Flavia Álvarez-Pedrosa: “Podría reciclar viñetas de parejas para hablar de partidos políticos”
La creadora de Flavita Banana, popular por su disección de las relaciones amorosas, ha politizado sus trabajos en el último año
El País que hacemos realiza una serie de artículos sobre quienes añaden arte e ingenio a las páginas del diario: los ilustradores y viñetistas, que someten la realidad a su particular óptica.
Empezó a dibujar como todos, dice, en cuanto le pusieron las herramientas en la mano. Pero en su caso, continuó con la práctica como quien empieza a caminar y ya no para. Flavia Álvarez-Pedrosa (Oviedo, 1987), más conocida por el nombre de su creación, Flavita Banana, se hizo popular en internet, donde compartía viñetas centradas en las relaciones amorosas. Tras más de un año publicando en EL PAÍS, confiesa que se ha alejado un poco de esa temática y se ha politizado, aunque bromea con que podría usar viñetas antiguas para hablar de las relaciones entre partidos políticos.
“Es lo mismo, creemos que nos entendemos hasta que no nos entendemos”, resume la ilustradora sobre la comparativa entre el amor y la política. Comenzó con la primera temática en un intento de llegar “al común denominador de toda la gente, que es el desamor”. Fue labrando un estilo que ella define como “conciso” y “serio”. Una conversación, un libro, una película o una epifanía –asegura que en ocasiones ocurre- prenden la mecha de la idea. Durante días marmita la situación mientras hace la compra, da un paseo o está inmersa en cualquier actividad rutinaria. La va decapando hasta llegar a su “esencia”, lo que la hace graciosa, poética o ácida. Finalmente necesita un escenario, en ocasiones es solo un accesorio para una frase; otras, es el propio chiste.
No siempre ha usado la palabra. Durante su formación en arte, diseño e ilustración se instruyó solo en el dibujo. “No te pueden enseñar a pensar”, justifica. Pero introducirla le ha servido para enriquecer sus viñetas y también para facilitar el humor: “Puedes ser un genio y conseguirlo sin palabras, solo con metáforas visuales, pero es agotador”. Al igual que en el trazo, negro sobre blanco, sencillo, también aquí trabaja con bisturí: persigue que el ojo pueda captar todo el contenido de un solo golpe. Lo que más le gusta de su trabajo es "la libertad", ser su propio baremo de exigencia. Lo ha puesto alto, debe disfrutar de lo que crea, reírse de sus propias ocurrencias.
Comenzó a trabajar para EL PAÍS hace año y medio, tras el fallecimiento de Forges. Recuerda la llamada. Estaba en la cocina, escuchó el teléfono sonar y, aunque odia hablar por teléfono, respondió. "Mantuve la compostura", asevera, hasta que colgó el teléfono y empezó a correr por el pasillo. Ya publicaba en revistas, pero nunca en un diario de tirada nacional, en una sección genérica como Ideas y que además era impresa. Era su gran objetivo. "Me compensa cualquier red o internet".
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