tratar la epidemia de depresión actual el mundo necesita un acercamiento a los afectados que integre el tratamiento filosófico. ¿Lo puede explicar mejor?
R. No lo propongo como remedio. Quiero ir más allá. Nuestro estado de alma melancólico lo es porque somos conscientes de nuestras pérdidas, somos conscientes de que un día moriremos y somos conscientes de los años y de todo lo que vamos dejando atrás. Y lo que es importante es que creemos horizontes de esperanza alrededor de estas nubes, a la sombra de la melancolía. La melancolía necesita esperanza, amor, música, amistad, luz, baile… para no volverse oscura. No es una terapia, lo que yo propongo es que nos demos cuenta de que necesitamos, además de la calma, también el amor. No solo con relaciones románticas, también el amor mundi o el amor hacia el mundo que mencionaba Hannah Arendt. Que nos sintamos en comunión con el mundo y que sintamos ese amor compartido con él. Nos necesitamos mutuamente.
P. La gente con depresión, ¿son los parias del sistema neoliberal?
R. Sí, lo son. El neoliberalismo es quien los enferma. ¿Qué se necesita para que la melancolía esté sana? Descanso, y en el capitalismo no existe. El sistema hace que la gente se deprima y además a esas personas no las cuida. Las aparta. La terapia que yo propongo no cuesta dinero sino tiempo, pero el tiempo se ha convertido en el producto de lujo por excelencia.
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