Consejo
En 'Consejos a un joven poeta' el escritor y músico Max Jacob ofrece una lección de sabiduría, que no es solo técnica, sino existencial
El primer amigo parisiense de Picasso y figura principal de la banda bohemia de Montmartre, con Apollinaire, Salmon, Modigliani y naturalmente con el artista español, que lo adoró hasta su trágica muerte en el campo de concentración para judíos franceses de Darncy en 1944, el escritor y músico Max Jacob (Quimper, 1876), figura de contorno delicado, espíritu inocente y travieso, pero dotado de agudeza, fue un personaje imprescindible en ese momento de formidable ebullición creadora, como así se recoge en las crónicas de la época. Aunque su obra literaria nunca fue popular, al menos hasta el presente, su efigie, gestos, dichos, ocurrencias y amables extravagancias resultan inmediatamente seductores. No en balde era un artista de cuerpo y alma enteros. Un ser entrañable.
Pues bien, acaba de publicarse en nuestro país un librito suyo con el título de Consejos a un joven poeta (Rialp), que nos da, como al paso, una lección de sabiduría, que no es solo técnica, sino existencial, como se corresponde con los asuntos artísticos tan imbricados con la vida misma. Es un escrito que surgió por casualidad, al preguntarle el hijo todavía adolescente de unos amigos, con quienes compartía una velada doméstica, que qué era un verso lírico, una interrogación que Jacob, en ese momento, eludió con una graciosa finta, pero que retomó al volver a casa, escribiendo sus reflexiones al respecto en un cuaderno, fuente de la publicación póstuma de este libro.
Jacob remata la faena al centrar el acto poético más allá del mundo de las ideas, pues, para el artista, "solo cuenta lo inexpresable"
He aquí la primera frase de esta escritura de corte aforístico y naturaleza apodíctica: "Abriré una escuela de vida interior y colgaré en la puerta: escuela de arte". Así que, de entrada, es como si ya lo hubiese dicho todo, pero ¡menudos recovecos tiene precisamente lo "interior", donde se amasa todo lo que somos! Ir al encuentro de uno mismo consigo mismo, ese bajío de suyo casi impenetrable, es una empresa difícil, sobre todo, si se emboca con las angarillas del arte, cuyo filtro no desdeña, en principio, casi nada, salvo lo impuro, que está contaminado por los lugares comunes. De manera que esta porosidad o permeabilidad selectiva, que acepta todo lo impensado o impensable hasta el momento, es una querencia personalmente ardua, aunque socialmente providencial, porque ensancha el horizonte humano.
En este sentido, dentro del ramillete de sabios consejos que espiga Max Jacob en su cuaderno de bitácora de lo poético-artístico, me parece particularmente luminoso en los actuales tiempos sombríos lo que escribe acerca de la diferencia entre la "originalidad" y las "modas", porque lo afirma quien estuvo muy involucrado en el frenesí de las vanguardias, ya que, según él, "la originalidad verdadera solo puede estar en la maduración, pues lo que es original es el fondo de mí yo; el resto viene de los demás y por tanto no puede ser original. Ahora bien, lo que es original es lo que agrada, y no lo que ya se ha visto". ¡Exacto! ¡Qué gran lección!
En otro lugar, Jacob remata la faena al centrar el acto poético más allá del mundo de las ideas, pues, para el artista, "solo cuenta lo inexpresable", cuando las ideas dejan de ser ideas, si al sentirlas a fondo con pasión, con experiencia, se transforman en sentimientos, movilizando todo nuestro ser y no solo nuestra capacidad cognitiva de razonar. Esta es la perspectiva creadora que atesora el arte, en boca de este maravilloso escritor discreto y sabio que fue Max Jacob.
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