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Columna
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Un bel morir tutta una vita onora

Rivera ha sabido irse a tiempo. Desahuciado por los catastróficos resultados, pero ni un día más tarde de que se hubiesen producido. Y antes de que se le reclamase

Xavier Vidal-Folch
Albert Rivera ayer durante el anuncio de su dimisión.
Albert Rivera ayer durante el anuncio de su dimisión.SUSANA VERA (REUTERS)

Así lo escribió Petrarca. Un bel morir tutta una vita onora: una muerte hermosa honra toda una vida. Este endecasílabo es uno de los más poderosos versos de la poesía europea. Porque aúna su inmarcesible finura literaria con el imperativo moral que conmina a acabar in bellezala propia trayectoria, aunque antes fuese un rosario de desastres.

El abrupto final de la vida política del ciudadano Albert Rivera embellece años de dirigencia más que discutible. Pero aunque controvertidos, conviene insuflar relieve a ese fin, en un país que, si bien suele enterrar bien, casi nunca lo hace con los políticos en activo. Quizá por el hábito de lancear al muerto.

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Albert ha oficiado una muerte hermosa por ninguna de las razones con las que la ha explicado: ni unió a la sociedad catalana, sino que amplificó su fractura; ni dejó en herencia un partido liberal fuerte, sino gefo; ni se puso casi nunca a medio campo, en la piel del rival, menos aún del enemigo, casi todos.

Pero ha sabido irse a tiempo. Desahuciado por los catastróficos resultados, alegarán. Cierto. Pero ni un día más tarde de que se hubiesen producido. Y antes de que se le reclamase.

Y ha sabido irse de la política del todo, de todo y para todo: del cargo de presidente que unos dirigentes domesticados tras el éxodo de auténticos centristas (Toni Roldán, Paco de la Torre) no le apearon, pues no era peor que ellos, (salvo, quizá, que Inés Arrimadas). Del puesto en el Congreso. De la política profesional.

La mejor impronta de dignidad es la renuncia al escaño:

—“Ser diputado no es una nómina”, que dijo.

Y se ganó así la simpatía eterna de la quiosquera de La Garriga. Ojo, ninguna ganga: el que fue su pueblo y que guarda aún en cierto recodo una ignominiosa pintada que asocia su nombre a una diana en la que hacer puntería, som gent de pau.

Figuran en mi libreta, columna debe, sus plastas monolingüistas inversas al del otro monolingüismo intolerante; su sordera ante el catalanismo abierto; su blanqueo de la ultraderecha; su retracción a la promesa de ser bisagra centrista; su tolerancia final con la corrupción, frente a su oferta regeneracionista... Y los logros del haber: su apuesta por un liberalismo económico progresista, con Roldán y Luis Garicano; su viejo y sensato programa de gobierno a pachas con los socialistas; su atracción a gentes de cuerpo entero como Maite Pagaza; su aprendizaje con Paco (Francesc de) Carreras... No contaré si las dos columnas saldan. Me quedo con la dignidad del adiós.

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