Evo, los motivos de AMLO
No está claro si más allá de la admiración y la solidaridad, López Obrador observa algún paralelismo en las metas, los métodos y, por qué no, la personalidad del expresidente boliviano
Tardará en asentarse la polvareda que ha dejado en México el controvertido asilo político y el azaroso traslado del ahora expresidente Evo Morales desde Bolivia. Entre otras cosas porque pone fin o constituye una excepción a una de las obsesiones del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador: “la mejor política exterior es la política interior”. El presidente parecía decidido a ignorar toda controversia multilateral, toda crisis política internacional o regional que no involucrara directamente a México. Simple y sencillamente había decidido que no tenía tiempo para gastar en algo que de cualquier manera nunca le había interesado mucho. Delegó en su dinámico canciller, Marcelo Ebrard, todo lo que tuviera que ver con lo que pasara fuera de las fronteras a riesgo incluso de aislarse de sus colegas del resto del mundo.
¿Qué razones le impulsan ahora a convertirse en un protagonista inesperado en el escenario latinoamericano? ¿Qué le lleva a intervenir en una coyuntura sin relación directa con su amada 4T, sabiendo que tendrá consecuencias geopolíticas inevitables? Y las tendrá; no solo porque sentará un precedente para crisis políticas posteriores en otros países del continente, sino también porque esta intervención confronta directamente las posiciones del Gobierno de Trump en lo referente a asuntos hemisféricos, algo que México deseaba evitar a toda costa. Evo Morales ha dicho que seguirá su lucha política y ahora mismo sus simpatizantes protestan en las calles bolivianas. El exiliado será un huésped incómodo, una espina en la relación entre algodones que López Obrador cultivaba entre Palacio Nacional y la Casa Blanca.
¿Por qué el cambio? En mi opinión tiene que ver con pulsiones más bien personales.
Un compañero de la Casa del Estudiante Tabasqueño, donde López Obrador vivió recién llegado a la Ciudad de México lo recuerda como un joven retraído, descolocado en la vida capitalina. Quería ser beisbolista profesional y la carrera de Ciencias Políticas en la UNAM lo tenía desencantado, los 19 años transcurridos en su querido Tabasco no lo habían preparado para los modos y quehaceres chilangos. En ocasiones no acudía a clases y prefería encerrarse en su cuarto. El 11 de septiembre de 1973 cambió todo. Se pasó días pegado a la radio siguiendo de cerca el golpe de Estado en contra de Salvador Allende. “Andrés Manuel se tomó como algo personal la muerte de Allende”, dice su ex condiscípulo. Escribió en la pizarra del comedor “Viva Chile” y arengó a sus compañeros sobre la injusticia cometida. A partir de ese momento se involucró de lleno en los estudios y comenzó a integrarse al mundillo político y cultural de los alrededores de la UNAM, con sus peñas y sus canciones de protesta, a las librerías y los picnics improvisados en el campus universitario.
Muy probablemente la renuncia de Evo Morales a instancias de los militares y la trayectoria personal del líder boliviano disparan en López Obrador una indignación personal y una pulsión irresistible que empata con aquel momento fundante hace ya casi medio siglo.
Por lo demás, de todas las experiencias recientes de gobiernos populares en América Latina el de Evo Morales es el que más respeto le merece a López Obrador. El perfil sobrio y modesto del ahora exiliado, los logros de su Gobierno a favor de los más desprotegidos y los antecedentes indígenas de Morales lo convierten en un admirado compañero de lucha. La primera responsabilidad política de López Obrador fue como delegado en Tabasco del Instituto Nacional Indigenista, una tarea que a los 24 años él asumió como un apostolado, yéndose a vivir a la Chontalpa. Habitó en una choza entre ellos y se empapó en las causas, usos y costumbres de las comunidades indígenas.
No está claro si más allá de la admiración y la solidaridad, López Obrador observa algún paralelismo en las metas, los métodos y, por qué no, la personalidad de Evo Morales. De ser el caso, es decir que el mexicano asuma la experiencia del boliviano como una suerte de espejo, habría que rescatar dos lecciones y poner la propia barba a remojar. Primero, que los indudables logros de Morales quedaron terriblemente empañados por su intento anticonstitucional de reelegirse tras casi 14 años en el Gobierno. Y segundo, que fue el ejército, un poder invariablemente aliado y respetuoso del presidente a lo largo de esos años, el que le obligó a retirarse. Un tema que debería despertar reflexiones en Palacio Nacional. Pero esa es otra historia.
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