Seis cosas sencillas que pueden hacer los hombres este verano para que las mujeres sean un poco más felices
Son cambios simples que deben hacer ellos y así dar un pasito más para lograr una sociedad igualitaria. Empezando por la temperatura del aire acondicionado
Son gestos muy simples, pequeños cambios casi imperceptibles que se pueden realizar sin que supongan un gran esfuerzo, pero se conseguirá hacer las cosas más fáciles a la mitad de la humanidad. El verano puede ser época de relax y esparcimiento para todos, así que no pasa nada si el hombre revisa sus privilegios (recordemos: vivimos en una sociedad machista) y pregunta a las mujeres que le rodean cómo pueden facilitarles las cosas o, al menos, dejar de hacérselas más difíciles.
1. Regular el aire acondicionado
La popularización de una visión feminista de la vida y sus milagros ha traído consigo el darse cuenta de que hasta en las cosas más pequeñas puede manifestarse también un sesgo de género. Así ocurre desde hace unos cuantos veranos, cuando con la llegada del calor muchas mujeres se quejan de que, en general, el aire acondicionado de oficinas y puestos de trabajo se regula a las temperaturas que prefieren los hombres, pero que resultan demasiado bajas para las mujeres. Esto no es solo una percepción de particulares: ha sido confirmado por un estudio de la revista Nature Climate –explicado aquí por The New York Times– que prueba que los hombres prefieren trabajar a 22 grados mientras que las mujeres son más sensibles al frío y están más cómodas, por motivos metabólicos y fisiológicos, con una temperatura de 25. A esto se suma que en Estados Unidos la regulación de los termostatos viene marcada por un protocolo establecido en los 60 y pensado para un empleado estándar, que entonces era un varón de 40 años, 70 kilos y vestido con traje y corbata. Esto no se aplica en España, donde el Ministerio de Trabajo establece que en verano la temperatura debe ser entre los 23 y 25 grados. Entonces: si en la oficina/cine/medio de transporte la mitad de los usuarios o empleados están a disgusto, ¿qué tal si se llega a un consenso y no se establece por defecto la temperatura que, estadísticamente, es del gusto solo de los hombres?
2. Poner más baños para mujeres en los conciertos y festivales
Ocurre durante todo el año: largas colas en los lavabos femeninos mientras que en los destinados a hombres puede pasarse sin guardar turno. Pero, en verano, con la proliferación de conciertos y actividades lúdicas, esto se hace mucho más patente. “La cuestión de tener que encerrarse para poder orinar hace que el tiempo mínimo que se pasa en un baño sea de 3 minutos, contra los 30 segundos que tarda un hombre en hacer aguas menores”, nos explica Patricia Escalona, autora de Juegos reunidos feministas. “Como pasa muy a menudo, el hecho de que sea un tema que nos afecta a nosotras solamente hace que el interés y la imaginación aplicada a cómo solucionar este tema haya sido mínimo. Si tardamos más, es nuestro problema”, añade Escalona. Para solucionarlo bastaría con que, como en muchos festivales, los baños fuesen unisex o, en lugares como estadios, plazas de toros o palacios de congresos, se destinasen más baños a mujeres, aunque siquiera fuese de forma provisional.
3. No te despatarres en aviones, trenes, autobuses ni coches compartidos
Esta inconveniencia del manspreading (o despatarre) se da durante todo el año, pero el verano, con su trajín de medios de transporte hacia los viajes y destinos vacacionales, lo hace mucho más patente y habitual. Para algunos es una tontería y otros niegan incluso su existencia, pero para cualquiera acostumbrado a compartir espacio con hombres –ya sea en metro, tren, coche u otro tipo de transporte público o privado- el que los hombres puedan abrir las piernas incomodando a los que les rodean es solo una muestra más de cómo viven con el privilegio de ocupar el espacio de la forma más expansiva posible.
4. Asumir que el 'topless' no es para tu deleite
El descenso del topless en las playas españolas es una realidad compleja que se ha intentado explicar con motivos como una mayor conciencia sobre el cáncer de piel, un cambio en la consideración del pecho al aire como un gesto de libertad y emancipación para volver a ser algo sexualizado en cualquier contexto y el miedo a que el antiguo mirón esté ahora pertrechado con un móvil con cámara y los pechos femeninos acaben ahora, sin desearlo, en redes sociales o grupos de guasap de desconocidos. “Es obvio que el hecho de que las mujeres no podamos estar tranquilas enseñando nuestro cuerpo tiene que ver con la objetivización y con la hipersexualización de nuestros cuerpos”, responde Patricia Escalona. “¡Soy una firme defensora de liberar nuestros pezones! (Con protección solar, claro está)”, añade.
5. No dar por supuesto que en las barbacoas ellos se encargan del fuego y las brasas y ellas ponen la mesa y aliñan la ensalada
Ocurre todos los veranos. En familias y grupos de amigos en los que la persona encargada de la cocina a diario es una mujer, cuando llega el momento de montar una barbacoa o parrillada, la responsabilidad recae en el hombre por defecto. Ellas, si acaso, se encargan de todo lo demás –incluido poner la mesa y recogerla–. Es algo similar a lo que ocurría con las paellas de forma tradicional en Valencia, que aunque fuese la mujer la encargada de alimentar a todos los concurrentes, la paella del domingo, la comida importante, la festiva, la de celebración, era cosa de hombres –por lo que tiene también de tratar con fuego y brasas–, y él se llevaba los aplausos y felicitaciones por hacer algo que el resto del tiempo realiza la mujer sin ningún tipo de reconocimiento.
6. No están ligando, están trabajando
Otras de esas conductas que se repiten durante el año, pero que en verano se exacerba al multiplicarse las situaciones en las que una mayoría de gente está en un contexto de ocio y jolgorio y hay una mujer que está trabajando. Les sucede a socorristas o camareras de chiringuitos playeros, personal que trabaja en festivales, reporteras que cubren fiestas populares... Ellas intentan hacer su trabajo y se encuentran con que no se las toma en serio, se las menosprecia o se da por supuesto que su actitud amable y solícita es una invitación a ligar, con el agravante de que la aludida no puede resultar tajante por no parecer maleducada o borde y molestar al cliente. “La exposición pública de las mujeres tiene ese peligro. No debería, está mal, hay que cambiarlo, pero lo tiene”, responde la autora de Juegos reunidos feministas. Y añade: “La amabilidad se confunde con flirteo y se pueden desencadenar situaciones muy desagradables. Es otra más de las patas del machismo intrínseco de la sociedad en que vivimos, en la que se respeta menos el trabajo de una mujer y muchos se sienten con la potestad otorgada de tomarse unas confianzas que no tocan. O cuestionarlas porque saben que difícilmente ellas van a contestarles o llevarles la contraria”.
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