El autoritarismo ya se ha instaurado en la Amazonia (y las periferias urbanas)
Acciones de arbitrariedad explícita se multiplican en Brasil y aceleran la desprotección de la selva, sus pueblos y ambientalistas
El bolsonarismo es competente utilizando la estrategia de controlar las noticias y haciendo que la sociedad y la prensa solo reproduzca y reaccione. Cuando el ministro de Economía, Paulo Guedes, y el hijo cerotrés, Eduardo Bolsonaro, evocan el decreto AI-5, una medida implementada por la dictadura militar (1964-1985) para cerrar el Congreso y reprimir a la disidencia, están ladrando en un lugar mientras la jauría está mordiendo en otro. El autoritarismo ya se ha instaurado en la Amazonia y en las periferias urbanas. ¿Cómo se puede denominar a un país en el que la policía del estado de Río de Janeiro ya ha matado, desde principios de año hasta octubre, más que en cualquier otro año de las dos últimas décadas? Si se pusieran las 1.546 víctimas de la policía en una hilera, habría más de dos kilómetros de cadáveres. Esta violencia —que mata a los negros y a los pobres y hace que los niños, también pobres y negros, tengan miedo del sonido de los helicópteros porque seis ya han muerto por balas “perdidas” solo este año en Río— está conectada con la violencia que se cobra víctimas en la selva amazónica. Los amazónicos y los periféricos no se conocen, pero tienen el mismo rostro de los que mueren en Brasil: negros e indígenas. Contra estos pueblos, estos rostros, la violencia se está recrudeciendo. Las organizaciones no gubernamentales (ONG), blanco de la ofensiva del bolsonarismo, están siendo atacadas porque defienden a estos pueblos, a estos rostros.
Desde principios de noviembre hay indicios de que la velocidad y la intensidad del proyecto autoritario está aumentando. El mes empezó con la muerte de uno de los guardianes de la selva, Paulo Paulino Guajajara. Y está terminando con la criminalización de una de las organizaciones más respetadas, premiadas y queridas de la Amazonia, Salud y Alegría, que actúa en la cuenca del río Tapajós desde hace décadas. El 26 de noviembre, la Policía Civil incautó los documentos y ordenadores de la ONG, en Santarém. El mismo día, cuatro voluntarios de la Brigada de Alter do Chão, creada para combatir los incendios en la selva en colaboración con el Cuerpo de Bomberos, fueron detenidos por ser sospechosos de haber prendido el fuego que quemó un área equivalente a 1.600 campos de fútbol en septiembre, en la región de Santarém. La detención, aunque se demuestre que es abusiva, ya cumple el objetivo de quien quiere desmoralizar a los agentes que combaten la destrucción de la selva. El mal ya está hecho, especialmente en una población asustada y desinformada.
En Washington, Guedes evoca el AI-5 y la sociedad y las autoridades reaccionan, las redes sociales arden. Pero hay que avisar que, en la línea del frente, el AI-5 ya se aplica y los más frágiles resisten casi solos. Y pierden. El principal proyecto del bolsonarismo es la explotación de la Amazonia. La batalla desigual se libra en la selva y en las ciudades que están junto a ella. Quien vive y actúa en la Amazonia ya ha entendido que lo pueden arrestar sin motivo porque el Estado es arbitrario y las pruebas se falsifican. Es lo que muestra lo que ha sucedido en Santarém. Las ONG son el objetivo, porque, en un país precario como Brasil, donde el Gobierno ha decidido no cumplir la ley y las instituciones flojean, son ellas las que forman una barrera contra la destrucción de la selva y de los cuerpos de los pueblos de la selva. Los ambientalistas blancos empiezan a ser arrestados. Los muertos siguen teniendo el mismo rostro: negros e indígenas.
Mientras intenta cambiar la Constitución para poder explotar las áreas protegidas de la selva amazónica, el bolsonarismo pone en práctica su proyecto de desproteger las áreas protegidas, debilitando los órganos de control y fortaleciendo a los destructores de la selva. En la Amazonia, basta dejar de hacer lo poco que se hacía y avisar a los amigos que tienen vía libre para hacer lo que quieran porque no responderán por sus actos. Es lo que hace el bolsonarismo mientras la Policía Militar de algunos estados parece prepararse para convertirse en un grupo paramilitar que toma sus propias decisiones.
