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Katharine Butler, empresaria, hija de político y nueva novia de Kyril de Bulgaria

La británica participa en una empresa de bicicletas eléctricas en Londres y su familia se vio envuelta en una gran polémica por la división de la cotizada colección de arte chino que reunió su padre

Kyril de Bulgaría y Katherine Butler en un evento en Palma de Mallorca el 2 de agosto de 2019.
Kyril de Bulgaría y Katherine Butler en un evento en Palma de Mallorca el 2 de agosto de 2019.Chema Clares (GTRESONLINE)

El nombre de la británica Katharine Butler, retratada durante el agosto mallorquín en pose de novia oficial de Kyril de Bulgaria, no ha tenido casi eco entre los tabloides del Reino Unido, siempre a la caza de los cotilleos estivales. La proverbial discreción de esta prolífica empresaria de 51 años le permitió entonces eludir la atención de unos medios nacionales que han revelado mala memoria: la nueva pareja del príncipe de Preslav, radicado en Londres, es la hija de uno de los diplomáticos más destacados de la era Thatcher y sobre todo protagonista de un reciente y publicitado feudo familiar en el Reino Unido por el legado de una excepcional colección de porcelana china recabada por su progenitor.

Los focos que consagraron a principios de mes su relación con Kyril, a raíz de la concesión al príncipe sin trono del premio “mallorquín del año” por su fidelidad a la isla balear, convencieron a Katharine de favorecer una rara entrevista con la edición española de Vanity Fair. En ella elude cualquier detalle sobre un noviazgo con el hijo del rey Simeón de Bulgaria, fraguado en la capital británica un año atrás, aunque sí se explaya sobre la fractura que le supuso como una de los cuatro hijos de sir Michael Butler la cuestión de dividir o no la herencia paterna de más de medio millar de piezas de las dinastías Ming y Qing.

La querella ante los tribunales acaparó las principales cabeceras de la prensa británica hace tan sólo tres años, incluida la del selectivo e influyente Financial Times. Katharine y Charles Butler pugnaron por mantener ese tesoro familiar, descrito por los expertos como una de las mejores colecciones privadas en arte chino del siglo XVII e integrante de un museo en el que se podían apreciar los jarrones, teteras y otros delicados objetos antiguos. Sus hermanos, Caroline y James, defendían a la contra un reparto de las piezas que haría trizas la vocación de sir Michael de exponer al completo un despliegue artístico de valor incalculable. La justicia acabó decretando una división ecuánime de la colección entre los cuatro herederos.

Katharine y Charles han venido compatibilizando el proyecto de reapertura del museo en honor del coleccionismo de su progenitor —y supliendo la mutilación judicial de ese patrimonio a base de nuevas adquisiciones en el mercado del arte— con respectivos y exitosos proyectos empresariales. Él está a punto de cumplir casi tres décadas de mudanza a la República Checa como especialista en inversiones de altos vuelos. Su hermana-aliada ha participado en muchas iniciativas conjuntas de negocio antes y después de su matrimonio (ya disuelto tras un hijo en común) con el empresario suizo Sebastian Pawlowski, y está hoy volcada en un proyecto de uso compartido de bicicletas en el sector financiero de la City de Londres y otros condados ingleses cercanos.

El photocall junto a Kyril proyecta una imagen de completa felicidad. Pero en su inédita confesión a tumba abierta, Katharine Butler rememora las todavía secuelas de aquella dolorosa fractura familiar derivada de dos modos de entender la vocación coleccionista de su padre. Los unos como mera inversión, los otros como un legado a compartir con el público. Una división a partes iguales (la mitad de los hermanos contra los otros dos) y que tiene su símil nacional y de plena actualidad en el enfrentamiento entre los británicos por la causa del Brexit, azuzada por la inflexibilidad del primer ministro, Boris Johnson, a la hora de negociar con Bruselas. Un “desastre” que, según la reflexión de Katharine, habría desquiciado al patriarca de los Butler (fallecido en 2013), un alto funcionario británico y europeísta de pro que pudo convencer a la escéptica primera ministra Margaret Thatcher sobre los beneficios del engarce en la UE, procurando un famoso descuento de la contribución británica al presupuesto comunitario. Su esfuerzo acabó recompensado con la imposición de la orden de San Miguel y San Jorge, el más alto reconocimiento a un miembro del servicio diplomático... a requerimiento de la llamada Dama de Hierro. Ambos fueron oponentes en tantos debates internos, pero a la postre cómplices en una causa nacional que hoy ha dejado de existir

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