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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado
LITERATURA AFRICANA

Repensar las identidades: el reto que nos propone Kwame Anthony Appiah

El libro 'Las mentiras que nos unen' invita a más de una reflexión sobre quiénes somos, una cuestión central y muy viva en el mundo global

Una mujer luce tela kente, típica de Ghana.
Una mujer luce tela kente, típica de Ghana.PIXABAY
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¿Nos preguntamos quiénes somos? o ¿preferimos continuar el camino sin reflexionar ni cuestionarnos nada? ¿Practicamos lo de “pensar por uno mismo”? o ¿nos dejamos guiar por ideas prestablecidas? ¿Qué hay de cierto en lo que creemos que nos une a “los nuestros”?... y, más allá, ¿quiénes son “los nuestros”?

Detrás de todas estas cuestiones se encuentra la necesidad de replantear lo que nos configura, sacarlo fuera y poner en tela de juicio las identidades que nos definen tras engañosos estereotipos, generalizaciones y categorías inmutables que hemos ido asumiendo en torno a la religión, la nación, la raza, la clase y la cultura. Las etiquetas nos construyen y Kwame Anthony Appiah conoce la dificultad de liberarse de ellas, pero al mismo tiempo asume que no podemos prescindir de las identidades, ya que a pesar de todo, sirven para unirnos.

El filósofo angloghanés nos habla de ello en su libro, recientemente traducido a castellano, que lleva por título precisamente: Las mentiras que nos unen (Ed.Taurus, 2019). Una obra que parte de una realidad; situados ya en el siglo XXI seguimos guiándonos por formas del pensamiento del siglo XX. En este sentido, analiza la cuestión identitaria, un eje en torno al que, sobre todo hoy en día, giran debates, opiniones y controversias. Para Appiah, tal y como se lee en su obra, es hora de comprender que caemos en un error al “dar por hecho que en el corazón de cada identidad residen unas similitudes profundas que vinculan a todas las personas que comparten dicha identidad”.

Los afrocentristas no siempre han sido clarividentes a la hora de decidir si la cultura occidental era una carga o un premio

Para deshacer la creencia anterior, el pensador, de manera muy amena, utilizando múltiples vivencias de su ámbito familiar y suyo propio, entre su Ghana natal e Inglaterra, y con abundantes y eruditas referencias históricas y literarias, dedica un capítulo a cada uno de los cinco aspectos mencionados más arriba. A ellos añade el género y la orientación sexual. Todos como orígenes de identidades que es necesario empezar a reformar.

En concreto, resaltamos el penúltimo capítulo, sobre la cultura como fuente de identidad y sus reflexiones “sobre la posibilidad de la existencia de una identidad ‘occidental’”, dando algunas claves de lo que en el mismo expone.

En este sentido, analiza una genealogía que va desde la idea inicial de “cristiandad” reemplazada por la de “Europa” (resalta que la primera vez que se usó como identificador de un tipo de personas -europeos- fue por contraste entre cristianos y musulmanes) para acabar desembocando en “Occidente”. Pero Appiah señala que aunque “la división entre Occidente y el islam tuvo su origen en un conflicto religioso, no se ha de entender que todo aquello que se refiere a la civilización occidental sea cristiano”.

Entre los lugares comunes sobresale aquel que incide en cómo la cultura griega se transmitió, a través de Roma, a la Europa Occidental de la Edad Media. Pero lo anterior se agrieta al hilo de los datos históricos, en el sentido de que la herencia clásica de la cultura griega y romana “también la compartieron los sabios musulmanes”.

Para plasmar lo anterior, el filósofo propone un relato, el de la pepita de oro que presenta la cultura occidental como una esencia que ha ido pasando de mano en mano a través del tiempo mostrando una continuidad. Una vez más el filósofo demuestra el error de esta apreciación. En realidad, lo que se hereda es una etiqueta cuyos legados van cambiando, perdiéndose o intercambiándose con otros.

Y retomando la idea de que “la afirmación de una identidad se produce siempre por contraste u oposición”, se adentra en otro ámbito, el africano. Aquí es cuando Appiah mantiene que en su batalla contra la ideología victoriana del ‘eurocentrismo’, "algunos se han convertido en abanderados del ‘afrocentrismo”. Sin embargo, continúa, los afrocentristas no siempre han sido clarividentes a la hora de decidir si la cultura occidental era una carga o un premio. Así, escribe sobre Cheikh Anta Diop, quien afirma dejó en muchos de sus seguidores conclusiones incómodas: “Si Occidente fue engendrado por Grecia, y esta a su vez había sido engendrada por Egipto, ¿no tendrían que asumir las personas de raza negra la responsabilidad moral de su legado etnocéntrico?”. El “afrocentrismo” se mira en el mismo espejo que el “eurocentrismo”: ambos necesitan una esencia unificadora.

Para finalizar, desde la visión de que casi todas las prácticas culturales son, entre otras cosas, mudables y producto de la mezcla, Appiah invita a disfrutar de lo mejor de cada tradición y a compartirlo con los demás, afirmando que deberíamos de evitar el uso del término “apropiación cultural” de manera acusatoria (el diagnóstico debería ser otro: se puede tratar de faltas de respeto o, directamente, explotación). “El verdadero problema no es que sea difícil decidir a quién pertenece la cultura; es que la idea misma de propiedad constituye un modelo equivocado”, se lee en el libro. Como ejemplo pone el origen de la tela kente. Este rico tejido característico del pueblo ashanti de Ghana, del que el pensador procede por parte de padre, se hizo en un primer momento con hilo de seda importado de Oriente, y además los primeros en hacerlo fueron los de otro pueblo, el de Bonwire. De esto modo, “Los supuestos propietarios pueden ser, a su vez, apropiadores”, concluye.

Cierra el libro con un breve capítulo en el que ahonda en la idea de que las identidades nos constriñen. No es cierto, afirma, que podamos elegirlas con libertad. Pero lo que sí podemos hacer es trabajarlas con los demás. Esta frase de Terencio, “Soy humano, nada de lo humano me es extraño”, es para Appiah “una identidad que debería unirnos a todos y a todas”.

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