Carla Simón: “El sida se vivió en secreto, nuestra abuela no sabía que mi madre murió de eso”
La cineasta cierra su trilogía familiar con ‘Romería’, donde imagina el origen de la relación de sus padres y su adicción a la heroína


En 2017, cuando Carla Simón Pipó presentó Estiu 1993, su abuela María todavía no sabía que de lo que murió su hija Neus, la madre de Carla, era de sida. Habían pasado 24 años desde que la enterraron por haber alcanzado el estadio del VIH en el que se destruye el sistema inmunitario. “Cuando mi madre estaba enferma, nadie utilizó esa palabra. El sida se vivió en secreto. Mis abuelos maternos no sabían que había muerto de eso porque sus hijos se organizaron para decirles que era otra cosa. Incluso en una familia como la mía, que dentro de todo se ha vivido de una manera bastante abierta, pasó esta cosa generacional de ser incapaz de aceptar la situación”. En una tarde nublada de finales de julio, Carla Simón rememora este hecho con la calma y desarmante naturalidad de su discurso. La barcelonesa está sentada en un banco de un parque infantil en Les planes d’Hostòles (Girona), el tranquilo pueblo de la Garrotxa entre idílicos gorgs en el que transcurría Estiu 1993. Aquel debut sobre la orfandad infantil inició una trilogía que, tras explorar una familia agricultora del Segrià en Alcarràs (2022), se cierra este viernes con el estreno en cines de Romería, una reconstrucción libre de la historia de sus padres y la adicción a la heroína que iniciaron en Vigo, preseleccionada en el camino a los premios Oscar. “Me he sentido muy liberada con esta película”, dice. A unos metros de distancia, para ofrecer intimidad, su madre adoptiva, Paquita, sostiene en brazos a Mila, la segunda hija de Carla, que nació hace apenas seis semanas, poco después de presentar Romería en Cannes. Al fondo, su hermana Berta y la pareja de Carla, Valentín, columpian al primer hijo de la cineasta, Manel, de tres años, que pregunta si vamos a tardar mucho.
Aunque Simón reside el resto del año en el Masnou (Barcelona), la familia ha podido juntar unos días en el pueblo tras el parto de Carla. La tarde es tranquila y hay pocos vecinos en la calle. Un veinteañero al que Carla hizo de monitora en el casal del pueblo cuando era crío saluda a las hermanas mientras pasea a su perro. A simple vista, y ante lo convencional de esa postal veraniega, nadie diría que en ese parque se concentra el germen creativo de una cineasta que, mientras buscaba respuestas sobre sus orígenes, trascendió de lo personal a lo colectivo creando la gran trilogía familiar de nuestra era. Y lo hizo desenterrando uno de los estigmas silenciados en la memoria histórica de este país: el de la paranoia y vergüenza que acompañó a la epidemia de heroína de los 80 y posterior crisis del sida de los 90. “Ha pasado el tiempo suficiente como para que podamos encarar esta conversación. Somos las hijas, los hermanos pequeños, los supervivientes, al fin y al cabo, los que hemos entendido que es el momento de afrontarlo. Hacer memoria histórica porque quienes lo sufrieron, lo enterraron en el dolor más profundo, y ese desgarró llevó al estigma”, analiza.

Nunca lo planeó así, pero ha pasado más de una década desde que Carla Simón iniciase la exploración de sus raíces y el porqué de sus silencios familiares. Sus padres, Kin y Neus, fueron adictos a la heroína en los 80 y fallecieron de sida con tres años de diferencia. Al padre, vigués, nunca lo conoció. Su madre se separó al embarazarse y se marchó de Vigo para desengancharse de la heroína. Carla nació en Barcelona en 1986 libre de VIH y el padre murió en Galicia tres años después. Nunca lo conoció. En 1993 fallecería Neus y Carla fue adoptada por su tío materno y la mujer de este, que ya tenían una hija (Berta).
Hasta los 12 años, ella pensó que si vivía con sus tíos, a los que también considera como sus padres, era porque Kin había fallecido en un accidente de coche y Neus había sufrido una enfermedad. “La verdad me la contaron mis padres a una edad que creo que es muy permeable, en la que ya puedes entenderlo y todavía no estás en la adolescencia. Para mí fue como ‘Ah, vale, lo entiendo’. Me ayudó mucho saber el contexto generacional, asumir que no solo les pasó de forma aislada”, explica. Tanto naturalizó esa noticia que se dedicó a aclararlo a todos sus amigos de primero de la ESO. “Llegué al instituto y fui diciéndoles: ¿Te acuerdas de que te conté que mi madre murió enferma y mi padre en un accidente? Pues no fue así”, rememora. Se podría decir que ese diálogo fue un preámbulo de su cine, donde se especializó tras pasar por la Universitat Autonòma de Barcelona y cursar un máster becada en la London Film School: ¿Sabéis de todos aquellos muchachos caídos de los que nadie quiere hablar? Pues aquí tenéis la historia de esa generación escondida.


