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Columna
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Querencias argentinas

Lo pobres, primero. Pero los pobres exigen una inversión social viable para dejar de serlo y para que la campanuda trasformación nacional no desaparezca por el sumidero del desencanto

Juan Jesús Aznárez
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, este lunes durante su rueda de prensa matutina, en Palacio Nacional, en Ciudad de México (México).
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, este lunes durante su rueda de prensa matutina, en Palacio Nacional, en Ciudad de México (México). Mario Guzmán (EFE)

Pese a haber trabajado a sus órdenes en dos Gobiernos, el dimisionario ministro de Hacienda Carlos Urzúa nunca entendió que su presidente pretenda la Cuarta Transformación de México emparentando con Benito Juárez y sus leyes de reforma y con los revolucionarios contra el porfiriato. Si hubiera entendido el cosmos de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), no habría perdido el tiempo tratando de hacer de México un país más justo y previsible para generar confianza. AMLO es un gallo que no quiere un sexenio de correcciones, sino de transformaciones históricas, enmendando la Constitución o esquivándola.

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Tratando de no ahuyentar, sustituyó al titular de Finanzas por el continuador Arturo Herrera, que seguramente habrá entendido que su misión no es imitar a Urzúa, sino interpretar las visiones del presidente y de quienes mecen la cuna en Los Pinos y en la coalición gubernamental. Convencer al jefe de que los sueños sueños son será tan difícil como modernizar México extirpando inmoralidades graníticas o amigando a Keynes con Hayek.

Previsiblemente, ni podrá liquidar el corporativismo, ni el capitalismo de cuates que denuncia y reemplaza por otro de cuates ideológicamente afectos. La avenencia de los poderosos fue rentable para todos menos para la democracia. Funcionó con el PRI, el PAN y ahora con Morena. El 70% de los últimos contratos federales se han asignado sin licitaciones. AMLO tiene el sincero propósito de rescatar a los millones de compatriotas orillados. Intentará conseguirlo trasgrediendo mandamientos de la ortodoxia neoliberal, revisando a la baja el catecismo de la desregulación, la privatización de empresas estatales, la flexibilización de las relaciones laborales y la reducción del gasto público.

Pero no obtendrá la peana de los próceres sometiendo a su voluntad al nuevo ministro, ni copiando al doctrinario Axel Kicillof, exministro de Hacienda en Argentina y referente del kirchnerismo, recibido por Morena como un heraldo del progresismo, cuando su desempeño ministerial fue lamentable. La retórica academicista y el kilo de tomates no siempre son compatibles.

El intelectual peronista pretendió el crecimiento con inclusión social y se fue vapuleado por los conflictos, tras agotar las reservas del Banco Central, disparar el déficit fiscal y causar graves desequilibrios. No aprobó ajustes imprescindibles porque perjudicaban las ambiciones políticas de Cristina Fernández. Kicillof, diseñador de la expropiación de la petrolera YPF, adquirida en 1999 por Repsol, coincide con AMLO en que la economía puede gestionarse desde la perspectiva de las clases dominantes o de los trabajadores. Los pobres primero exige una inversión social para dejar de serlo y para que la transformación nacional prometida no desaparezca por el sumidero del desencanto, como posiblemente ocurra si se imponen el populismo y las ínfulas.

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