El resultado es tanto el auge de la deforestación, que ha aumentado un 30% entre agosto de 2018 y julio de 2019, como la amenaza y/o asesinato de los pequeños agricultores familiares y defensores de la selva: indígenas, ribereños y quilombolas (descendientes de esclavos rebeldes). Quien vive en la Amazonia se da perfecta cuenta de que la ofensiva ha aumentado desde noviembre. Las ONG están entre los principales objetivos que tienen que eliminarse. En varias regiones del estado de Pará, quien clama por la creación de una comisión parlamentaria de investigación sobre las ONG son justamente los grileiros (ladrones de tierras públicas), los madereros y sus representantes. Se envuelven en banderas de Brasil y evocan el nacionalismo, pero lo que quieren es plantar un papel con su nombre —o con el nombre de uno de sus testaferros— en un pedazo de selva amazónica robada de la Federación o de algún estado.
En Pará, estado que encabeza la deforestación en Brasil, vale la pena observar una secuencia de hechos ocurridos en el espacio de una semana. Del 17 al 19 de noviembre, los movimientos sociales de la región del Medio Xingú organizaron en Altamira un encuentro denominado Amazonia Centro del Mundo. La escena de la mesa de apertura del encuentro, en la Universidad Federal de Pará, es una alegoría de lo que sucede a diario en la selva. Un grupo de grileiros y hacendados se instaló adrede a la derecha del público: “nos sentamos a la derecha, como nos conviene”. Hacía días que les instaba un hombre que se presenta como antropólogo y trabaja para el lado podrido de la agroindustria. Desde el principio, el grupo gritaba siempre que uno de los invitados que componía la mesa hablaba, para intentar impedir que el evento se realizara. Era una provocación. Si alguien reaccionaba, los incitadores manipularían los hechos y dirían que los habían agredido. Ya han utilizado ese truco otras veces en la región amazónica. El mayor objetivo de este grupo era Raoni, el kayapó que se ha convertido en el principal líder indígena de Brasil, que tiene mucha repercusión en el exterior y fue nominado al Nobel de la Paz.
Los guerreros kayapó que acompañaban a Raoni entraron en su bella formación habitual, como suelen hacer. Los kayapó son orgullosos e impresionantes en sus apariciones públicas. Crearon una barrera humana para permitir que los organizadores del encuentro pudieran hablar. Y entonces se pudieron escuchar las voces de los intelectuales de la selva, de los intelectuales académicos y de los líderes de los movimientos sociales. Durante la mayor parte de la mañana, el pequeño grupo de hacendados y grileiros (hay que diferenciarlos) intentó impedir la voz de los pueblos de la selva y de los movimientos sociales. Siempre provocando, intentando sofocar la voz de los invitados de la mesa de apertura. Una señal pequeña pero reveladora de que se están superando los límites se mostró justamente en el hecho de que ni siquiera el obispo del Xingú, monseñor João Muniz, pudo hablar sin que le interrumpieran los provocadores. Los días anteriores, la organización del evento ya había denunciado los intentos de intimidación en las redes y por e-mail. Figuras internacionales importantes, como la princesa de Bélgica María Esmeralda, activista y embajadora de WWF, dejaron de asistir al evento por temer la violencia.
Inmersa en las noticias producidas por Brasilia, que giran en torno a las declaraciones de Bolsonaro y de Lula, una parte de Brasil no se dio cuenta de la grandeza de lo que ocurrió en Altamira en ese encuentro. Amazonia Centro del Mundo reunió a líderes de la selva, pensadores y científicos académicos, representantes de movimientos sociales y jóvenes activistas climáticos de Brasil y de Europa, pertenecientes a los movimientos Engajamundo, Extinction Rebellion y Fridays For Future, este último inspirado por la adolescente sueca Greta Thunberg.
Algunos participantes venían de otra jornada, con el mismo nombre, que tuvo lugar una semana antes en la Tierra Media, de la que fui una de las organizadoras. En el encuentro en el corazón de la selva habían participado el gran chamán yanomami Davi Kopenawa —que hoy ve cómo los buscadores de oro vuelven a tomar el territorio de su pueblo— y la activista rusa Nadya Tolokonnikova, del movimiento Pussy Riot, que estuvo encarcelada en Siberia durante casi dos años por enfrentarse al déspota Vladimir Putin. Estaban allí para conocerse y crear una alianza por la selva. Era una reunión de gente que no quiere robar tierras públicas para especular o extraer minerales. Solo quiere que la selva permanezca en pie para que siga transpirando y salvando el planeta.
