Greta y los Garbo
Esa cultura del espectáculo que lo rige todo, amenaza con destruir este mundo tanto o más que el cambio del clima
La desdicha de los tiempos me obligará a escribir de forma novedosa una vez más…”. Así empieza Guy Debord su Comentarios sobre la sociedad del espectáculo (Editorial Anagrama), continuación de su obra más conocida, La sociedad del espectáculo, en la que diseccionaba con cruel inteligencia la necesidad del mundo contemporáneo de lo espectacular para reparar en alguien o en algo. Da igual que sea importante o no, la sociedad de hoy necesita del espectáculo para vivir como las personas de los alimentos.
La trayectoria de la activista Greta Thunberg se enmarca en esa idea de Guy Debord de que sin lo espectacular, una idea noble a priori como es la concienciación sobre los efectos de la actividad humana sobre el clima del planeta y las consecuencias del cambio de éste para las personas no habría calado en la sociedad por más que muchos científicos hayan venido alertando desde hace tiempo de esa situación. Que una adolescente (lo de menos es si dirigida por su familia o no, si con afán de protagonismo o no, si con problemas de salud mental o no, si con intereses económicos o idealistas) se haya convertido en la adalid de una lucha que pretende nada más y nada menos que la salvación del mundo, en lugar de que lo sean los científicos que desde hace años estudian la climatología, da qué pensar sobre esa necesidad de la sociedad de convertirlo todo en espectáculo, da igual que sea trascendental para su supervivencia o se trate de una simple moda. La llegada ayer de la chica a Madrid después de un viaje en barco desde América y en tren desde Lisboa (en el que la acompañaron docenas de periodistas de todo el mundo, como si fuera una estrella del rock o del cine), así como su multitudinario recibimiento en la estación madrileña de Chamartín, tomada por más periodistas y por la Policía, para participar en la Cumbre del Clima que se celebra estos días en la capital española, hace pensar en la estupidez general de la sociedad occidental (la otra me temo que no se ocupe de estas cosas, preocupada como está de comer todos los días) más que en una verdadera concienciación sobre lo que defiende esta nueva versión del personaje de Pipi Calzaslargas que desde Suecia invadió también las televisiones mundiales hace años convertido, como Greta, en un icono del inconformismo y la libertad adolescentes. Aunque a mí la chica me recuerde más (con todos mis respetos para ella, pues tampoco entiendo la animadversión que suscita en parte de esa misma sociedad del espectáculo, que la descalifica con todo tipo de insultos y acusaciones, como denunciaba ayer en estas mismas páginas la periodista Berna González Harbour) a aquel grupo musical de los noventa, Greta y los Garbo, que jugaba con el glamur y la fama de otra sueca, la legendaria actriz de Ninotchka, de Lubitsch. Nadie recuerda ya sus canciones, pero sí su nombre y su estética (tres chicas guapas, hermanas, tocando sobre el escenario), y el impacto que tuvo en su momento en una sociedad, la musical, tan necesitada de espectáculo como la televisiva.
Convertir el mundo en una falsificación, hacer desaparecer el conocimiento histórico y eliminar la autonomía científica son para Guy Debord las claves de esa cultura del espectáculo que lo rige todo y que amenaza con destruir este mundo tanto o más que el cambio del clima. Pero de eso no se preocupa ninguna Greta.
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