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ideas / un asunto marginal
Columna
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Consecuencias

¿Qué pensaría Trump al ordenar el ataque contra el general iraní Qasem Soleimani?

Musulmanes chiítas protestan contra el asesinato del general iraní Soleimani, quemando banderas de EE UU e Israel, en Karachi (Pakistán), este viernes pasado.
Musulmanes chiítas protestan contra el asesinato del general iraní Soleimani, quemando banderas de EE UU e Israel, en Karachi (Pakistán), este viernes pasado.AP
Enric González
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Introspección

Hay quienes comparan la muerte del general iraní Qasem Soleimani con la del archiduque austríaco Francisco Fernando. Me parece un poco aventurado. Entre otras razones, porque lo de Soleimani, destruido por un misil el 2 de enero de 2020, es todavía una consecuencia del disparo que el 28 de junio de 1914 acabó en Sarajevo con el heredero del trono austro-húngaro.

Aquel confuso atentado, fruto de una serie casi inverosímil de errores y casualidades, cambió el mundo para siempre. Tendemos a pensar que el ciclo de cataclismos y acontecimientos asombrosos iniciado en Sarajevo (Primera Guerra Mundial, Revolución Soviética, Segunda Guerra Mundial, Guerra Fría) empezó a cerrarse con la reconciliación europea (1957) y concluyó con la caída del muro de Berlín (1989). Tendemos a olvidar que la más duradera consecuencia de los disparos de Sarajevo fue la desaparición del imperio otomano. La caída final de Constantinopla-Estambul abrió un agujero negro en el planeta. La región que llamamos Oriente Próximo u Oriente Medio no ha conocido la paz desde entonces.

El atentado de Sarajevo fue a su vez la lejana consecuencia de un hecho muy remoto. El joven Gavrilo Princip, militante de la [organización proserbia] Joven Bosnia, vivía, como casi todos sus correligionarios, obsesionado con algo ocurrido otro 28 de junio (según el calendario juliano, o 15 de junio según el actual gregoriano): la batalla del campo de los mirlos o de Kosovo Poljie, en 1389, cuando las tropas otomanas vencieron a las serbias y conquistaron el país. Habían pasado más de cinco siglos. Pero el nacionalismo serbio no olvidó aquella batalla. Hoy, en el siglo XXI, sigue sin olvidarla.

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Podríamos ir aún más lejos. La batalla de Kosovo Poljie fue, en último extremo, una consecuencia del tratado de “paz duradera” que en 532 firmaron Justiniano, por el Imperio Romano de Oriente, y Cosroes, por el Imperio Persa. Ambos imperios llevaban tres siglos peleando y desangrándose mutuamente. La “paz duradera” no duró nada. Siguieron combatiendo y haciéndose más débiles, lo que permitió que un oscuro jefe tribal, hoy conocido como Mahoma, surgiera del desierto arábigo con una nueva religión y una formidable fuerza expansiva. Los dos imperios cayeron ante el Islam.

Por supuesto, resulta muy difícil medir las consecuencias de una decisión grave. Y las decisiones graves suelen adoptarse por razones muy discutibles. Francisco José, el viejo emperador austro-húngaro, nunca creyó que declarar la guerra a Serbia fuera a provocar una simple crisis diplomática, como le aseguraban sus aliados alemanes. Sabía el riesgo que asumía. Y pronunció la frase fatídica: “Si la monarquía debe perecer, que perezca al menos decentemente”. Pereció su monarquía y Europa, sin ninguna decencia.

¿Qué pensaría Donald Trump al ordenar el ataque contra el general Soleimani? Lo sabremos con el tiempo. Es muy probable que reflexionara sobre las consecuencias que le interesaban: un poco de inflamación nacionalista en EE UU debería garantizarle la victoria en el estado de Wisconsin y, con ella, la reelección. Quizá lo demás no le pareció importante. Y quizá no lo sea. Quizá la muerte de Soleimani suponga solo un jalón más en el desastre del vacío otomano. Si hay más guerra, más muertes y más éxodo, alguien dentro de un siglo podrá hablar de la mucha sangre que costaron unos cuantos votos en Wisconsin, y quizá, buceando en la historia, pueda explicar cómo fue posible que alguien como Trump llegara a ser presidente.

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