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Columna
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El planeta de los zafios

Más de 140.000 pajitas de plástico ha vendido la campaña de Donald Trump para las presidenciales de 2020 en los últimos días

Cristina Manzano
La pajita plástica de la campaña de Donald Trump. https://shop.donaldjtrump.com/
La pajita plástica de la campaña de Donald Trump. https://shop.donaldjtrump.com/

Más de 140.000 pajitas de plástico ha vendido la campaña de Donald Trump para las presidenciales de 2020 en los últimos días. Es la respuesta a las “pajitas liberales de papel” que, según ellos, no funcionan. Un miembro de su equipo incluso reclamó en Twitter “hacer las pajitas grandes otra vez”. Aunque sea anecdótico, un nuevo alarde de zafiedad del presidente y los suyos.

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Porque una de las muchas brechas que se dan hoy en nuestras sociedades es la de aquellos que asumen la emergencia climática y tratan de vivir dejando la menor huella ecológica posible, y la de los que siguen pensando —y actuando— como si el planeta no tuviera límites. Los primeros se aferran (nos aferramos) a todo lo que pueda mitigar nuestro impacto y nuestras conciencias. Reciclando todo lo reciclable, desechando como apestados los plásticos de un solo uso —no solo las pajitas, por supuesto—, consumiendo la menor energía posible, eliminando —o con intención de hacerlo— la carne de la dieta, utilizando transporte público e intentando pasarnos a lo eléctrico, pensando dos veces si de verdad es necesario tomar ese avión, rebuscando en tiendas de segunda mano y a granel, favoreciendo el comercio local, tratando el agua como si fuera oro líquido…

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Para los segundos, eso no es más que postureo. Forma parte del decálogo de buenas prácticas de un progresismo trasnochado que atenta contra el progreso auténtico. También están los que, frente a quienes dibujan horizontes apocalípticos de destrucción natural y conflictos, hacen caso omiso y depositan ciegamente su fe en que la ciencia y la tecnología lo acabarán resolviendo todo. Es un duelo entre la responsabilidad individual y la comodidad, entre la innovación y la ideología.

Pero por muy convencida que una esté de la urgencia, es duro cargarse el peso del planeta sobre los hombros, mientras tanto alrededor parece girar en sentido contrario. Es obvio que ante la envergadura del desafío, la actitud individual, si bien necesaria, no es suficiente. Las políticas públicas deben apoyar, fomentar, transformar, educar… Cambiar mentalidades y actitudes lleva mucho tiempo, por inercia, por pereza, por intereses; sobre todo por intereses.

En su último informe, Come on! Capitalismo, cortoplacismo y destrucción del planeta, el Club de Roma —la organización que primero alertó sobre los límites planetarios del crecimiento—, aboga por una nueva Ilustración. Una revolución para nuestra civilización que recupere el equilibrio entre el individuo y la comunidad, que incorpore las tradiciones de otras civilizaciones que han sabido vivir en armonía con la Tierra. Y, al mismo tiempo, recoge iniciativas desde los campos de la economía, la energía, o el urbanismo que están ya abordando la emergencia. Porque, parafraseando una campaña publicitaria de mi infancia: “Aunque usted pueda pagarlo, el planeta no puede”.

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