Antes honra sin Moncloa…
La gran mayoría sin duda comparte la sensación de que éste es un Gobierno inflamable pero ¿no van sus opositores a aguardar siquiera al primer día de gestión para proclamar el desastre de su gestión?
Por más que el presidente distraiga la atención dosificando nombres y ministerios con la técnica del Governo bonito, entre la curiosidad del retablo y las interpretaciones sobre el significado de cada decisión, esta legislatura arranca como un campo de minas. No será fácil bajar la temperatura; es un experimento, en coalición, bajo el volcán. De momento al presidente ya le persigue una aritmética sucia, por la suma de EH Bildu y también de Esquerra Republicana de Catalunya, tragando sapos ante sus discursos más provocadores sin darles respuesta. Con la lógica del refranero, Pedro Sánchez tendrá que verse cien veces amarillo. Por supuesto en los sistemas multipartidistas no es raro tener que sumar con aliados más o menos indeseados e indeseables —lo que hay que juzgar es la gestión que se haga después, no tanto la aritmética— pero hay silencios que dicen más que cualquier palabra. En fin, ya se sabe que “París bien vale una misa” y que “La Moncloa bien vale un sapo”.
Tragar sapos es casi consustancial a la política tanto como comerte tus propias palabras, eso que, como dijo alguna vez Winston Churchill y le gustaba repetir a Mariano Rajoy, para un político no deja de ser una dieta adecuada. El maximalismo inmovilista es un blasón absurdo, tanto más en tiempos líquidos en que se requiere una flexibilidad desde luego muy alejada de esos discursos oídos en la investidura que venían a proclamar, al modo del almirante Méndez Núñez en Valparaíso, que “antes honra sin Moncloa que Moncloa sin honra”. Claro que un británico jamás hubiera dicho eso; pero a decir verdad ni un británico ni José María Aznar, que pasó del “Pujol enano habla castellano” a hablar catalán en la intimidad o a formular el Movimiento Vasco de Liberación Nacional antes de negociar con ETA. También Rajoy habló de adaptarse a la realidad y no sólo con el PNV. La derecha se pone muy estupenda en la oposición, como sus exégetas más conspicuos, pero para hacerse con el poder son tan pragmáticos como cualquiera.
Sánchez es un presidente con una carga pesada de contradicciones, debilidades y presiones. Pero las exageraciones desde las bancadas de la derecha, trazando una caricatura chusca sin aguardar siquiera a que empiece a gobernar para verle sufrir las consecuencias, ha sido la mejor noticia para Sánchez en una investidura incomodísima. La gran mayoría sin duda comparte la sensación de que éste es un Gobierno inflamable pero ¿no van sus opositores a aguardar siquiera al primer día de gestión para proclamar el desastre?
Antes el “cuanto peor, mejor” era un eslogan de revolucionarios antisistema, pero se ve que la derecha conservadora no le hace ascos. No obstante, esos excesos van a acabar contribuyendo a avalar el pacto de izquierda. Presentar a Sánchez como un Atila Rojo que donde pise no volverá a crecer la democracia es tan ridículo que acabará por tener un efecto inverso: dar sentido al pacto y unir a la izquierda, algo que por sí misma ésta nunca ha logrado ni hubiera logrado. Gran éxito.
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