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ARCHIPIÉLAGO
Columna
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Jueves 21 de noviembre (Avenida 26, Bogotá)

El Gobierno seudouribista y a medias de Iván Duque ha incumplido una y otra vez su promesa de lograr la paz política

Ricardo Silva Romero
El presidente colombiano, Ivan Duque.
El presidente colombiano, Ivan Duque. JUAN BARRETO (AFP)

Yo no creo que se caiga este Gobierno: mejor que no. Pero tampoco me parece que tenga de dónde caerse. Por supuesto, en el Estado colombiano de hoy hay miles de funcionarios bienintencionados dedicados al honroso lugar común de servirle al país. Y claro: en todas las presidencias de todas las repúblicas, incluso en las presidencias malas e impopulares, se trabaja de madrugada a madrugada como perdiéndose en un laberinto hasta que el último de los asesores insomnes vocifera que “si la gente supiera todo lo que se está haciendo…” andaría por ahí arrinconada pero agradecida. Y, sin embargo, en estos quince meses, a fuerza de refugiar y consentir diplomáticos agrestes, asesores de paz que aconsejan la guerra, civiles que azuzan a los militares, estigmatizadores de la oposición, negacionistas del conflicto, trumpistas made in Colombia y persecutores de la prensa, entre otros falsos demócratas, el Gobierno seudouribista y a medias de Duque ha incumplido una y otra vez su promesa de lograr la paz política.

Y aquí estamos. Dentro de ocho días, el jueves 21 de noviembre de 2019, se llevará a cabo un paro nacional como no se veía desde hacía varios años: campesinos, indígenas, negros, profesores, estudiantes, pensionados, trabajadores, sindicalistas, grupos de mujeres, miembros de la comunidad LGTBIQ, opositores desengañados y ciudadanos hartos de que les nieguen la incertidumbre empezarán a marchar por la Avenida 26 de Bogotá para pedirle a la administración de Duque que –por ejemplo– se gane la autoridad para pasar su reforma tributaria, cumpla cabalmente los acuerdos que ha hecho con tantos estamentos de la sociedad y respete el derecho a la protesta social que se ha querido deslegitimar con vandalismos y estigmas. ¿Y cuál ha sido la respuesta, en su propia lengua, de ciertos padrinos, ciertos escuderos, ciertos altos funcionarios del Gobierno? Señalar y señalar.

E insistir en ponerle una cara amable y cansina, la de Duque, a la estrategia fallida de solo dirigirse al país de privilegiados que desconfía de las marchas, de los diálogos de paz, de las luchas por la igualdad: el expresidente Uribe, jefe del partido de Gobierno, declaró que “el derecho democrático de la protesta social no puede estar al servicio de anarquistas internacionales ni de grupos violentos” para ir azuzando la paranoia e ir estigmatizando una marcha que es contra la estigmatización.

Sé que he estado repitiéndolo cada vez que puedo. Sé que pronto me pondrán los ojos en blanco que se les ponen a esos percudidos tratadistas de cafetería que arruinan las tardes de todos cuando lanzan sus sermones: “Este país…”. Pero, mientras los trols gobiernistas deshonran las protestas de antemano, creo que vale la pena recordar que –de acuerdo con el estudio anual que la firma inglesa Ipsos Mori ha titulado “Peligros de la percepción”– Colombia suele ser el sexto país del mundo más ignorante sobre sí mismo: no parece sabio confiar del todo en las ideas que se hacen los colombianos sobre su propia tierra, no, porque esto no es el paraíso aterrorizado de los unos, ni es el infierno subyugado de los otros, y aquí el desconocimiento de lo propio ha sido una cultura dentro de la cultura.

Digo esto porque el uribismo, que supo leer a este país durante tanto tiempo, no solo está sufriendo en carne propia la sociedad desmoralizada e iracunda que montó cuando fue la oposición brutal que fue, sino que, pleno de ignorancia atrevida, parece empeñado en empujar al Gobierno a que no pacte con una Colombia que no sea su Colombia.

Podría hablarse de “una dosis de su propia medicina” o señalar que “le salió el tiro por la culata”, con risa justiciera, pero lo único que urge ahora es el fin de su soberbia.

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