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Migrados
Coordinado por Lola Hierro
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Las ideas coloniales que retoma el discurso xenófobo

Gilles Manceron, experto en historia colonial francesa, habla de los argumentos del racismo y las medidas discriminatorias contra los extranjeros

Los campamentos de migrantes son cada vez más visibles en la capital francesa. La policía desaloja a varios miles de personas el jueves 7 de noviembre de un vecindario del norte de París donde los migrantes han sido expulsados ​​repetidamente.
Los campamentos de migrantes son cada vez más visibles en la capital francesa. La policía desaloja a varios miles de personas el jueves 7 de noviembre de un vecindario del norte de París donde los migrantes han sido expulsados ​​repetidamente.Francois Mori (AP )
Analía Iglesias
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No hay distopía alguna en el guion de la miniserie británica Years and years, al menos en lo que concierne a la representación del tratamiento de los migrantes y refugiados en Europa. Sus creadores han dado rienda suelta a la imaginación de lo que sucederá, en poco tiempo, en una sociedad de cyborgs y campos de concentración, pero el futuro se les adelantó, y ya está aquí. No vamos a hacer spoilers, pero la ficción protagonizada por Emma Thompson —en el papel de una líder ultraderechista— da cuenta de la política migratoria que supuestamente encararán de aquí a diez años varios países europeos, entre ellos, el Reino Unido, España y Francia. Lo hace algo atropelladamente, pero el caso es que lo que sucede ya sucedió y no es nada es halagüeño.

De la no-ficción en España ya nos dicen bastante los últimos debates sobre la criminalización del colectivo de los inmigrantes menores no acompañados, a los que se llama por siglas (MENAS), o las fotos de cada noche en las aceras del Samur Social de Madrid. Pero más allá de los Pirineos, la realidad también compite con la ficción. La semana pasada, un representante del Ejecutivo de Emmanuel Macron dijo explícitamente que hay que abarcar los espacios electorales de otras fuerzas políticas y no dejar asuntos como la inmigración solamente en los discursos de “los extremos”, aludiendo en especial a la crecida derecha nacionalista. Días después, el mismo Gobierno francés presentó un plan para regular la inmigración por el que se endurecerán, entre otras, las condiciones de acceso a la cobertura sanitaria para los demandantes de asilo. Horas después, parte de lo prometido se concretaba con el desalojo policial de dos campamentos en los que vivían personas africanas y de Oriente Medio, en París. En una sola mañana fueron evacuadas más de 1.600 personas de los asentamientos precarios de Porte de la Chapelle y Saint-Denis para ser realojados en polideportivos y otras dependencias institucionales, aunque se calcula que pueden ser alrededor de tres mil los inmigrantes que pernoctan en tiendas en la capital francesa.

Por lo general, detrás de estas políticas ejecutivas suele haber encuestas que auguran pérdidas de votos por un malestar que se respira a nivel ciudadano. Entonces, avalados por estudios de mercado sobre lo que inquieta al electorado, los gobernantes orientan el timón en uno u otro sentido. De ahí la importancia de dar voz a quienes investigan la genealogía y los traumas de las naciones para entender las causas profundas de esa inquietud. “La sociedad civil tiene un papel que desempeñar”, decía hace algunas semanas el historiador francés Gilles Manceron, experto en la historia colonial francesa y exvicepresidente de la Ligue des Droits de l’Homme (LDH) en un encuentro en torno a la violencia que se desarrolló en el marco del Foro de Derechos Humanos en Esauira, Marruecos. Y citaba al poeta Max Jacob: “Uno no canta bien más que sobre las ramas de su propio árbol genealógico”.

Justamente, sobre esa autoexploración poscolonial preguntamos a Manceron, que también fue profesor de instituto de la periferia de París. El historiador responde al interrogante sobre el vínculo entre el viejo colonialismo francés y el recelo que parece esconderse hoy bajo la superficie de estas medidas de mano dura contra los migrantes que parte de la población francesa pide o acepta. Sin esconder el hecho de que la profunda sensación de injusticia puede motivar en los migrantes “reacciones inapropiadas”, Manceron explica que la violencia “no se acaba con más policías o militares”, sino preguntándose por las injusticias profundas que laten en esas expresiones. “Gran parte de la historia colonial habla por sí sola”, advierte.

P. ¿Cuánta de esa desconfianza de algunos franceses hacia los migrantes deriva de la propia historia como potencia colonial?
La gente encuentra en las ideas xenófobas la manera de afrontar sus problemas económicos y políticos
R. El pasado determina la xenofobia contra los migrantes, en parte, a partir de representaciones mentales y conceptos que comenzaron a fijarse y difundirse en el pasado colonial. Y persisten a lo largo de cuatro, cinco o seis generaciones sucesivas. Aquellas cosas que habían sido un poco dejadas de lado en la época de las independencias, fueron retomadas en los años noventa y los 2000 sobre las imágenes de africanos y magrebíes que se habían forjado en la época colonial. Porque la gente encuentra en aquellas ideas la manera de afrontar sus problemas económicos y políticos, que comprenden, por supuesto, la emergencia del terrorismo en el ámbito de los países árabes. Así, se utilizan los mismos razonamientos para confirmar los argumentos de la visión colonial.
P. ¿Cree que la izquierda europea, especialmente la francesa, ha tendido a esconder los pecados coloniales?
R. A mi criterio, desde el siglo XIX, o sea, desde el surgimiento del socialismo en Europa, la izquierda francesa no ha estado vigilante ni ha sido consecuente con el problema colonial ni con la contradicción que eso representaba con respecto a sus ideales. Se evitó pensar en los hijos de la población negra como nuestros hermanos; esto es, como parte de la misma colectividad humana.
P. Algo así como aceptar los beneficios que dejan los negocios en suelo africano pero desentendiéndose de su población…
R. Es una forma de violencia. La gente de Senegal que viene a Francia en lugar de ir a Alemania o a Inglaterra sabe que forma parte del ser francés en muchos aspectos. No hay que negarlo. En las guerras mundiales hubo soldados senegaleses que murieron por Francia, pero eso no se conserva en la mentalidad actual de muchos franceses.
P. Cuando se habla de los atentados terroristas en suelo francés, en París se oye decir: “Nos atacan por nuestra manera de vivir, nos tenemos que defender, no nos van a hacer cambiar nuestros modos de vida”, ¿qué piensa de estas frases?
R. Es una fabricación. No son más que pretextos para este renacer del racismo. De la misma manera se dice que defendemos a las mujeres y a nuestra cultura... Hay que combatir todos los días estas ideas acerca de que alguien quiere prohibirnos nuestros modos de vida, como se dijo en referencia a lo sucedido en noviembre de 2015: no es verdad que ataquen una cafetería porque no quieren que estemos en los bares. En todas las ciudades del mundo, incluidas las árabes y africanas, hay cafés y la gente se reúne allí.
P. ¿Cómo se curan las heridas coloniales?
R. Hace falta un Estado de derecho que respete las reglas, y hay que dar la batalla todos los días para que se respeten las reglas del Derecho.

Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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