Llúcia Garcia y Mitch, los protagonistas de la nueva película de Carla Simón: el retrato de una generación olvidada y marcada por el sida y la heroína
Son la pareja protagonista de ‘Romería’, la tercera película de Carla Simón, tras ‘Verano 1993′ y ‘Alcarràs’. Para ella es su primer papel, nunca había pensado en actuar; él es músico y ya había trabajado algo delante de la cámara. A los dos les puede cambiar la vida para siempre

Se conocieron a pocas semanas de empezar los ensayos. Mitch (Miguel Bustamante Robles, Madrid, 2003) hacía “siete u ocho meses” que había hecho la primera prueba con Carla Simón. “Yo fui de los primeros en llegar. Carla me había empezado a seguir en Instagram, había hablado con mi representante. Hice una prueba, mandé una grabación y después pasaron no sé cuántos meses para la segunda y luego una tercera, ya en Barcelona, donde conocí a Llúcia”, recuerda el músico y actor. A su lado, Llúcia Garcia (Barcelona, 2006) le escucha y asiente, ella llegó casi al final, lo suyo fue más fortuito. La directora y su equipo llevaban meses buscando a la actriz que tenía que interpretar el doble papel protagonista de su nueva película, Romería. “Hicimos casting de calle, por Instagram, en institutos”, recuerda Simón. Y, por fin y por suerte, apareció Llúcia, por la calle. “Yo volvía de unos campamentos, iba ahí como de cinco días sin duchar, con la mochila y todo, y en la plaza de la Vila de Gràcia, de mi barrio, me pararon y me dijeron: ‘Estamos haciendo este casting para la nueva película de Carla Simón’. Y yo dije ‘vale’ y al día siguiente lo hice”, recuerda la joven.

Hijo de la periodista Marta Robles, Mitch es músico, toca y canta en tres bandas, Boston Babies, Escarlata y Análisis, y Romería no era su primera experiencia como actor: “Yo hice mi primer cortometraje con 16 o 17 años. Luego hice una serie de televisión. Y un par de cortometrajes más”, cuenta. “Pero también me llegó de repente, me dijeron: ‘¿Te molaría hacer esto?’. Y probé y me flipó. Me flipó todo lo que es crear un personaje”. Llúcia, terminando entonces aún el Bachillerato, en cambio, ni se lo había planteado: “De pequeña hacía teatro en el cole, como de extraescolar, pero hice los castings por divertirme, por probar”.
Los dos relatan la experiencia sentados en una terraza en Madrid, en plena ola de calor. Están algo nerviosos porque esta es su primera entrevista larga, también tendrán su primera producción de moda —las fotos que acompañan este texto— cuando acabemos la charla. La tarde anterior estuvieron ensayando preguntas y respuestas, cuentan entre risas. Hace poco más de un mes que volvieron del Festival de Cannes, donde presentaron Romería en Sección Oficial y subieron las escaleras del Palais de la mano de Carla Simón y de la productora María Zamora. Once minutos de ovación recibió todo el equipo. Un momento que todavía no han digerido del todo. Tan alejado de sus realidades. “Es que creo que a lo mejor no tengo nada que digerir porque tampoco sabía mucho qué era Cannes antes de ir”, dice ella, sincera. De aquellos días lo que más les sorprendió a los dos fue la intensidad del trabajo (“Eventos, la alfombra, entrevistas, no comes porque a lo mejor estás nervioso”) y la exposición. “Cómo te mira la gente o de repente ir con un coche escoltado”, dice Mitch. “Sí, este rollo de que te tratan raro porque eres como alguien y te sientes un poco deshumanizada, es un poco raro”, apunta Llúcia. Fue un cursillo intensivo para lo que les queda por delante, lo saben, semanas e incluso meses de promoción, antes del estreno en España (el 5 de septiembre). Y después vendrán más festivales, estrenos en otros países, temporada de premios… Porque los habrá, debería haberlos.

