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Columna
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Partidismo evolutivo

Definir al propio grupo como amenazado reporta una ventaja competitiva: refuerza los propios argumentos, activa la cohesión y moviliza apoyos

Jorge Galindo
Evolución del hombre desde el hombre de las cavernas hasta el robot explosivo.
Evolución del hombre desde el hombre de las cavernas hasta el robot explosivo.GETTYIMAGES

La evolución no nos dio la razón para descubrir la verdad, sino para vencer mejor a nuestros oponentes. Funcionó: el homo sapiens compitió por la hegemonía mundial con otro puñado de especies hasta lograrla gracias a nuestra inteligencia. Entonces empezamos a utilizarla contra nosotros mismos. O, mejor dicho, contra aquellos que no pertenecían a nuestro grupo.

Desde ahí, nuestra historia ha seguido dos caminos paralelos hasta el día de hoy. En uno, la tecnología (también la institucional) nos ayuda a superar retos conjuntos y a mejorar aún más nuestra posición global. En el otro, grupos luchan entre sí por ver quién capitaliza una mayor parte de esa mejora. En este segundo camino el objetivo evolutivo de la razón es asegurar la supervivencia y, si se puede, progresar. Siempre en conflicto de intereses y perspectivas con otros de nuestra misma especie que identificamos como distintos, como enemigos.

En consecuencia, definir al propio grupo como amenazado reporta una ventaja competitiva: refuerza los propios argumentos, activa la cohesión y moviliza apoyos. No es que despierte a nuestro animal irracional, sino que confirma el uso defensivo primigenio que mantiene nuestra capacidad de razonar.

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Las democracias pluralistas están equipadas con instituciones que permiten atemperar el temor por nuestra integridad y la de nuestros intereses. Pero evolutivamente nuestra razón sigue anclada en la supervivencia del grupo. Por eso todo colectivo político tiene incentivos para definirse a sí mismo como minoría. En algunos casos la definición es irrefutable: basta con observar la discriminación y el desigual reparto del poder. Pero en otros casos la evidencia es cuestionable o inexistente.

Por ejemplo: la estrategia de la nueva derecha occidental se basa en definirse a sí misma como minoría en situación de exclusión. Aspira a sentirse víctima para activar su razón partidista. Así, cualquier hecho que pueda servir para confirmar su hipótesis (carente de ejemplos de peso) en el seno del grupo será bienvenido. La tarea del espectro liberal-progresista es aquí compleja: consiste en mantenerse unidos por encima de las demandas del partidismo evolutivo, para asegurar la defensa de la protección de colectivos vulnerables conseguida hasta el momento. Ensanchando así en lo posible la coalición que la sustenta, pero impidiendo que otros aprovechen la defensa para retratarse a sí mismos como una nueva minoría. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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