Difícil reto en Argentina
Fernández asume la presidencia en una situación económica extrema
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, tiene ante sí, en el mandato que comenzó este martes, una titánica tarea para sacar al país sudamericano de la complicadísima situación económica y social en la que se encuentra. Un reto para el que no dispondrá de ningún tiempo de gracia y donde los argentinos esperan medidas efectivas que palíen la situación lo más pronto posible. Es un acierto de Fernández haber imprimido a su primer discurso a la nación un tono de realismo descarnado pero también de reconciliación. El presidente puso énfasis en la necesidad de dialogar y de superar lo que él definió como “el muro” que separa a los argentinos en política. Argentina se dirige hacia tiempos de mucha incertidumbre, y la unidad política es la base sobre la que sostener cualquier estrategia que pretenda tener éxito. La ceremonia de traspaso del bastón presidencial, que recibió de Mauricio Macri, fue ejemplar, y más en una Latinoamérica tan convulsa.
El presidente no se anduvo con rodeos a la hora de explicar la situación económica del país: un 40% de la población en situación de pobreza y una virtual quiebra de su economía. Aunque pueda terminar convirtiéndose en un lugar común, no es posible dejar de constatar la perplejidad que produce el que Argentina, que en principio cuenta con todas las ventajas, desde las riquezas naturales hasta su estructura de industrialización pasando por el alto nivel educativo y cultural de su ciudadanía, se encuentre —de nuevo— en esta situación. Las explicaciones pueden ser más o menos discutibles pero la realidad es que a Fernández le toca ahora lidiar con esta situación.
La parte más polémica de la intervención de Fernández fue su referencia, en el mismo tono solemne del resto, a que Argentina, aunque tiene la voluntad de pagar, no posee recursos para hacerlo. Quizá hubiese necesitado algún matiz más. Por un lado, esas palabras tienen un efecto inmediato negativo sobre la misma economía argentina y, por tanto, repercuten directamente sobre la calidad de vida de sus ciudadanos. Y por el otro, coloca a los acreedores en una posición de lo que es prácticamente un hecho consumado que condiciona cualquier conversación sobre una posible reestructuración, en la modalidad que sea. Es cierto que Fernández se alejó del modelo peronista tradicional, que lanzaba el mensaje de que el impago de la deuda constituía en realidad un ejercicio de soberanía. Su aproximación fue más conciliadora, pero tal vez hubiera necesitado una ampliación de lo que en realidad quieren significar sus palabras (¿cambio de plazos y condiciones?, ¿quita de la deuda?).
Tanto el Gobierno como los organismos financieros internacionales han de tener un límite que no debe ser sobrepasado. Argentina no puede volver a convertirse en un país expulsado del sistema, con las líneas de financiación cerradas y con una clase media —factor de estabilidad y progreso del país— cada vez más empequeñecida y empobrecida. Se pueden discutir los mecanismos para que la situación revierta, pero no a costa de que Argentina vuelva a ser apartada ni de que los argentinos carguen el pesado fardo de una situación que no merecen.
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