Paso firme
En algo tan bobo consiste la libertad. En caminar a trompicones y no al paso firme del miedo
Puestos a desfilar, la demostración de poderío aeróbico de los ejércitos chinos el 1 de octubre pasado no tiene rival. Fue en la plaza de Tiananmen, de tan infame recuerdo para los amantes de la libertad. Las imágenes, grabadas desde las posiciones adecuadas, con sentido estético y talento visual, presentan una marcialidad armónica, más gimnástica que viril. Recuerdan a las hazañas de una deportista como Simone Biles, ya todo lo lejos que se puede estar de la fragilidad rítmica, en una mutación de los valores olímpicos de la que aún no somos del todo conscientes. Hoy el músculo vence sobre el amateurismo. La exhibición china fue un triunfo de la voluntad marcial para conmemorar los 70 años de la recreación de un país que ha deconstruido el comunismo para adecuarlo a la violencia capitalista de los mercados de Bolsa sin aparente contradicción. La guerra comercial con Trump podrá hacerles daño, pero ellos se sienten necesarios y el líder norteamericano es tan solo contingente.
Los españoles no queremos saber lo que sucede en las calles de Hong Kong. Porque intuimos que, en caso de interesarnos, acabaríamos por meternos en un lío. No conviene y, además, bastante tenemos con lo nuestro. Así que miramos para otro lado. A modo de escarmiento puntual, cuando un directivo de la NBA se permitió un inane mensajito en las redes de apoyo a los jóvenes rebeldes, China amedrentó a la organización baloncestística con toda la potencia de sus wumao, esas personillas que cobran por inundar las redes de falsos mensajes espontáneos. La ofensa nacional se paga caro en la plaza virtual. Puestos también a desfilar en las redes sociales, China maneja con colosal poderío los robots de comunicación, que imitan una conversación universal de todo punto fabricada. Seguimos estancados en la creencia de que un mundo hipercomunicado es un mundo más libre, cuando la tendencia monopolística del sector nos indica que vamos hacia el encefalograma plano en lugar de potenciar las mentalidades críticas. El incidente contra el negocio del baloncesto sirvió para recordar en el mundo financiero quién manda y quién es el mandado.
Ya se intuía que las cosas pintaban mal para la anomalía política que sueña con volver a ser Hong Kong cuando Tarantino en su última película se atrevió a ridiculizar a Bruce Lee. El mito criado en Hong Kong, la más brillante estrella de las artes marciales, aparece en su película apalizado por un rubio especialista californiano, que representa el poderío de la Norteamérica eterna del rifle y los puños frente a hippies, asiáticos y todo enemigo externo, sea real o ficticio. Un ridículo que nadie enmendó, pues Hong Kong es ahora mismo un silencio atronador donde tan solo los jóvenes luchan por lo que intuyen que podría ser un futuro. Si preguntáramos, quizá llegaríamos a la conclusión de que esos muchachos a lo que aspiran es a vivir en un país en el que el desfile nacional es un acto menor, retransmitido con banal desgana en la tele, en el que hasta un paracaidista se puede enredar en una farola, donde se silba al presidente del Gobierno y los defensores de la dictadura pasada son vociferantes privilegiados que se toleran con paciencia desde la tribuna de autoridades. En algo tan bobo consiste la libertad. En caminar a trompicones y no al paso firme del miedo.
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