El #MeToo gana terreno en el sur de Asia
Mujeres en la potente industria asiática del cine, como la piloto, actriz y modelo bangladesí Maksuda Akhter, cuentan cómo la presión social y el riesgo contra su seguridad las disuaden de desvelar nombres
La piloto, actriz y modelo bangladesí Maksuda Akhter afirmaba: “He sufrido en silencio durante años. He vivido trauma y dolor… , pero quería dejar que el dolor saliera, así que decidí abrir la boca”. En noviembre de 2018, Akhter se convirtió en la primera mujer bangladesí en denunciar públicamente con un relato en #MeToo en el cual revelaba el nombre de su agresor. Akhter, ex Miss Irlanda que considera este país su hogar desde hace casi 20 años, regresó a Bangladés en 2015 para dedicarse a obras benéficas.
A Akhter le ofrecieron trabajo en un anuncio de televisión durante su viaje, pero cuando fue a ver al director de la empresa para que le pagara, afirma que la encerró en su despacho y la agredió sexualmente. Akhter recordaba: “Al día siguiente, estuvo llamándome todo el día… Dijo que si abría la boca, me mataría. E Irlanda no queda demasiado lejos [para ir a buscarla]”.
Luchando por su salud mental, siguió callada hasta que se sintió en condiciones de poder hablar y, con ayuda del movimiento #MeToo, se hizo oír en el extranjero. Pero cuando Akhter contó su historia, fue acusada por su familia de haberles avergonzado. La mayor parte de los medios de comunicación locales permanecieron en silencio. Akhter afirmaba: “La persona que intentó violarme es muy poderosa. Tiene influencia y poder para impedir que los medios de comunicación hablen”.
En la sociedad bangladesí, las mujeres se encuentran bajo una inmensa presión social para no denunciar el acoso y la agresión sexual, y su seguridad puede correr riesgos si lo hacen. Aun así, al relato de Akhter se le unió un aluvión de otros muchos a finales de 2018, inicialmente de otras personas de la diáspora bangladesí y después de mujeres desde el interior del país.
Estas eran principalmente mujeres profesionales y urbanas con acceso a Internet, entre ellas una mujer transexual que trabajaba entonces en la Comisión Nacional para los Derechos Humanos y varias periodistas. Entre los acusados hay hombres poderosos de los sectores del periodismo, la publicidad y los negocios.
Pero, como la activista feminista Khusi Kabir declaraba a EL PAÍS, desde entonces #MeToo “ha hecho un paréntesis” en el país. Explicó que aunque inicialmente el movimiento global #MeToo inspiró a algunas mujeres a alzar la voz, la “falta de apoyo de la opinión pública para llamar al orden a aquellos que fueron calificados de acosadores actuó como elemento disuasorio del movimiento”. Kabir añadía que los hombres denunciados por #MeToo se han enfrentado a pocas consecuencias o ninguna desde entonces.
El movimiento global #MeToo, iniciado originalmente por la activista social estadounidense Tarana Burke, se volvió viral en octubre de 2017 tras las acusaciones por agresión sexual contra el productor de cine de Hollywood Harvey Weinstein. Otros agresores poderosos del mundo del cine y el entretenimiento —y de varios sectores más— empezaron a ser denunciados en todo el mundo.
El sector del cine en algunos países del sur de Asia, como India y Pakistán, ha desempeñado un papel primordial a la hora de sacar a la luz problemas de acoso y agresión sexual en la era #MeToo. Aunque, al igual que en Bangladés, #MeToo también se ha enfrentado a una intensa oposición en estos países, el movimiento ha tenido mayor alcance e incluso empiezan a verse resultados tangibles: un caso de #MeToo en el que se vieron implicadas dos actrices pakistaníes famosas acabó hace poco en una sentencia judicial histórica que extendió las leyes contra el acoso sexual en el país.
En enero de 2018, antes del testimonio de Akhter, la actriz en ciernes y modelo Faria Sharin hizo comentarios en los medios de comunicación locales sobre el “sofá de los audiciones”. Basándose en experiencias personales, Sharin reconoció la existencia de la práctica extendida entre los hombres del cine, la televisión y los medios de comunicación de exigir favores sexuales a cambio de un trabajo.
Aunque no acusó a nadie por su nombre, esto fue suficiente para que sus compañeros la relegasen al ostracismo. “El sindicato de directores me convocó a una reunión. Me amenazaron y me dijeron: ‘Oye, si quieres, te demandamos por lo que has hecho. Has hecho mucho daño a la reputación de los medios”, recordaba. También afirma que intentaron obligarla a identificar públicamente a los agresores. “Pero no podía”, explica. “Si digo nombres intentarán dañarme. Esas personas son amigos de gente poderosa”.