Más allá de los retazos autobiográficos, si algo une a esta trilogía es el clínico e inteligente análisis del léxico familiar. De sus gestos, sus miradas, sus silencios. Da igual si es rural, de provincias o burgués. Todos, en algún momento, nos vemos en alguna de sus secuencias. Simón incide en marcar distancia autobiográfica. “Estiu fue más personal y en Alcarràs había mucho también del coguionista, Arnau Vilaró, que viene de familia de agricultores. En Romería no es mi familia de Galicia para nada. Esa familia del padre bebe de muchas otras familias. Por ejemplo, lo que hace el abuelo, poniendo en fila a los nietos para darles dinero, es algo que hacía mi abuelo materno, que le encantaba”. El secreto para retratar esas galaxias tan particulares pero universales, dice, es buscar empatía en la complejidad. “Con mi propia familia hubo mucha discusión, pero no para decir ‘Esto, sí; esto, no’; sino un proceso de escucha para entender todas las caras. En la vida no hay blancos o negros. Incluso cuando retratas los defectos, hay un cariño al personaje para entenderlo. Al final, todo el mundo hace lo que puede o lo que mejor le sale”.
“Yo no sé cómo lo hace, pero Carla tiene la capacidad de compartimentar sus emociones. Ella recoge toda la mierda de las familias, la ordena en cajones, madura esas ideas y después lo transforma en algo bonito. Su cine es el mejor homenaje a las familias que se me ocurre”, cuenta su hermana Berta Pipó (Carla tiene sus apellidos invertidos de orden por decisión de su madre Neus). Actriz cuatro años menor que Carla, Pipó ha participado en toda la trilogía. En Estiu 1993 aparece como una de las tías de Frida, en Alcarràs fue la tía Glòria y en Romería ha trabajado detrás de las cámaras, como coach actoral. “Estiu fue en la que menos estuve, pero es la que más me toca a nivel personal. En el rodaje y montaje final vi recuerdos que no recordaba. No todo el mundo tiene esa oportunidad [la hermana de Frida representa que es ella]”.

Los hermanos de Simón no son ajenos a su universo creativo -el pequeño, Ernest Pipó, es el autor de la banda sonora de Estiu 1993 y de Romería-, pero a Berta le sorprendió la llamada de Carla un año antes de rodar Romería. “Me contó que me quería de coach y le dije: ‘¿Estás loca? Eso implica que estaremos juntas 24 horas al día. Si de directora a actriz nos salió bien, ¿para qué complicarse ahora? Nos mataremos’”. Al final, funcionó. “Mágicamente, estábamos de acuerdo en todo”. Trabajar pegada a Carla tras el monitor ha permitido a Berta encajar las piezas de su constelación familiar. “En este rodaje comprendí que mi hermana es huérfana”, reflexiona. “Yo siempre la he mirado como hermana, pero aquí he sido más consciente de que ella perdió a sus padres, aunque los míos también lo sean. Y me ha hecho pensar mucho en la historia de mi tía, que nunca conocí. Como ella, también he puesto parte de mi imaginación, de recuerdos que ni siquiera tengo”.
La madre de Carla Simón fue una de las 4.227 personas que en 1993 murieron de sida, el año en el que se fueron una cuarta parte de los contagiados ese año −el pico de fallecidos llegaría en 1995, con 5.857 defunciones−. Pero de aquellos años aciagos, en España, no se hablaba. “Se vivió con mucho dolor, de puertas para adentro. Todo esto se enquista hasta que llega alguien y dice: ‘A lo mejor no pasa nada si aceptamos que esto pasó”, dice Simón. Y no solo se trata de hablarlo, sino de cambiar la óptica sobre el estigma. Trabajando con las cartas que su madre envió a diversas amigas desde Tetúan, Amsterdam, Vigo, Barcelona y Perú, Simón entendió que había mucha vida y mucho potencial poético que explorar. “Mostraban a una generación con una manera de estar en el mundo muy presente. Todo les interesaba: las drogas, los paisajes, la música. Sabía que tenía que hacer algo que estuviese a la altura de esos textos”. Por eso se decantó por Alcarràs y no por Romería tras Estiu 1993. Necesitaba un respiro tras la exposición personal de la promoción del debut, que la dejó agotada y sin saber cómo concretar ese material. El éxito de Alcarràs (Oso de Oro en la Berlinale y 2,4 millones de recaudación en taquilla) la alivió para liberarse: ‘Me dije: ‘Mejor que Alcarràs no puede ir, así que voy a hacer lo que me apetece, experimentar, y seguir avanzando’. Vaya sí lo hizo.