Romería es la tercera película de Carla Simón, después de Verano 1993 (2017), con la que ganó en Málaga y el Goya a mejor dirección novel; y de Alcarràs (2022), con la que ganó el Oso de Oro en la Berlinale. Es el cierre también de su trilogía sobre familia e identidad, de las películas que ha hecho basándose en su propia vida y con el deseo expreso de generar sus propios recuerdos, las imágenes de un pasado que no conoció, “incluso resucitar a los muertos de alguna forma”, dice la directora. Sus padres murieron de sida cuando era una niña, a su padre ni siquiera llegó a conocerlo, del luto por su madre y el comienzo de su nueva vida nació Verano 1993, de la observación de su familia, agricultores de la zona de Alcarràs, nació el segundo filme; en el tercero se va a conocer a la familia de su padre, en Vigo, a la que ella misma también conoció cuando ya era mayor. Pero, como siempre, Simón ficciona sobre su propia vida y quizá esta vez se aleja incluso más. “Para contar esta historia que no es solo mi historia, sino la de mucha gente”, explicó en el Festival de Cannes.

Se dio cuenta de ello en la promoción de Verano 1993, cuando se le acercaba gente para contarle su historia personal relacionada con el sida y las drogas. Romería es “una reivindicación de esa generación olvidada”, dice la directora. “El sida en cada país tiene historias distintas, en España tuvo que ver con la crisis de la heroína, que a su vez tuvo que ver con ese momento de felicidad y libertad que se experimentó después de Franco, pero que tuvo una cara b, porque entraron muchas drogas… Yo creo que el estigma, el secreto que ha llevado la heroína es muy fuerte”, continúa. “En nuestro imaginario parece que la heroína estuviera asociada a gente de chabolas, a tirados… Pero la heroína tocó a todo el mundo, a todas las clases y, de hecho, empezó por las altas. Y ese dolor de las familias que han pasado por ahí es un poco de lo que habla también la película y el motivo por el que la memoria no está bien colocada”.
Romería arranca con Marina (Llúcia) llegando a Vigo, la reciben su tío (Tristán Ulloa) y sus tres primos, entre los que está Nuno (Mitch), con el que enseguida tiene una conexión especial. Marina ha ido allí siguiendo los diarios de su madre (en la realidad, las cartas de la madre de Simón) y a conseguir un certificado de defunción de su padre para pedir una beca para estudiar cine. En Vigo la espera una historia que no conocía, los recuerdos de cada uno de sus tíos, abuelos, con los que espera construir sus propios recuerdos. Unos recuerdos que se vuelven reales cuando la película viaja a otro tiempo, a los años ochenta, y comienza un juego de espejos entre el pasado y el presente.
Un juego por el que Llúcia y Mitch tuvieron que interpretar dos papeles sin necesidad de caracterizaciones. Por eso era también tan complicado el casting y fue tan largo e intenso el trabajo con ellos.

Que Llúcia podía ser Marina lo vieron más fácilmente, la duda era si también podía ser la madre. Ahí Carla Simón se decidió cuando le hizo una pregunta: cuál era su mayor miedo. “Mi respuesta fue ser o parecer tonta”, cuenta la actriz. “Creo que le gustó porque le recordó a ella de joven”. Y la directora lo confirma: “Además de que me sentí absolutamente identificada, porque es algo que podría haber contestado yo de joven, porque yo era consciente de que daba una imagen que muchas veces no coincidía con lo que yo luego podía hacer, ahí me dio una pista de que es alguien que parece una cosa, pero puede ser otra, ahí pensé que también podría hacer de la madre”.
Con Mitch fue al contrario, tenían claro que, por su aspecto y su estética, influenciado por el punk y el hardcore, encajaba muy bien en los ochenta, la duda era si daba también para interpretar a Nuno, el primo en la actualidad. “Me dijeron que, por favor, me quitara las pintas”, se ríe. “Y yo volví de Barcelona y, rayado, me corté el pelo pensando que, si no lo hacía, no me pillaban”.