Maksuda Akhter cree que una combinación de “presiones sociales y preocupación por la seguridad” impide que las mujeres hablen, aunque el acoso y el abuso sexual están extendidos en el país. Un análisis de las noticias aparecidas en los medios de comunicación llevado a cabo el año pasado por una ONG local que se ocupa de los derechos de las mujeres descubrió que, en un periodo de seis meses, se habían publicado en la prensa noticias de 600 violaciones de mujeres, aunque el número real de violaciones seguramente ha sido mucho más alto. “La gente culpa a la mujer para que otros no la crean… Si habla, la amenazan, o incluso la asesinan”, decía Akhter, y añadía que ahora teme por su vida cuando regresa a su país de origen.
Este asunto volvió a salir a colación no hace mucho, a raíz del trágico asesinato de la estudiante bangladesí Nusrat Jahan Rafi el pasado abril. Rafi, que acababa de cumplir 19 años y procedía de un pequeño pueblo al sur de Dacca, fue quemada hasta morir por sus compañeros tras denunciar a su director ante la policía por agresión sexual.
La pensadora feminista Kabir afirmaba que, en los últimos meses, incidentes como el asesinato de Rafi, así como violaciones grupales tras las elecciones de diciembre, han vuelto “más urgente” el problema de la violencia contra las mujeres en Bangladés. Y añadía que, aunque en el contexto cultural de Bangladés esto quizá no haya llevado a más revelaciones en #MeToo, las mujeres que ya habían contado sus historias han sido “protagonistas cruciales a la hora de exigir justicia en la calle”.
En los actos en apoyo de Rafi también se han encontrado nuevos aliados feministas que antes de #MeToo no estaban comprometidos con este tipo de problemas. Pradhan, cuyo canal de televisión para mujeres HerNet participó en una manifestación para pedir justicia por la estudiante asesinada, declaraba que “mujeres que habitualmente no salen de sus casas de lujo” se habían echado a la calle. “Ha ayudado a unir a muchas mujeres”, remachaba.
Sin embargo, Pradhan añadía que aunque las mujeres están ahora más dispuestas a exigir justicia públicamente para las supervivientes, la mayoría de ellas no están dispuestas a decir #MeToo ellas mismas. Pradhan explicaba: “Es como si pensaran que no pueden exigir sus propios derechos, pero si alzan la voz por los derechos de otra, quizá les ayude”.
La gente culpa a la mujer para que otros no la crean… Si habla, la amenazan, o incluso la asesinan
Maksuda Akhter
Según Fawzia Karim Firoze, presidenta de la Asociación Nacional de Abogadas de Bangladés, aunque algunas mujeres de la élite han empezado a unirse a la lucha, las mujeres de clase trabajadora de Bangladés llevan mucho tiempo denunciando la violencia sexual. “Las mujeres más privilegiadas quieren la ayuda de la ley y, si es posible, hacer algo contra las atrocidades, pero el miedo a perder su lujoso estilo de vida las ha desanimado a la hora de entrar en acción”, explica.
En 2009, la organización de Firoze redactó unas directrices para las mujeres ante el acoso sexual en el trabajo y en los espacios públicos. Puesto que no existe ninguna ley oficial sobre el acoso sexual, estas directrices hacen las veces de directiva legal en Bangladés.
Firoze describía #MeToo y las directrices como “casi la misma cosa”, pero afirmaba que el movimiento ha animado a más mujeres a denunciar. “Gracias a #MeToo, todo tipo de organizaciones están hablando del acoso sexual, no solo organizaciones de mujeres”, aseguraba, y añadía: “Creo que ahora es el momento”.
Firoze comentaba además que el caso de Nusrat Jahan Rafi “ha servido de impulso para poner las directrices en práctica”, especialmente en las instituciones educativas. Como consecuencia del asesinato de Rafi, la organización de Firoze ha presentado un litigio de interés público sobre una mejor aplicación de las directrices ante el acoso sexual en todos los sectores.
Kabir declaraba a EL PAÍS que una de las consecuencias positivas del movimiento global #MeToo en Bangladés ha sido una mayor sensibilización entre las mujeres con una educación formal de que el acoso y la agresión sexual suceden “en el llamado mundo desarrollado”.
Kabir afirmaba que “esta ha sido la primera vez que mujeres influyentes y favorecidas se han pronunciado”, lo cual ha expuesto a los hombres privilegiados que siempre habían tenido la sensación de estar “protegidos por sus orígenes y su clase y de que nadie creería a quienes hablasen en su contra”.
Según Kabir, esta tendencia a su vez da a las mujeres de origen humilde más oportunidades de “hablar y de ser escuchadas con algo más de seriedad”. “Yo diría que, al final, independientemente de a qué clase o categoría pertenezcan la superviviente o el agresor, la agresión sexual tiene que ser denunciada públicamente”, remacha. “Se ha iniciado un ligero cambio de mentalidad, aunque sea pequeño y leve”.
Este reportaje forma parte de Bolly Lolly Dhally, un proyecto del Centro de Periodismo Europeo sobre mujeres y feminismo en la industria del cine en el sur de Asia.
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