En Altamira, el encuentro lo organizaron decenas de movimientos de la ciudad y de la selva. Después de dividirse por la construcción de Belo Monte, las organizaciones sociales volvieron a unirse para luchar contra destrucción de la Amazonia. Esta vez, más preparados para identificar los trucos de los que buscan desunirlos para poder consolidar sus proyectos de destrucción. Belo Monte y su conjunto de violaciones fueron un posgrado entero sobre cómo actúan los “gestores de crisis” para neutralizar la resistencia, manipular la información e infiltrar la discordia. El aprendizaje todavía está en curso, porque siempre están los que tardan más en aprender. Y también los que nunca aprenden.
El encuentro mostró algo que parecía muy difícil, casi imposible, en el Brasil actual: la organización de una resistencia al autoritarismo en curso. No solo como una reacción a los ataques, sino como creación de futuro, como una propuesta de establecer una relación diferente con la selva y con la propia forma de vivir mucho más allá de la selva. Movimientos sociales urbanos, agricultores familiares y científicos se juntaron a los indígenas, ribereños y quilombolas en una alianza que sería difícil en el pasado reciente por la propia historia de cada uno de estos pueblos. El espacio no podía ser más adecuado, ya que la universidad pública es uno de los principales blancos del bolsonarismo. La alianza entre los saberes académicos y los de la selva se consumó también en la concreción del lugar escogido.
Uno de los momentos más emocionantes tuvo lugar cuando un agricultor de la Vuelta Grande del Xingú —un ecosistema que la central hidroeléctrica de Belo Monte está secando y destruyendo y que también está amenazado por la instalación de la empresa minera canadiense Belo Sun—, deshecho en lágrimas, les pidió perdón a los indígenas por haber ocupado un día las tierras que les pertenecían. Al terminar su discurso, un kayapó puso su mano sobre la suya e, inmediatamente, varias personas fueron añadiendo sus manos. La escena se convirtió en una performance artística, no planeada, de la alianza que se estaba consumando.
Antes de que los hacendados y los grileiros se fueran, vencidos en su intento de alborotar y silenciar las voces, tuvo lugar el momento más tenso del encuentro. Surgió ahí también una líder que la sociedad brasileña —la que defiende la vida, la democracia y la justicia— tiene que organizarse para ampararla. Su nombre, para recordarla y protegerla: Juma Xipaya.
Juma, una estudiante de Medicina de la Universidad Federal de Pará, pertenece a un pueblo que se había considerado extinguido y tuvo que probar que había sobrevivido al intento de exterminio. Hizo un discurso contundente contra todos los que intentaban impedir que se realizara el evento. Uno de los grileiros presentes se descontroló y le puso un dedo en el pecho. Cerca de él, dos misioneras que fueron compañeras de Dorothy Stang, asesinada en 2005 por un grupo que se conoce como “consorcio de la muerte”, rezaban. La joven indígena no se intimidó:
“Me llamo Juma Xipaya. Muchas veces pienso en lo que pensáis cuando os oponéis a nuestros discursos, a nuestras luchas. Parece que seamos vuestros enemigos. Solo quiero recordaros que, en ningún momento, hemos dicho que seáis nuestros enemigos o que nosotros seamos vuestros enemigos. Nosotros defendemos la vida, defendemos la selva. Y si vosotros decís que la Amazonia es de Brasil, ¿por qué no lucháis para defenderla?
"¿Toda esta producción y este desarrollo en el que pensáis es para los brasileños o para los extranjeros? Entonces, ¿por qué predicáis que la Amazonia es de Brasil, si no sabéis la importancia que la Amazonia tiene para nosotros, si no conocéis el valor de la Amazonia? No sois dignos de decir eso. ¿Sabéis por qué? Porque no sabéis qué es perder a un hijo, no sabéis qué es que te invadan la casa, no sabéis qué es que te expulsen de tus tierras. Respetad, respetad, respetad. Respetad mi discurso.
"Tenéis que escucharnos. Invadís nuestras tierras, entregáis nuestros minerales, acabáis con nuestras vidas y no queréis escucharnos. Respetad. Respetad la Amazonia, respetad a nuestros pueblos que mueren todos los días, a las mujeres violadas todos los días, a los indígenas con manos cercenadas por defender sus tierras. Nosotros defendemos Brasil. ¡Nosotros defendemos la Amazonia con nuestra propia vida desde hace siglos!
