Vicios privados, desastres públicos
Urge tener Gobierno por una razón imperativa: la salvaguarda de la democracia
Los límites del mundo equivalen al perímetro de los intereses de cada partido. Y estos están condicionados a su vez por los de su líder. Si esto es así, resulta que a cada actor político solo le importa aquello que le proporcione alguna ventaja. El ¿qué saco yo de esto? sería, pues, la principal pregunta que se hacen todos ellos antes de actuar o de comprometerse en algo.
Seguro que todos ustedes están pensando que me refiero a nuestra clase política y a su incapacidad para formar gobierno. Pues no, estos son los rasgos que han venido acompañando a (casi) todas las formaciones políticas desde que existe la democracia. Todos los políticos, por definición, aspiran a alcanzar el poder en alguna de sus dimensiones. Por eso, hablar de “políticos de poder” es una tautología. Lo sorprendente es que a pesar de eso el modelo de la democracia liberal ha funcionado. Para algunos, porque en ella operaba un mecanismo parecido al que había observado Mandeville respecto al mercado: la promoción del interés propio favorece el interés general, “vicios privados, públicas virtudes”. Precisamente porque quieren ganar o mantenerse en el poder, y deben hacerlo en competencia con otros, tratarán de satisfacer las demandas del mayor número posible de ciudadanos para ser elegidos. Así, todos contentos, ciudadanos y políticos.
Me temo, sin embargo, como nos recuerdan los republicanos, que esto es una burda simplificación y una falacia. La promoción del interés propio es bienvenida en la medida en que es compatible con un interés más amplio, el interés general, y este es algo distinto de la sumatoria de intereses privados. Esto ya lo decía el mismo Aristóteles. Bajemos a nuestro país para verlo. ¿Vamos a tener que seguir votando hasta que el PSOE tenga una mayoría suficiente para gobernar solo? ¿O hasta que Podemos pueda entrar en el Consejo de Ministros? ¿O hasta que las tres derechas consigan su propia mayoría? ¿Es eso lo que de verdad interesa al país o es lo que le interesa a cada uno de ellos?
En su último número, The Economist señalaba cómo el cinismo de los actores políticos, asociado a la manipulación de las reglas democráticas y las tendencias populistas, opera hoy como un factor crítico para la supervivencia de la democracia. Habría que añadir que el cemento que hasta ahora los unía era su sujeción a reglas incuestionadas y a una cultura política cívica. Este civismo, bien sustentado sobre virtudes públicas, es lo que estamos perdiendo. Solo nos importa que ganen los nuestros, por los medios que sean, no que ganemos todos.
Se ha dicho que urge tener Gobierno porque no podemos permitirnos la ingobernabilidad bajo condiciones tan desfavorables como las que hemos de afrontar. Yo creo que hay otra razón aún más imperativa: la salvaguarda de la democracia. Su necesaria defensa frente a estos brotes de sectarismo que amenazan con subvertir el sentido mismo del invento: ¿para qué queremos un Parlamento que es incapaz de ponerse de acuerdo para poder operar como tal? ¿para qué una democracia que no se sabe gobernar?
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