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Columna
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Sin complejos

El mejor ejemplo de esta nueva manera de hacer y decir las cosas, lo está dando el gran fichaje de Albert Rivera, Marcos de Quinto

Jorge M. Reverte
Albert Rivera se abraza a Marcos de Quinto, su número dos al Congreso por Madrid, el 16 de marzo.
Albert Rivera se abraza a Marcos de Quinto, su número dos al Congreso por Madrid, el 16 de marzo.EFE

Había un injustificado temor a que Vox participara en la política general. Yo creo, y tendré que rectificar anteriores errores al decirlo, que ha sido muy sano para el sistema en su conjunto que, por ejemplo, el paso firme y sereno de Rocío Monasterio haya servido para que Isabel Díaz Ayuso pueda decir que ella no es feminista sino mujer. ¡Un buen palo a la demagogia biempensante de la izquierda! Se va pudiendo decir lo que sea sin complejos, sin pararse a pensar si lo dicho cumple los requisitos mínimos de la corrección política. Y eso se lo debemos en gran medida a Vox.

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El mejor ejemplo de esta nueva manera de hacer y decir las cosas lo está dando el gran fichaje de Albert Rivera, Marcos de Quinto, con dos actuaciones estelares, dignas de ser observadas por Stefan Zweig. Una sobre etarras y otra sobre los ocupantes temporales del Open Arms. La segunda no habría podido mejorarla ni el mismísimo doctor Mengele, cambiando el nombre del barco por el de St. Louis y a los negros por judíos bien alimentados.

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El asunto es grave solo si queremos que lo sea. Decir ese tipo de cosas tiene mucho que ver con la reacción “rápida” de cualquiera. Si alguien hace brillar una navaja en una feria, pensamos de inmediato en un gitano. De igual manera, nos parece normal que una multitud pueda linchar a un negro por una violación cometida por un blanco.

Puede ser que algunos de los habitantes ocasionales de barcos propiedad de ONG hayan pagado a mafias para salir del infierno libio, pero eso no les convierte en mafiosos, siguen siendo víctimas, ni a Pedro Sánchez en Al Capone, que es lo que la derecha “sin complejos” de Salvini y de De Quinto pretende.

Algo que nos distingue de los leones, por ejemplo, es que no nos pasamos gran parte del día pensando la forma en que podremos destripar a una gacela.

Podemos pensar, por el contrario, en cómo ser mejores personas, en cómo hacer que la ética pueda ser una buena base de nuestra actuación. Decir sin complejos lo primero que uno (o una, ¡ojo!) piense puede acabar por ser un ejercicio nada liberador, sino embrutecedor.

Al portero de mi casa he dejado de decirle lo de “quita de ahí, enano murciano”, y le doy los buenos días. Nos llevamos mejor, curiosamente.

Mucho mejor. Por eso no voto a De Quinto ni a Vox.

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