Violencia en Hong Kong
Un cambio en el tono de las protestas dañaría no solo su causa, sino que podría servir de pretexto a Pekín para intervenir
La situación en Hong Kong ha entrado en una espiral de tensión y violencia que hace cada vez más difícil encontrar una salida negociada a la crisis. Esta antigua colonia británica, un territorio chino que cuenta con un estatuto especial, se ha visto desde junio engullida por una oleada de protestas masivas, a través de las que sus habitantes pretenden conservar sus libertades y su independencia legislativa de Pekín. Sin embargo, el aumento de la represión policial y las detenciones de líderes de la insurrección han ido acompañados también de una subida en el tono de las protestas, con episodios de violencia por parte de una minoría. Anoche, por ejemplo, los manifestantes habían vuelto a bloquear el aeropuerto, uno de los más importantes del mundo, después de una jornada marcada por los excesos policiales y los enfrentamientos.
El peligro de una intervención directa de China es una realidad, que aumenta conforme se dispara el desafío a su autoridad y el territorio se desliza hacia la rebelión civil. Pero representaría un tremendo error, ya que solo empeoraría la situación y dispararía la violencia. Por otro lado, los habitantes de Hong Kong han demostrado que no están dispuestos a renunciar a un sistema de libertades y unas garantías legales desconocidas para el resto de los ciudadanos chinos y han sido capaces de hacerlo hasta ahora de forma mayoritariamente pacífica. Un cambio en el tono de las protestas dañaría no solo su causa y podría servir de pretexto a Pekín para intervenir directamente, sino que resulta extremadamente negativo para la economía del territorio cuya autonomía defienden.
La única salida a la crisis actual pasa por que Pekín deje claro que va a respetar el pacto alcanzado con el Reino Unido en el momento de la descolonización, que permite a Hong Kong conservar un estatuto especial hasta 2047, lo que incluye retirar completamente el proyecto de ley que permitía extraditar a ciudadanos del territorio a China, que desencadenó las protestas. Sin embargo, visto el aumento de la represión en zonas controladas directamente por China como Xinjiang, no parece fácil que el Gobierno de Pekín se quede cruzado de brazos ante un desafío directo a su autoridad.
Los faraónicos proyectos de infraestructuras que está llevando a cabo Pekín en la región buscan, a los ojos de muchos hongkoneses, la creación de una enorme área económica, pero también diluir la especificidad del territorio y atarlo al continente. Las diferencias económicas que justificaron el estatuto de un país dos sistemas hace 30 años están desapareciendo. La única oportunidad que tienen los habitantes de Hong Kong de mantener su desafío sin ser aplastados es demostrar que el precio que pagaría Pekín por la represión es demasiado alto. Pero eso pasa, necesariamente, por la no violencia.
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