Después vino todo el trabajo con Carla y Berta, su hermana y coach. Semanas de ensayos, de generar “una memoria compartida” entre todos los actores. Ensayar un baile clave en el filme, lo más complicado para Mitch. Responder a la “forma única” que tiene Simón de generar “cine de verdad”. El reto para Llúcia de tener que enfadarse cuando dijeran acción. Para ellos ha sido un año de crecer personalmente.
Mitch llegó a conocer a adictos a la heroína, aunque sabía bien todo lo que pasó en aquella época por amigos y gente a la que admira de entonces. “Yo tengo mucha influencia de esa época, sé lo que hizo el caballo, lo que fueron las drogas en este país sobre todo a través de la música, porque las letras que he escuchado toda mi vida son de gente totalmente destrozada por una realidad en la cual ellos han sido olvidados”, explica y menciona a alguno de sus ídolos de ese momento, como Alberto García-Alix. “Le conocí hace un poco en un festival que tocamos y le di las gracias, para mí es una referencia en todo y por gente como él siento esa responsabilidad por representar en esta película esa realidad”, continúa. Por esa responsabilidad y el trabajo para crear su personaje en Romería siente que ha madurado en el último año. “Interpretar un papel así te pone los pies en la tierra y te das cuenta de que la vida no es tan fácil”, añade. Llúcia no sintió tanto esa responsabilidad porque su personaje iba desde los sentimientos, desde la empatía y el no juzgar al resto. “No sé si me ha hecho madurar, pero sí me ha hecho percibirme como adulta y he crecido por la experiencia, por relacionarme con gente de muchas edades distintas, la independencia de estar trabajando en Vigo y todo eso”, desarrolla.

Los dos están felices con la experiencia, orgullosos y cautos, pero curiosos ante lo que viene por delante. Llúcia no tiene claro que se vaya a dedicar a la interpretación. El año pasado se matriculó en Filosofía, este se ha pasado a Antropología. “Aún no sé muy bien qué voy a hacer, pero tengo que ver qué significa esto porque aún no lo he asimilado del todo yo creo y aún no he vivido muchas cosas que a lo mejor conozco luego y no vale la pena”, dice. “Me da mucho miedo como de tantas entrevistas volverme una narcisista, ¿sabes? Yo creo que tengo mucha suerte de tener este entorno que me está ayudando con esto. Ahora es ver si me apetece, no me apetece… Con calma. Y tampoco sé si yo puedo seguir actuando, porque Carla tiene una forma muy concreta de trabajar, hemos hecho tres meses de ensayos y ya partíamos de una base de cómo éramos nosotros”. Solo pensar en las fotos y tener que vestirse… “Yo todo el rato llevo cosas que están rotas y tal, entonces cualquier cosa que me pongan igual me siento un poco disfrazada, pero también es un poco divertido”, dice.

Mitch, en cambio, sí tiene más claro lo que quiere tanto en el presente y futuro como con su estilo. “A mí me gusta ir con mis botines, mi vaquero y mi chupa de cuero, voy así a comprar el pan o me subo a un escenario. Me gusta que, a cada paso que doy, se escuchen mis tacones, es algo que te sostiene en la vida”, cuenta con toda la autenticidad que le caracteriza. Le queda por delante la grabación de un disco, bolos y conciertos y seguir con la promoción de Romería. Él sabe que entre la música y la interpretación (y el dibujo como hobby y relajación) está su mundo. “Yo siempre he odiado el concepto de artista, me gusta considerarme buscavidas. Es decir, todo lo que se me plante por delante, si me interesa, voy a ir a por ello. No tengo ningún problema y no se me caen los anillos, si tengo que currar detrás de la barra de un bar, lo voy a hacer. Si tengo la oportunidad de seguir interpretando papeles, pues ojalá… Ojalá esté toda mi vida actuando o en un escenario”.
Los dos, por ahora, sienten la tranquilidad de seguir de la mano con Carla Simón, “con su cine muy humano, que conecta”, “muy de verdad”, dicen a dúo, y que les permite ser ellos mismos.

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