Un edificio de paso
El estudio mexicano Productora convierte el Centro Cívico de Teotitlán del Valle en una lección de civismo
El centro histórico de Bolonia es amable porque uno sabe que si llueve, o azota el sol, la loggia ondulada de arcos le servirá de cobijo. En Chicago, el invierno sería aún más frío si uno no pudiera atravesar manzanas cruzando por el interior de los grandes almacenes del Loop y, de paso, recuperando unos grados de temperatura. En Nueva York, el recibidor de la Ford Foundation tiene árboles que, junto a los bancos públicos, ofrecen no solo cobijo, también compañía a quien tiene tiempo para sentarse un rato. La primera planta del Ayuntamiento de Madrid es también así: tiene sofás y mesas, espacios para trabajar, enchufes, baños y ¡wifi! Y es de uso público. Esto es: de libre acceso, aunque mucha gente no lo sabe. Lo fue desde que un alcalde del PP trasladó allí el Ayuntamiento (Ruiz-Gallardón), siguió siéndolo durante el mandato de Carmena y, de momento, a Almeida no se le ha ocurrido cerrarla. O convertirla en aparcamiento.
Hay edificios que, por fuera o por dentro, prestan un servicio público que excede su función. A veces lo hacen con la sombra que proyectan los árboles de su entrada, otras con los peldaños convertidos en gradas. Con frecuencia, con voladizos donde nos agrupamos cuando irrumpe la lluvia y de vez en cuando con un banco que nos permite descansar unos segundos las bolsas de la compra o sentarnos a hablar con un amigo con el que hemos tenido la suerte de tropezar.
En Teotitlán del Valle, un pueblo en el Estado de Oaxaca (México), el equipo de arquitectos del estudio Productora ha levantado un edificio amable, un centro cultural que se pone en la piel del ciudadano y le evita dar vueltas, le facilita la circulación, al tiempo que le ofrece cobijo y sombra. El Centro Cultural Comunitarios exhibe las riquezas arqueológicas y textiles locales y celebra el lugar donde se encuentra: la plaza del pueblo. Por eso, Carlos Bedoya, Wonne Ickx, Abel Perles y Víctor Jaime propusieron construir a la vez un edificio y la propia plaza. Se trataba de adaptarse a lo existente: el lugar, el color, la materialidad térrea de las construcciones o la escala, que decidió el volumen. Pero, a la vez, de facilitar el descanso y agilizar el paso de los ciudadanos.
Así, junto a la plaza, el volumen del Museo se rige por la estética del entorno, lo mismo que un segundo cuerpo que contiene la Biblioteca Municipal y una zona de servicios. Sin embargo, no es la construcción, sino su ausencia lo que caracteriza el proyecto. Ambos edificios ocupan solo el 18% del total de la superficie edificable. Son intervenciones que liberan, arquitectura de espacio público, plaza y jardines que se deja perforar por las necesidades de esa vida y vía pública mejorando los recorridos peatonales que pasan por el sitio y conectan la plaza con el resto del pueblo.
Si el volumen, los materiales y la organización responden al lugar, las cubiertas inclinadas, el grosor de las fachadas y las aberturas responden a sus condiciones climáticas y tratan de regular la temperatura en el interior del edificio sin instalar sistemas de acondicionamiento térmico. El resto es, también, oficio arquitectónico: diversas condiciones lumínicas, variados espacios de doble y triple altura para acoger exposiciones y actividades, y decisión a la hora de limitar la paleta de materiales de elaboración local: hormigón pigmentado, madera, baldosas de barro y ladrillos que fomentan, aún más, la integración de la arquitectura y el entorno. Se trata, en suma, de un edificio que sabe dar un paso atrás para acoger a la gente doblando su función, una arquitectura de paso que llega para quedarse.
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