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Tribuna
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Contra el silencio y el olvido

El régimen nicaragüense busca prolongarse en una “normalidad” forzada, que haga a la comunidad internacional acostumbrarse a convivir con una dictadura más en América Latina

Sergio Ramírez
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, en una imagen de archivo.
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, en una imagen de archivo.Jorge Torres (EFE)

Después de la rebelión cívica en Nicaragua, y de la despiadada ola represiva que dejó centenares de muertos, heridos, encarcelados y exiliados, el régimen se encierra en sí mismo para negar toda posibilidad democrática. Busca prolongarse en una “normalidad” forzada, que haga a la comunidad internacional acostumbrarse a convivir con una dictadura más en América Latina, de las muchas a lo largo de la historia.

El férreo control único, policía, fiscales, tribunales, diputados, magistrados electorales, apunta a ganar tiempo y silencio para llegar a las elecciones del año 2021, y bajo las mismas reglas fraudulentas del sistema electoral viciado, conseguir de nuevo la reelección de Ortega, que empezaría su quinto período acercándose a los ochenta años.

Un país convertido en el reino del olvido, sujeto a la mediocridad cotidiana, del que nadie se acuerde, como el Paraguay del doctor Francia, descrito en colores tan sombríos Augusto Roa Bastos en Yo el Supremo.

Si los niveles de deterioro económico siguen progresando, el Producto Interior Bruto retrocedería al de los años sesenta del siglo pasado. Un país situado en la cola del desarrollo, ese territorio de allá atrás desde donde los ruidos llegan confusos, y amortiguados.

Y más exiliados, jóvenes sobre todo. Ya hay centenares de miles en Costa Rica, en el resto de Centroamérica, en Estados Unidos. El primer producto de exportación de Nicaragua son los nicaragüenses: las remesas de los emigrantes se colocan ya muy por encima del café, o de la carne, o del oro.

Si los niveles de deterioro económico siguen progresando, el Producto Interior Bruto de Nicaragua retrocedería al de los años sesenta del siglo pasado

De acuerdo a esa visión arcaica, los aliados internacionales de Ortega son ahora fantasmales: Abjasia y Osetia del Sur, los dos territorios del Cáucaso que Putin arrancó a Georgia; Sudán del Sur, sometido a la guerra civil y las hambrunas, con el que Ortega ha establecido relaciones diplomáticas; Irán, cuyo canciller, Mohamad Javad Zarif, estuvo hace algunas semanas de visita oficial en Managua; y, hasta cuando dure, la agónica Venezuela de Nicolás Maduro.

Pero Nicaragua es, por el contrario, un país vital y abierto, que resistirá el aislamiento y la parálisis, y que no dejará nunca de demandar libertad y democracia, como lo ha hecho a lo largo de su historia. Por debajo de la losa de silencio que se trata de imponer, y por encima de la arbitrariedad cotidiana, está latente la rebeldía, que es la que al fin y al cabo se impondrá.

Las arbitrariedades llegan a volverse cómicas, pese a la cauda trágica que arrastran. Este es el único país del mundo donde los colores de la bandera nacional, azul y blanco, convertidos en símbolos de resistencia por la gente, están prohibidos, y exhibirlos o desplegarlos es penado con golpizas y prisión: como en una novela de Jorge Ibargüengoitia, a un ciudadano que pintaba las paredes de su casa de azul y blanco la policía le decomisó la brocha y los botes de pintura, y luego, manu militari, fue vuelta a pintar de verde y amarillo, colores que la autoridad estimó que la casa de este ciudadano debería tener: los gustos y colores están confiscados.

Lo que la gente quiere es un país con alternabilidad democrática, sin posibilidad de reelección, ni de sucesión familiar; donde los votos sean contados limpiamente

Que no se olvide, fuera de nuestras fronteras, que la empresa de televisión 100% Noticias sigue silenciada, sus oficinas y estudios ocupados por fuerzas policiales, y su director, Miguel Mora, pasó preso medio año en una celda de aislamiento. Lo mismo las instalaciones del semanario Confidencial, y los programas de televisión Esta Semana y Esta Noche, mientras su director, Carlos Fernando Chamorro, fue forzado al exilio en Costa Rica.

Los únicos dos diarios de Managua, La Prensa, y El Nuevo Diario, están siendo estrangulados por la retención arbitraria de papel y tinta lo que los obliga a salir con un reducido número de páginas, y hace inminente el cese de su publicación.

Un país donde los jóvenes, con inmensa sabiduría y madurez, ha renunciado a la lucha violenta y buscan una salida democrática sin más derramamiento de sangre, merece ser escuchado, y no ser sometido al silencio y al olvido que la dictadura pretende, convirtiendo en normal lo anormal.

Lo que la gente quiere es un país con alternabilidad democrática, sin posibilidad de reelección, ni de sucesión familiar; donde los votos sean contados limpiamente, donde impere la separación de poderes, donde los jueces fallen de manera independiente, donde la política no sea el refugio de los mediocres, los actos de corrupción deban ser castigados, y todos puedan expresarse libremente; un país libre de la mentira oficial.

Y es lo que Nicaragua conseguirá.

Sergio Ramírez es escritor y Premio Cervantes 2017.

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