Romería no va de retratar a su familia paterna, sino de aplicar una mirada vitalista, salvaje y cargada de generosidad a una generación perdida que vivió ansiosa de libertad y de romper con todo tras los años negros de la dictadura. Lo sabe Xulia Alonso, la escritora gallega que para Carla Simón es “mi madre si siguiera viva”. La frase la escribió Simón en el epílogo de la traducción al castellano de Futuro imperfecto (Passom&Bartleboom), las memorias en gallego de Alonso, una crónica en formato carta a su hija Lucía sobre engancharse a la heroína en los 80 con su pareja Nico, desengancharse a los tres años, enfermar ambos de sida y sobrevivir a la muerte de Nico en los 90 por toxoplasmosis cerebral, la misma complicación de la que también murió Kin, el padre de Carla.
Xulia y Carla se conocieron cuando la escritora le dio su libro en el festival de cine de Pontevedra mientras presentaba Estiu 1993 y desde entonces han mantenido el contacto. La vida de su hija Lucía y la de Carla, como explica Alonso al otro lado del teléfono, está llena de “coincidencias increíbles”. Se llevan dos años de diferencia, pero ambas sufrieron asma nervioso después de que falleciese uno de sus progenitores (Nico en el caso de Lucía, Neus en el caso de Carla), ambas han tenido dos hijos y hasta se quedaron embarazadas al mismo tiempo, llegando a compartir habitación doble en el hospital Sant Pau cuando Carla Simón parió a Mila. Para Romería, Alonso ha coordinado las escenas de consumo y episodio de abstinencia que sufren Mitch y Llúcia Garcia, los protagonistas en la parte onírica que imagina a los padres de Carla. “Tenía que enseñarles que, en la heroína, los amantes no se tocan ni se abrazan mientras pasan el mono. Ellos entraron muchísimo en la escena, salí tocadísima. ‘Menos mal que es el pasado, me dije”. Alonso también cree que es el turno de las hijas del sida para cerrar heridas. “Yo admiro muchísimo a esa generación de padres que hizo lo que pudo, fueron familias, como la mía, que se vieron desbordadas. Todavía no habían superado el reguero de la adicción que después llegó el sida y vieron como morían uno detrás de otro. Es más fácil hablar de ello si pasa el tiempo. La perspectiva da una panorámica que permite suavizar la dureza de lo vidido”
“En Estiu quizá hay tres escenas que pasaron tal cual. En Alcarràs, igual alguna frase de una comida familiar. Y de Romería, lo único que ha pasado es estar en un barco con mi tío. Yo lo mezclo todo. Mi memoria tampoco es confiableCarla Simón
Tras una década de exploración familiar en la que, sin buscarlo, encontró nuevas familias, Carla Simón ha entendido que ninguna memoria es confiable. “Me pasé toda la promoción d’Estiu diciendo que no se pueden generar recuerdos y que te tienes que apropiar del relato de los otros, pero me he dado cuenta de que no puedes fiarte del relato porque cada uno tiene su dolor y su visión subjetiva. La memoria es muy selectiva y no encaja”. El espectador no debería buscar una literalidad con su vida en la trilogía. Que parta de lo autobiográfico no aleja a la ficción. “En Estiu quizá hay tres escenas que pasaron tal cual. En Alcarràs, igual alguna frase de una comida familiar. Y de Romería, lo único que ha pasado es estar en un barco con mi tío. Yo lo mezclo todo. Mi memoria tampoco es confiable. Para eso está el cine, para que los recuerdos se puedan inventar”.
Siente que ha cerrado un ciclo. Su próximo proyecto se centrará en el flamenco. “No me sorprende que en este tiempo haya nacido mi segunda hija. Tengo la sensación de que el pasado familiar está explorado y ahora empieza mi nueva familia nuclear. Hay que mirar al futuro”.
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