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Tribuna
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No hacemos lo suficiente

La lucha contra el cambio climático implica transformar la estructura social y económica. Y esto nos afectará a todos

Manifestación a favor de la lucha contra el cambio climático en Barcelona.
Manifestación a favor de la lucha contra el cambio climático en Barcelona.Massimiliano Minocri (EL PAÍS)

Salvar el planeta” es la consigna de manifestaciones en todo el mundo para que se tomen medidas contra el cambio climático, al tiempo que se celebra en Nueva York una nueva Cumbre del Clima en la que todos han sido requeridos por el secretario general de la ONU a tomar medidas concretas más que a dar discursos sobre el tema. El lema de las manifestaciones es movilizador, pero quizá algo exagerado. Nuestro planeta seguirá girando alrededor del Sol por muy drástico que sea el cambio climático. Tampoco la vida está amenazada. Con su enorme capacidad de adaptación lleva miles de millones de años superando crisis peores; ni siquiera la vida compleja, de animales y plantas, está amenazada, y me atrevo a decir que tampoco la especie humana. Lo que puede trastocar por completo el cambio climático es nuestro modo de vida y nuestra organización social, que son extremadamente vulnerables porque se basan en una extensa red de intercambios y comunicaciones y en un consumo siempre creciente de recursos naturales. Por poner un ejemplo, en Estados Unidos actualmente se consume una cantidad de energía per capitaigual a 20 veces la que se consumía en una sociedad agrícola, y el doble de la que se consume hoy en Europa. Por otra parte, la población mundial se ha multiplicado por 10 solo en los últimos 300 años.

Pero esa organización social, que asegura nuestra manutención, aun cuando ya casi nadie es autosuficiente (o podría asegurarla, en el caso de los países más pobres, con un sistema global de intercambios más justo) nuestra salud, un cierto bienestar material y seguridad ante un futuro incierto, sí está amenazada y merece la pena ser preservada de fenómenos como el cambio climático. Ya prácticamente nadie duda de que el cambio se debe a la actividad humana, en particular por la gran cantidad de gases de efecto invernadero que emitimos a la atmósfera, resultado de utilizar los combustibles fósiles como fuente de energía, en particular el dióxido de carbono CO<MD->2<MD> que resulta de dicha combustión. La contaminación local en ciertas ciudades debida a los compuestos y las partículas que emiten carbones y gasóleos es muy grave para la salud de quienes respiran el aire viciado de esas ciudades. Pero no está relacionada con el cambio climático. Este se debe a la emisión de CO<MD->2<MD> de todos los combustibles, incluso los que no contaminan localmente las ciudades.

No estamos actuando con la suficiente contundencia para detener un cambio catastrófico porque esperamos que sean otros los que actúen

Así pues, el cambio climático y sus devastadoras consecuencias se combaten reduciendo las emisiones, lo que implica un cambio radical en la forma de alimentar de energía a nuestras sociedades. La reducción debe ser sustancial y permanente, debido al gran tiempo de permanencia del CO<MD->2<MD> en la atmósfera, de forma que la reducción de emisiones incide en la disminución de su ritmo de aumento en la atmósfera, no en su disminución global, que se produciría en décadas o siglos de bajas emisiones. En la Cumbre de París de 2015, los países aportaron las medidas que pensaban tomar en el horizonte de 2030 para limitar las emisiones y, con ello, el aumento de temperatura del planeta a finales de este siglo a dos grados centígrados respecto de la era preindustrial. Ya llevamos gastado un grado y sabemos que lo que propusieron es insuficiente. Según los cálculos de la Secretaría de la Cumbre, con las medidas anunciadas, aun cuando se cumplieran escrupulosamente, estaríamos en los 3 °C de aumento. La cumbre también estableció que habría revisiones cada cinco años, la primera, por tanto, en 2020, presumiblemente para aumentar las exigencias, pero los casos de EE UU y Brasil, entre otros, hacen dudoso que ese aumento de rigor se produzca. EE UU es hoy el segundo país del mundo en emisiones totales, aunque el primero en emisiones per capita, del orden del doble de las de los países de la UE. En cuanto a China, es claramente el primer emisor por su uso intensivo del carbón, y no solo debido a su población. Ya han superado a la UE en emisiones per capita. Europa, y España en particular, están proponiendo las medidas más rigurosas y ejerciendo un liderazgo moral pero su peso en el total de las emisiones mundiales es escaso.

No estamos actuando con la suficiente contundencia para detener un cambio catastrófico. Basta pensar en EE UU o en la ausencia de China e India de la cumbre. Y no lo estamos haciendo porque cada país, cada sector social, cada colectivo espera que sean otros los que hagan el grueso de la tarea. Siempre hay sectores que se consideran más perjudicados que otros, y reivindican que sea a esos otros a quienes se les impongan obligaciones medioambientales, por ejemplo, impuestos verdes. Pero es el conjunto de la actividad social y económica lo que debe cambiar y, por tanto, nos afectará a todos. Y, aunque a largo plazo no hay duda de que una economía sostenible ofrecerá importantes oportunidades de crecimiento, a corto puede causar perjuicios que tenemos que aceptar si no queremos que los equilibrios climáticos se desbaraten definitivamente.

Cayetano López es físico, y fue rector de la Universidad Autónoma de Madrid y director del CIEMAT.

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