Al filo del año
Todo primero de enero no es más que la página limpia de una nueva oportunidad para toda vida, tal como lo debería ser cada amanecer
Hubo ayeres en los que las vísperas del final de año se hinchaban con una nerviosa incertidumbre amedrentada por deudas impagables o anhelos inciertos; hubo fines de años nones que no garantizaban felicidades posibles en los pares por llegar y diciembres enteros que debieron prolongarse por lo menos dos o tres días más para que no se inaugurasen el resto de los eneros por venir con la triste despedida de una última sonrisa.
Hay millones de niños en todos los idiomas posibles que no merecen inaugurar el año 20 de su era con el alud de infortunios y desgracias que suelen poblar las sobremesas de los adultos y es un mínimo regalo poder apuntalar en todo humano de edades menores la ilusión intacta de que todo primero de enero no es más que la página limpia de una nueva oportunidad para toda vida, tal como lo debería ser cada amanecer. Sugerir por ejemplo que las necedades anquilosadas y los odios cimentados pueden disiparse con un mínimo soplo de vaho renovado por el paso de una sola página del calendario… y asumir, como quien inaugura una libreta intacta, la redacción libre y sin antecedentes de tinta en un relato impredecible que se va formando línea a línea y párrafo a párrafo, días como meses, hasta que el remolino de verbos, salpicados de mayor o menor sazón de adjetivos instantáneos, conforme las páginas que se abultan en pantalla o en papel hasta el prodigioso instante en que uno tiene que sentarse nuevamente en el escritorio para intentar rematar las palabras que han poblado un año más de vida para despedir con gratitud todo lo bueno, bello y verdadero que se transpiró y contempló en el transcurso de su lectura, así como para conjurar al olvido y superar para siempre todo lo malo, horrendo y falso que se filtró por las rendijas de todas las sombras y así, recordar bajo los salados párpados las caras de quienes ya no están entre nosotros, las desgracias inevitables y honrar los ilimitados dones o bendiciones que fueron concedidos al paso de las páginas que fueron blancas y que se vivieron como quien escribe la primera letra sobre un nuevo lienzo de nieve, eligiendo con cautela la primera palabra que se ha de pronunciar en cuanto se escuche de lejos una campana que inaugure la madrugada nueva de tiempo y vida, con el simple deseo que ambas cosas sean mejores para todo juego o sonrisa y todos los niños del Mundo.
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