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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pedro y Pablo: la ‘vendetta’

Los líderes de la izquierda malogran el acuerdo de investidura en un ajuste de cuentas infantil

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en la reunión que mantuvieron el pasado 9 de julio. En vídeo: los dardos de Sánchez a Iglesias en la Cadena Ser.Vídeo: ULY MARTIN

Ni socio preferente, ni Gobierno de coalición, ni Gobierno de cooperación. La ruptura de las relaciones entre Sánchez e Iglesias, artífices de un ajuste de cuentas infantil, convierte en una parodia la ceremonia investidura de la semana que viene y precipita la solución temeraria de las elecciones generales.

Correspondía al presidente en funciones esmerarse en el consenso parlamentario, pero la pasividad y la frivolidad de Sánchez se han añadido a la artera maniobra plebiscitaria de Iglesias. Ha recurrido a las bases para blindar su postura negociadora. Y ha expuesto una consulta dirigida y condicionada cuyo desenlace, el jueves, carece de toda emoción: entrar en el Consejo de Ministros por derecho, o regalar la investidura a Sánchez.

Iglesias amortigua su responsabilidad en el éter de la voluntad popular, mientras que Sánchez se desquita de la presión aludiendo a las antiguas cuitas personales. La entrevista concedida a la SER evocaba esta mañana el trance en que Iglesias malogró la investidura en 2016.

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Quiere decirse que el asesino ha vuelto al lugar del crimen. Y que Pedro quiere endosarle a Pablo la responsabilidad del bloqueo, pero no resulta demasiado convincente la estrategia de la demonización. Ni siquiera cuando se describe a Iglesias desde Moncloa como un peligro de Estado en la gestión de la crisis catalana, en la política económica o en las relaciones comunitarias.

Unidas Podemos es el mismo partido que ha pactado con el PSOE los Gobiernos de Valencia, de Baleares y de Canarias. Ha obtenido ministerios (consejerías) en todos ellos. Y ha servido para consolidar el poder territorial del Partido Socialista, razones todas ellas que contradicen la aversión sobreactuada a un pacto nacional.

Sánchez pretende gobernar solo, pero no se lo puede permitir con 123 diputados, de tal forma que ha convertido el reloj —12 semanas de marianismo taoísta— y los sondeos en las armas de coacción y de humillación a Pablo Iglesias: las urnas serían un suicidio político de Podemos, más todavía si Errejón irrumpe en las próximas elecciones como alternativa sanadora.

Iglesias no se encuentra en condiciones de rectificar un milímetro porque tiene que acatar el referéndum teledirigido a las bases. Y Sánchez ha demostrado esta mañana que no piensa alojar los submarinos de Podemos en el gabinete ministerial. La única manera de evitar las elecciones consistiría en una iniciativa filantrópica de la derecha, pero el presidente en funciones no ha hecho otra cosa que disuadirla, tanto por los pactos autonómicos en clave nacionalista como por la relación especulativa que ha adquirido con Bildu en Navarra.

No va a renunciar Rivera al dogma del antisanchismo ni desagradan a Pablo Casado unas elecciones anticipadas. Las inercias benefician la remontada de los populares a expensas de Vox, así es que Sánchez no podrá recurrir el 10 de noviembre al monstruo ecuestre de la extrema derecha como argumento aglutinador y movilizador de la izquierda. Y deberá asumir que el abuso de las urnas tendrá que pagarlo quien subordinó la responsabilidad del estadista al interés particular.

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