"El deber de defender la Amazonia no es porque nosotros, indígenas, vivimos en nuestras tierras. El mundo tiene el deber, tiene la obligación de defender la Amazonia, porque de aquí sacan todas nuestras riquezas y nos dejan solo las desgracias, las enfermedades, las tristezas, los conflictos.
¿Qué hijo lucha para deforestar y para matar a su madre?
Que vengáis aquí a gritar, a interrumpir nuestro discurso, es una falta de respeto. Si estáis aquí para dialogar, respetadnos a todos. No agredáis, no seáis violentos, porque yo no os agredo. Estoy defendiendo nuestros derechos, el derecho de existir, el derecho de los indígenas. Nosotros también somos dueños, incluso mucho más que vosotros. El río Xingú, la Amazonia, todos los seres que no conseguís ver ni respetar. ¿Sabéis por qué? Porque no tenéis relación con la tierra, no sabéis cómo es la conexión con la madre naturaleza. Porque ¿qué hijo lucha para deforestar y matar a su madre?
¿Qué tipo de hijos sois? ¿Qué tipo de brasileños sois? Siento pena. No por vosotros. Siento pena por las futuras generaciones. Por vuestros hijos y vuestros nietos. No tenéis derecho a acabar con nuestra futura generación. La Amazonia y Brasil no son solo vuestros. También son nuestros. Por lo menos, deberíais tener respeto y aprender a convivir”.
Raoni pediría más tarde que todos los que defienden la Amazonia ayuden a proteger a Juma Xipaya. Esta petición tiene que oírse mucho más allá de la selva y de Brasil. Con un AI-5 no oficial que ya se aplica en la región, la sociedad civil tiene que organizarse para crear una red de protección a los defensores de la selva e impedir el proceso de criminalización de las ONG que protegen a estos defensores, ya sea cuidando de su bienestar, como hace Salud y Alegría desde hace más de 30 años, o ayudando a implementar la economía en la selva —la que genera renta sin deforestar—, como hace el Instituto Socioambiental en las reservas extractivas de la Tierra Media, o combatiendo directamente la deforestación, como hacen otras organizaciones. La batalla del futuro ya se libra ahora.
A pesar de las ilusiones que todo el pueblo alimenta sobre las grandezas de su país, Brasil hoy tiene importancia en el panorama mundial principalmente por la Amazonia. La mayor selva tropical del mundo es la que concede relevancia estratégica a Brasil. El hecho de albergar el 60% de un bioma estratégico para controlar el sobrecalentamiento global hace que Brasil sea un país necesario. El problema es que el bolsonarismo, al igual que una parte de la élite económica y una parte de los militares, sigue creyendo que las riquezas de la Amazonia son los minerales bajo tierra y la extensión de terreno para especular. Algunos lo creen porque son burros y están desinformados, otros porque solo les interesan los beneficios privados e inmediatos y ponen sus intereses por encima incluso del futuro de sus propios hijos.
Las riquezas de la Amazonia son su inmensa biodiversidad y la capacidad de la selva de bombear agua a la atmósfera como si fuera un corazón gigantesco. Sin estas dos riquezas articuladas, la especie humana —además de muchas otras—, en los próximos años y décadas, estará condenada a una existencia hostil en un planeta sobrecalentado. Como recuerda el científico de la Tierra Antonio Nobre, la selva entera lanza 20 billones de litros de agua a la atmósfera cada 24 horas. Son los llamados ríos voladores. Todos los días lanzan sobre nuestras cabezas un volumen mayor que el que desagua el Amazonas en el Atlántico. Cada árbol grande de la Amazonia lanza mil litros de agua al día a la atmósfera por medio de la transpiración. Esta es la sinapsis que tenemos que completar todos en nuestra cabeza.
Una persona que coja el coche y vaya por la carretera Transamazónica, especialmente de noche, pero también de día, encontrará camiones cargados con troncos. En la región de Altamira, la mayoría se han arrancado de la tierra indígena Cachoeira Seca, una de las más invadidas y deforestadas del país desde la construcción de la central hidroeléctrica Belo Monte. Es lo que presenciaron los activistas de Fridays For Future y de Extinction Rebellion cuando fueron a la Tierra Media. En pleno día, los camiones con troncos pasaban junto al microbús en el que viajaban los participantes. Para los habitantes locales, es una escena corriente. Para los activistas europeos, fue una escena impactante.
