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La estrategia de Leonardo DiCaprio: así consiguió tapar sus escándalos con aburrimiento y ecología

Acaba de estrenar la última de Tarantino, es uno de los actores mejor pagados del mundo y provoca fascinación a pesar de que sus entrevistas son insulsas. ¿Cuál es su truco para mantener su estatus de enigma?

Leonardo DiCaprio es el actor más famoso del planeta pero nadie sabe nada sobre él. En la imagen, el actor retratado en Nueva York en 1995.
Leonardo DiCaprio es el actor más famoso del planeta pero nadie sabe nada sobre él. En la imagen, el actor retratado en Nueva York en 1995.Foto: Getty

En 1998 Leonardo DiCaprio (Los Ángeles, 1974) era el rey del mundo. Mientras se decidía entre el centenar de guiones que le propusieron después de Titanic, se corría juergas diarias con sus colegas en fiestas de Victoria's Secret donde se colaban sin invitación, arrojaban basura desde un puente a los coches de la autopista y cerraban clubs de striptease sin dejar propina. Se hacían llamar Pussy Posse (la pandilla del chocho) y gente como Donald Trump, Susan Sarandon o Mariah Carey hacía cola para saludarles en su reservado.

Hoy, Leonardo DiCaprio es el actor más famoso del planeta y nadie sabe nada sobre él. Solo sale con modelos: ocho en dos décadas, nunca mayores de 25 años, la última -la actriz Camila Morrone- tiene 21. Vació la zona vip de un club de Miami llevándose a las 20 chicas a su mansión y celebró una fiesta en su yate de Ibiza para Tobey Maguire, su recién divorciado compañero del Pussy Posse, atestada de modelos.

El actor y sus colegas se hacían llamar Pussy Posse (“la pandilla del chocho”) y gente como Donald Trump, Susan Sarandon o Mariah Carey hacía cola para saludarles en su reservado

Sin embargo, su imagen pública es la de un artista íntegro, discreto y comprometido con el medio ambiente. Su activismo ecologista le ha ayudado a distraer la atención de su vida privada, que sigue siendo una perpetua parranda adolescente, en una estrategia que él ya explicó en 2000. “Hago como que soy un enigma complejo pero lo cierto es que no quiero que nadie sepa quién soy. Quiero parecer lo más seco, gris y aburrido posible”, aseguró antes de enumerar 20 especies en peligro de extinción.

Aquel 1998 le cambió la vida a tres niveles: la Leomanía, una obsesión colectiva del público que colocó 10 libros sobre él en el Top 15 de los más vendidos en Estados Unidos; las juergas con el Pussy Posse, y una reunión con Al Gore para conocer la amenaza del cambio climático. Su ídolo Marlon Brando le despreciaba (“Parece una niña”), el senador John McCain también (“Es un endeble afeminado”) y él les rebatió: “¡Solo porque quiera salir de fiesta con otros tíos no quiere decir que sea gay!”.

James Cameron, director de Titanic, le describió como “un chulo malcriado” después de que el actor le explicase por qué no iba a asistir a los Oscar con un SMS que decía “es que no es lo mío, tronco”. El chiste “De Titanic han nominado todo menos a DiCaprio y al iceberg” fue el primer meme sobre Leonardo DiCaprio en Internet. Llegarían muchos más, fruto de una obsesión del público por descifrar el dichoso misterio. ¿Quién demonios es Leonardo DiCaprio? Si él se niega a mostrar su verdadera personalidad, Internet parece decidida a construírsela: su promiscuidad es percibida como una extravagancia simpática e inofensiva, su silencio como decencia y su disciplina profesional como desesperación por ganar un Oscar. Pero él jamás concede acuse de recibo alguno a las narrativas que se forman en torno a él.

Brad Pitt y Leonardo DiCaprio en 'Érase una vez en Hollywood', la última película de Quentin Tarantino donde comparten cartel con Margot Robbie. En vídeo, tráiler de la película.

