Los plásticos que nos rodean se clasifican con siete números. Esas cifras, que se pueden ver en algunos productos, corresponden a las características del polímero y no al nivel de peligrosidad. Todos dañan el medio ambiente porque se necesita demasiada energía para su fabricación y ninguno es 100% biodegradable. Por ahora, no hay maneras de destruir este material a un coste asequible o sin consecuencias negativas. Los expertos en tratamiento de residuos afirman que el principal problema es que se pierden demasiados plásticos por la tierra y no se recupera todo lo que genera el mercado. Actualmente, en España los dos únicos plásticos que se reciclan son el de la botella de agua de un solo uso (PET), y el polietileno de alta densidad (por ejemplo el de un bote de detergente). El resto se recupera, se transforma en granza (trozos muy pequeños de plástico) y se envía esa materia prima a Asia.
La producción del plástico crece desde los años 50 de manera exponencial pero su tratamiento está sobrepasando a su creador, el humano. La mano del hombre ha fabricado un material con propiedades muy útiles que, por ahora, supone un desafío para la salud y para el planeta. Se consume más plástico del que se puede tratar y controlar. Según los análisis de la Clínica Internacional de Medicina Biológica y de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos, algunos plásticos pueden ser peligrosos e incluso mortales en caso de ingerirlos.