El cálculo que hay que hacer es que cada uno de esos troncos dejó de lanzar mil litros diarios de agua a la atmósfera, que era lo que hacía cuando era un árbol vivo, en pie en la selva. Con cada árbol que cae mueren miles de otros seres vivos que se conectaban a su vida y producían otras vidas a su alrededor. Sin comprender la dimensión del asesinato, es difícil comprender la destrucción de la selva. El planeta es orgánico. Cada muerte genera una cadena de acontecimientos. Algunos visibles. La mayoría, invisibles. Al final del encuentro en Altamira, un estudiante comentaría, visiblemente afectado: “Cuando hablan de la selva, a los indígenas les duele, ¿no? Ellos no hablan de otra cosa, que está fuera de ellos, sino de ellos mismos. Ellos son la selva. Solo ahora lo he entendido”.
Indígenas, quilombolas y ribereños protegen la Amazonia con su propio cuerpo, transformándolo en una barrera entre la selva y los que la quieren destruir. A diferencia de lo que sucedió en el evento —donde, después de provocar alborotos, los hacendados y los grileiros se retiraron porque fueron derrotados en su objetivo de silenciar las voces—, los líderes de la selva mueren en la masacre cotidiana en el interior de la selva, donde no hay cámaras que registren los crímenes. También sufren amenazas y/o mueren los agricultores familiares, como sucede en Anapu, en cantidades mucho más elevadas que en el año del asesinato de Dorothy Stang. La sociedad brasileña tiene que decidir de qué lado está y proteger a quien la protege.
El 25 de noviembre, solo algunos días después del encuentro Amazonia Centro del Mundo, la Subcomisión Temporal de la Central de Belo Monte del Senado fue a Altamira para “inspeccionar” la hidroeléctrica y realizar una “reunión técnica”. Sin embargo, la prensa no pudo acompañar la “inspección” por la mañana. Por la tarde, en una reunión abierta al público, las ONG se convirtieron en el blanco. El senador Lucas Barreto afirmó explícitamente que recomendaría que se incluyera en la “Comisión Parlamentaria de Investigación de las ONG” al Instituto Socioambiental, una de las organizaciones que más defiende la selva y a sus pueblos en la región. El antropólogo del lado podrido preguntó entonces si podía asegurar que la comisión se realizaría el año que viene. El senador dijo que sí. Conmemoraciones.
La ofensiva para eliminar los “estorbos” para convertir la selva de todos en la hacienda de pocos está trazada y ya se ha puesto en marcha. La ONG Salud y Alegría puede ser solo la primera víctima. Una parte de la prensa colabora con el método, al divulgar los arrestos sin comprobar el contexto ni hacer una investigación independiente. Cuando se detiene a alguien en Brasil, el estigma se le pega en la piel, la condena pública precede todo el rito legal. Los agentes de seguridad y de justicia abusan de su poder para promover linchamientos. Y este es precisamente su objetivo. La sospecha que se arroja sobre las personas y organizaciones puede durar para siempre, como ya ha demostrado la historia.
Es absolutamente necesario que la sociedad, las autoridades y las instituciones repudien las evocaciones del AI-5, como las que hizo Paulo Guedes. Pero, además, también hay que entender que el autoritarismo se está infiltrando sin papeles ni documentos a una velocidad inédita en la Amazonia y en las periferias urbanas. Es la estrategia de este gobierno ruidoso que, desde que ha subido al poder, controla las noticias y dirige la conmoción pública.
El día 25, los afectados por Belo Monte asistieron al Centro de Convenciones de Altamira. La mayoría están vinculadas al Movimiento de los Afectados por las Presas, que realiza una actividad importante en la región. Antes de que los senadores entraran en la reunión pública, acompañados por ruralistas y la directiva de la concesionaria Norte Energia, dos policías militares ostensiblemente armados cruzaron la sala también para hacer una inspección.
La escena que se produjo es incompatible con la democracia. Los policías y sus armas se detenían delante de cada una de las personas y les obligaban a mostrar sus carteles de protesta. Así se instituye el AI-5 sin ningún documento, ni firma, ni anuncio oficial.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Traducción de Meritxell Almarza.
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