Cuando la cadera de Lady Gaga se chocó con el codo de DiCaprio en su paseo al escenario de los Globos de Oro, el GIF se viralizó en cuestión de minutos. “Es que no sabía que iba a pasar por ahí”, se limitó a aclarar él. Cuando saltó el rumor jocoso de que la osa de El renacido había intentado abusar de él, su publicista lo desmintió con un comunicado: “Eso no es lo que ocurrió”. Cuando le preguntaron por qué rechazó los papeles de Robin en Batman Forever, Anakin en El ataque de los clones y Peter Parker en Spiderman, se limitó a confirmar que “hubo reuniones, pero no los hice al final”. De este modo, el actor obliga al público a especular con los verdaderos motivos por los que declinó protagonizar aquellas superproducciones: es el actor más taquillero que jamás ha rodado una secuela, la única estrella que no ha hecho cine de superhéroes y su único exitazo -aparte de Titanic- (Origen) era una opulenta sesión de psicoterapia. DiCaprio parece empeñado en demostrar que Titanic fue una excepción en su carrera, la cual no ha prosperado gracias a Titanic sino a pesar de ella.

Una modelo que se acostó con DiCaprio contó que es un vago en la cama y que no dejó de vapear y escuchar música en sus cascos durante el polvo

Hace dos semanas, durante la promoción de la película Érase una vez en... Hollywood (en cines desde el 15 de agosto), le preguntaron por la teoría popular de que Jack -personaje que interpretaba en Titanic y que murió ahogado- cabía en la tabla junto a Rose. Mientras sus compañeros de reparto, Brad Pitt y Margot Robbie, bromeaban (DiCaprio apenas concede entrevistas en solitario, desde 1998 se ha prestado solo a cinco reportajes en profundidad), él contestó “sin comentarios” mirando al suelo. DiCaprio se resiste a ser el meme viral de la semana y se toma tan en serio a sí mismo (“¿Y traer un ser humano a un mundo como este?”, responde cuando le preguntan si quiere ser padre) que el público ha acabado respetándolo. Todo cinéfilo tiene una película distinta en la que se dio cuenta de que DiCaprio es uno de los mejores actores de su generación.

En realidad, su carrera postTitanic solo ha continuado las inquietudes de sus inicios (adolescente maltratado en Vida de este chico, discapacitado mental en ¿A quién ama Gilbert Grape?, drogadicto en Diario de un rebelde) con personajes acorralados, testarudos o enfermos mentales. El proyecto elegido entre aquel centenar de ofertas de 1998, La playa, espantó a los adolescentes que pagaron la entrada buscando una aventura en tonos turquesa y se toparon con un descenso a la locura mediante charlas existencialistas. DiCaprio, por su parte, se llevó a todos sus colegas de vacaciones a Tailandia durante el rodaje a costa del presupuesto de la película.

“Su cara es un campo de batalla de conflictos morales”, admira Martin Scorsese. “Me gusta que no se meta en dos pelis al año”, aplaude Quentin Tarantino, “como Pacino o De Niro en los setenta, hace solo lo que quiere, de modo que si él elige una película el público sabe que será buena”. Gracias a él, proyectos imposibles de vender en los multicines como El lobo de Wall Street o El renacido consiguieron financiación y arrasaron en taquilla plantándole cara a los típicos taquillazos: DiCaprio es el último superviviente de aquella estirpe de estrellas que llevaban a la gente al cine. Por eso su Oscar es el único Oscar que le ha importado al gran público en los últimos 20 años.

Leonardo DiCaprio en una escena de 'La playa', cinta que rodó en Tailandia acompañado por un grupo de colegas a los que invitó a costa del presupuesto de la película. En vídeo, tráiler de la película.

