Las mujeres pisarán la luna
En el último libro de Belén Gopegui hay argumentos incuestionables para asumir el 2020 con los propósitos, no de enmienda sino de revolución
Hay libros que llegan a tu vida con timidez, como de puntillas, sin ser anunciados ni publicitados, como si colaran sin permiso en tus estanterías y allí, cobijados del frío, esperasen a que tus ojos dieran vida a sus palabras. Fue así como el último libro de Belén Gopegui se presentó en mi casa y se instaló, entre pudoroso y discreto, en el rincón en el que suelen estar los volúmenes que tengo por leer. Tuvo que llegar una larga y aburrida tarde navideña para que la autora de La conquista del aire y de tantas otras historias que me han removido las entrañas volviera a sentarse a mi lado. Como siempre es ella, de pocas pero firmes palabras, rotunda y sin embargo amable, con esa mirada que siempre me recuerda a la de un animalillo curioso perdido en un bosque. Luciendo, eso sí, la cabellera blanca que a mí siempre me huele a Gaite.
Ella pisó la Luna, que es un libro pequeño en cuanto a número de páginas, pero grande por las emociones y las lecciones que encierra, es el texto de la conferencia que la autora impartió en marzo de 2019 en el ciclo titulado Ni ellas musas ni ellas genios que, organizado por Clásicas y modernas, se celebró en el Caixa-Forum de Madrid. El objetivo del ciclo es cuestionar la historia del arte, del pensamiento, de la cultura en general, deudora de una mirada androcéntrica y de un binomio marcado por brutales sesgos de género, el que ha dividido con tanta frecuencia a hombres y mujeres en “genios” y “musas”.
Gopegui le dio una vuelta de tuerca a la propuesta y acabó contando la historia de sus padres: Luis Ruiz de Gopegui, un reputado físico y responsable de algunas actividades de la NASA en España, y Margarita Durán, la verdadera protagonista de la historia. Una de esas mujeres que no tuvo ningún tipo de notoriedad pública pero que, sin embargo, no dejó de trenzar hilos para que la vida y la justicia trataran de ser primas hermanas. Una de esos millones de mujeres “que no fueron” y que ni siquiera aparecen en las notas a pie de página de los libros. Una de las muchas que fueron cuidadoras, pero también mentes inquietas, corazones solidarios y manos constructoras.
La vida de Margarita Durán, que de acuerdo con la mirada ciclópea del patriarcado, tal y como la califica Victoria Sendón, sería la de una de tantas mujeres que sacrifican sus proyectos profesionales y se convierten esencialmente en madres y cuidadoras, nos demuestra que hay dos objetivos emancipadores del feminismo que necesariamente van de la mano. De una parte, el relativo a la reconstrucción de una memoria en la que también estén presentes las mujeres que pisaron la Luna, es decir, las que hicieron tanto o más que los grandes científicos, inventores o pensadores para el avance de la Humanidad. De otra, la urgencia de situar los cuidados de la vida, la sostenibilidad del planeta y de los seres vivos, la ternura constructora de puentes, en el centro de la política.
De esta manera, y como no podía ser de otra manera, el libro de Belén Gopegui es una lección de ética cívica. Que parte de lo personal para hacerse político. “Hay cientos de miles de vidas de mujeres que no solo merecen ser contadas, sino por las que hemos de luchar para que se cuenten, porque ganarle la pelea a las estructuras depende también de las historias que tengamos. A ver, no es que sería bonito o interesante que se contaran, es que las necesitamos para entender lo que nos está pasando”, escribe la autora de Las razones de mis amigos.
Ella pisó la Luna, que tiene el título añadido del plural Ellas pisaron la Luna, se ha convertido para mí en este final/principio de año en una suerte de oración laica, como esas que guardaba un librito encuadernado en rojo que yo recuerdo en el bolso de mi bisabuela. En apenas 80 páginas, como si fuera el cofre de un tesoro que los piratas guardaron en una profunda cueva, encuentro argumentos incuestionables para asumir el 2020 con los propósitos, no de enmienda sino de revolución, que me reconcilien con las redes que tejemos en cuanto seres interdependientes, con los trabajos que no reconocemos ni social ni económicamente, con las emociones que nos ayudan a tomar decisiones solidarias, con los hilvanes que mis bisabuelas, mis abuelas y mi madre fueron dejando por sábanas y manteles que mis bisabuelos, mis abuelos y mi padre nunca sabían dónde se guardaban. Solo así, también, como hace la misma Gopegui, yo tendré razones más que suficientes para referirme a quienes me alumbraron y cuidaron, y lo siguen haciendo, como “mis madres” en lugar de “mis padres”.
En este siglo de tanto machismo reaccionario, de neoliberalismo depredador y de espectáculo que devora a los domesticados, leer el último libro de Belén Gopegui es casi un acto revolucionario. Una reafirmación en la necesidad de hacer volar unas estructuras hechas a imagen y semejanza del individuo varón y a costa de las idénticas sometidas. Lo que hace la escritora en este pequeño gran libro es sacar a su madre, y con ella a millones de mujeres, de ese pozo sin luz de las que no que no fueron nombradas, de las que en vez de estatus tuvieron solo función. Un ejercicio contra la desesperación, esa que, de acuerdo con Adrienne Rich, es el fracaso de la imaginación. Porque en este inicio de década que no se nos antoja feliz tenemos que reivindicar la creatividad, las manos que tejen tapices, los talentos que nunca debieron ser callados y las hogueras que arden en playas que no conocen las botas del guerrero.
He leído Ella pisó la Luna y en sus páginas me he encontrado la vida de mi madre, de la madre de mi vecino, de la abuela materna de mi hijo, de la maestra soltera que me enseñó a leer. Pero también he intuido en ellas a mis alumnas de la Facultad, a mi sobrina quinceañera a la que he regalado Feminismo para principiantes, a las amigas de mi hijo que ya podrán votar en las próximas elecciones. Así he imaginado un hilo de activismo y reflexión trenzado por millones de mujeres. Y una canción que habla de no desperdiciar los días, y un planeta recién pisado por mujeres astronautas, y un no-genio que se calla para que la insumisa deje de ser musa.
Y así, iluminado, como si hubiera vivido una revelación, me adentro en una década en la que sueño con muchas madres, todas las madres, pisando la Luna y con muchos padres, todos los padres, terminando de coser las sábanas que un día mis abuelas dejaron hilvanas en el fondo de un cajón.
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