De María la Telefonista a Mariquita la Pastora, así se recorre el pueblo más pequeño de Málaga
Atajate tiene 200 placas en otras tantas viviendas con los nombres y motes de las mujeres que han residido o residen en ellas
“A los 90 años saliendo en el periódico. ¡Quién me lo iba a decir! Si no voy a poder ni verme”, dice María Carrasco. En realidad, tiene 89 años, mucha simpatía y mil historias que contar. Con zapatillas de andar por casa, la mujer sale a la puerta y mira de reojo la placa que luce en la blanca fachada de su vivienda. En ella está escrito María la telefonista. “Así me conocían”, recuerda. Fue ella quien en los años cincuenta se encargaba del único teléfono que había entonces en Atajate, el pueblo más pequeño de la provincia de Málaga con, hoy, apenas 167 habitantes. Clavijas, manivelas, cables… La mujer se encargaba de todo el proceso cuando alguien del pueblo quería hacer una llamada. María trabajó ahí hasta la década de los setenta. “Ahora no tendría sentido, todo el mundo tiene un móvil. Yo no, ya me gustaría, pero no veo casi nada”, dice entre risas mientras se arregla, coqueta, para posar ante el fotógrafo. “Eso sí, no tengo mucho tiempo que hay que hacer de comer”, apremia.
Como su casa, 200 viviendas de Atajate lucen en sus fachadas los nombres de las mujeres que residen o han residido en ellas en la historia reciente del pueblo. Una iniciativa que el Ayuntamiento puso en marcha en otoño del año pasado y que acabó, con la instalación de los últimos nombres, a finales de noviembre: Rosario la inglesa, Anita La jubriqueña, Rosalía La Pepa, Catalina La patro… “Se nos ocurrió esta idea como homenaje a la mujer rural. A los vecinos y vecinas les pareció bien recuperar las historias familiares. Y nos pusimos en marcha”, dice Auxi Sánchez, alcaldesa del municipio.
Para desarrollar la propuesta contó con el apoyo de Lorena Peña, responsable del Plan de Dinamización de la localidad y que define su trabajo como “dar vida al pueblo y que jóvenes y mayores tengan buenos momentos y sonrisas”. “Las mujeres han estado mucho tiempo a la sombra de los hombres, han sido invisibles en el mundo rural a pesar de que cualquiera de ellas ha sido madre, maestra, cuidadora, cocinera y muchas cosas más”, subraya Peña, que destaca que “las mujeres han sido y son la mitad del pueblo, pero en la historia local no han tenido la mitad del protagonismo”.
Maruchi Rubiales es otra de las homenajeadas. Junto a la placa con su nombre posa, con 78 años, mientras rememora una infancia difícil. Recuerda transportar haces de leña en la cabeza para dar vida a un fuego siempre encendido en casa. Era con el que se calentaban, pero también con el que cocinaban. No había agua corriente. Tampoco luz, “apenas un quinqué” y, con el tiempo, una sola bombilla. Desde muy pequeña trabajó en el campo. Guardaba los cerdos, recogía aceitunas, cebada, arvejas, yeros, garbanzos… “Había mucho que hacer”, dice. Cuando en las ferias de los pueblos cercanos sus pretendientes le escribían cartas, no podía leerlas. Siempre quiso ir al colegio para aprender a leer y escribir, pero solo fueron sus hermanos. Ella fue obligada a trabajar. “¿Por qué no puedo ir yo a la escuela”? preguntaba a sus padres mientras sus amigas, al menos, le leían las misivas de los chicos.
También trabajaba en el campo Mariluz Carrasco, de 55 años, que quiso recordar a su abuela, Mariquita la pastora, en el azulejo. Ella recogía aceitunas y almendras. Pudo sacarse el graduado en el colegio y, más tarde, se casó. Tuvo cuatro hijos y ejerció durante muchos años de ama de casa. También de cuidadora, encargándose de los cuidados de sus mayores y los de su marido. “Son labores que siempre han recaído en las mujeres”, afirma, al tiempo que dice que siempre quiso trabajar. Lo ha conseguido ahora: se encarga del mantenimiento de calles y jardines del municipio gracias a la Iniciativa Cooperación Local, una de las líneas para el fomento del empleo de la Junta de Andalucía. Ataviada con un chaleco reflectante amarillo, útiles de limpieza y un carro, recorre el callejero del municipio, que mantiene brillante.
Más joven es Carmen Sánchez, de 39 años. Su nombre aparece en una placa de la calle Nueva, la principal vía de Atajate, donde se puede leer: Carmen la de La Parada. Así se la conocía de pequeña, porque su abuelo Vicente regentaba un bar con ese nombre en el inmueble donde luce el azulejo. Recuerda una frase que él repetía muchas veces a la clientela: “A beber, que esto no es una farmacia”. Lo que no sabía su familiar es que con los años el negocio cerraría y, allí, precisamente, se instalaría el botiquín, donde un farmacéutico acude tres veces en semana para atender al vecindario. Antes de eso, el bar lo heredó su padre y, después, sus hermanos.
Ella tiene recuerdos de echar una mano en el establecimiento desde que aprendió a sumar y restar. Estudió Bachillerato y después un módulo de Imagen. Pero cuando pasó de los 20 decidió seguir la tradición familiar y abrió el restaurante Audalázar junto a sus hermanos mayores. Allí ejerce “de casi todo”. Sus platos tradicionales con toques de innovación atraen al turismo hasta este rincón a 20 minutos de Ronda. “Más trabajo tenía mi madre, que además del bar, crio a seis hijos”, dice Carmen. Su vecina, Carmen la de Chasquito -cuyo nombre real es también Carmen Sánchez- opina que la iniciativa municipal para homenajear a la mujer rural “es muy importante” porque “da una visibilidad que rara vez hemos tenido”.
“Este es el pueblo de los Sánchez”, añade riendo Auxi Sánchez, la alcaldesa, que mira con ilusión el lugar donde se construirá pronto una residencia para ancianos y, espera, sea el futuro de un pueblo sin tiendas ni banco. El solar se ve desde la ventana de la venta Audalázar donde Lorena Peña toma café junto a un grupo de mujeres del pueblo dos veces en semana. Invita quien pierde a la Jenga. Realizan ejercicios para mejorar las habilidades cognitivas, tienen un club de lectoras, preparan actividades para el pueblo y “charlan sobre la vida”. “Es una manera de salir de la rutina”, dice la dinamizadora. Muchas conversaciones derivan en recuerdos y anécdotas sobre sus vidas, sus esperanzas o las barreras que han tenido por ser mujer. Hoy miran orgullosas sus nombres y el de sus madres y abuelas frente a sus hogares. Forman, más que nunca, parte de la historia viva de Atajate.
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