“En persona es educado, encantador, bromista y te mira a los ojos. Y consigue no darte ni una sola pista de su verdadera personalidad”, lamentó una periodista de The Guardian en 2007 tras entrevistarlo durante cinco horas. “Al terminar, Leo se fue a correrse una juerga de nueve horas en la que se gastó 10.000 euros. Y resulta irritante porque ese DiCaprio es mucho más entretenido que el que bebió agua con gas conmigo durante cinco horas”. Él no oculta su estrategia para mantener el control en las entrevistas: “Hablo solo de lo que quiero hablar, no importa cuál sea la pregunta”. En 2016, durante la promoción más intensa de su carrera de cara al Oscar que acabaría ganando por El renacido, le preguntaron por la época de la Leomanía. “¿La qué?”, respondió él fingiendo no conocer el nombre que la prensa dio al fenómeno de su fama global.

Leonardo DiCaprio ha utilizado esa fama para concienciar a la sociedad de la urgencia por actuar cuanto antes para mitigar el cambio climático. Se ha reunido con Barack Obama, con el Papa Francisco y con Vladímir Putin (quien aseguró que Leo es “un hombre de verdad”), ha ejercido como portavoz de Naciones Unidas y ha producido siete documentales. Pero su preocupación, aunque genuina, también le ha venido bien para desactivar preguntas que no le apetece responder. Entre ellas, cualquiera relacionada con Don's Plum, la película amateur que rodó con los Pussy Posse a mediados de los noventa en la que DiCaprio improvisaba frases como “deja de mirarme así o te tiraré una botella a la puta cara, zorra de mierda” ante una chica con lágrimas en los ojos. DiCaprio y Maguire utilizaron sus contactos para bloquear su estreno tras volverse famosos. Sin embargo, la película está hoy disponible en YouTube gracias a su director, que al ser expulsado del Pussy Posse decidió publicarla.

DiCaprio es el actor más taquillero que jamás ha rodado una secuela, la única estrella que no ha hecho cine de superhéroes y 'Origen', su único exitazo aparte de 'Titanic', era una opulenta sesión de psicoterapia

Mientras tanto las historias del otro DiCaprio, el animal de la fiesta, siguen colándose por las grietas de su recatada imagen pública. Tras ganar el Oscar se fue de copas con el Pussy Posse aullando y gritando “¡manada de lobos!” sin parar (el actor niega haber usado nunca la etiqueta de Pussy Posse, que considera “degradante para las mujeres”). Una modelo contó que se acostó con él, que es un vago en la cama y que no dejó de vapear y escuchar música en sus cascos durante el polvo. Y, en un programa de televisión, Jennifer Lopez le envió un mensaje (“me apetece soltarme la melena, ¿alguna sugerencia?”) y él respondió “¿quieres salir de fiesta esta noche, bubu?”.

En los Globos de Oro de 2014, Tina Fey le presentó diciendo: “Y ahora, como si fuéramos la vagina de una top model, démosle una cálida bienvenida a Leonardo DiCaprio”. Él salió al escenario y entregó el premio que le tocaba sin inmutarse. “Siempre les pido a mis amigos que me imiten y nunca son capaces”, lamentaba él por entonces. “Eso me hace sentir muy poco interesante. Mis amigos me consideran insípido”. Un señor insípido que colecciona calaveras de dinosaurios, una de las cuales vendió a Russell Crowe por 30.000 euros durante una borrachera.

Esta estrategia prudente le ha protegido hasta tal punto que, en 2016, Internet se volcó en un clamor para que le dieran el Oscar de una vez por todas al pobre Leonardo DiCaprio. La narrativa de que él estaba deseando ganarlo (solo basada en que elige papeles lucidos, porque él por supuesto respondía siempre con un inocuo “sería un honor ganarlo, pero no depende de mí”) llevó al público a sentir lástima por él cada vez que perdía. Así es. Lástima por un tipo que ha trabajado con los mejores directores de Hollywood, que cobra un mínimo de 20 millones de euros por cada película de arte y ensayo que rueda y que durante aquella fiesta en su yate de Ibiza presumió de asistir a castings del canal adolescente CW para ligarse a aspirantes a actrices de 20 años. Quizá conseguir ser percibido como un hombre aburrido, formal y hasta soso es la mejor interpretación de su carrera. Y su cruzada por el medio ambiente, tan noble como conveniente, tiene más sentido en él que en ninguna otra persona: este planeta es suyo, normal que quiera protegerlo.

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