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Columna
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En el limbo político

Llevamos ya un buen rato en el que todos nos oponemos a todos. Y así ni se gobierna ni se hace oposición. Lo llaman vetocracia

Fernando Vallespín
Adriana Lastra y Gabriel Rufián, en una reunión en el Congreso.
Adriana Lastra y Gabriel Rufián, en una reunión en el Congreso.

Estamos sin Gobierno propiamente dicho desde 2015. Y, por lo que llevamos visto, no se ha hundido el país. Las inercias del aparato burocrático que nos sostiene, junto a alguna que otra decisión aislada vía decreto-ley, permiten encarar los problemas cotidianos. Hemos hecho realidad el dictum marxista de la mera “administración de las cosas” sin haber alcanzado la fase previa de la abundancia o la reconciliación de las contradicciones sociales. Desde luego, carecemos de una dirección política coherente y todos los días sufrimos alguna oportunidad perdida, aquí o en Europa, para promover nuestros intereses. La política vaga por un presente sin definición de estrategias ni concepción de futuro. Navegamos sin rumbo fijo.

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Hay, pues, costes evidentes de estar en esta coyuntura, pero el principal es, sin duda, para los actores políticos. Es bien conocida la frase de Andreotti de que lo que verdaderamente quema a un político es estar en la oposición, no en el Gobierno. ¿Qué diría el sagaz y controvertido italiano de políticos que no están propiamente ni en el Gobierno —estar “en funciones” es una situación fake— ni en la oposición? Seguramente, que se queman todos. Si el Gobierno es el cielo y la oposición el infierno, todos llevan ya un buen rato en el limbo. Ni gobiernan ni pueden oponerse a políticas de un Gobierno inexistente. Ni hacen ni dejan hacer. Por lo pronto hay dos líderes a los que les ha supuesto tener que abandonar la política, Rajoy y Rivera, y seguro que en algún momento les tocará a otros.

Por eso resulta tan desconcertante que no se facilite por parte de todos una salida a esta situación imposible. Es lo que haría cualquier actor racional. Siendo inviable una alternativa al Gobierno de Sánchez, lo lógico es que se le permita gobernar. Pero la oposición —que ahora aún no lo es formalmente— prefiere erosionar al candidato empujándole a buscar el apoyo de ERC para poder seguir llamándolo “traidor a la patria”. Elige lo que ellos califican como el “hundimiento de España” provocado por un “Gobierno de comunistas e independentistas” antes que facilitar la investidura. La verdad es que es sorprendente, y contradictorio con la propia posición del PP cuando necesitó gratis un determinado número de escaños del PSOE para poner en marcha el último Gobierno de Rajoy.

El al parecer inminente acuerdo con ERC para conseguir la investidura podrá poner en marcha el Gobierno, pero no está nada claro que vaya a favorecer la gobernabilidad. Lo bueno es que activará el diálogo con Cataluña; lo malo es que se contagiará de las convulsas dinámicas políticas de esa región y que necesitará el apoyo de la derecha para concretar alguna solución viable al conflicto, solo posible mediante un cambio constitucional. Saldremos del limbo, pero no creo que nadie llegue al cielo. Llevamos ya un buen rato en el que todos nos oponemos a todos. Y así ni se gobierna ni se hace oposición. Lo llaman vetocracia.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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