¿Puede un escritor genial odiar todos sus libros? Si eres John Banville, sí
Al novelista irlandés le parece bien que cualquiera lea sus obras, siempre que ese cualquiera no sea él
La tentación que se barrunta a medida que la entrevista se convierte en conversación y el encuentro en comida (con una botella de vino blanco, vicio confeso del autor) es apropiarse de cada palabra de John Banville y convertir las respuestas en preguntas. Para que sea el periodista quien mente a Joyce, Auden, Becket o James y el que saque punta a docenas de referencias que el irlandés (Wexford, 1945) mastica como si se tratara de un aperitivo al que llegas con hambre. John Banville ha ganado todos los premios habidos y por haber, incluido el más prestigioso de todos: el Booker.
Se le considera un tipo duro, poco amigo de convencionalismos, charleta de ascensor y palmaditas en la espalda. “La obligación de los críticos, de las personas que se dedican a hablar de literatura, es impulsar a sus lectores a seguir leyendo, a seguir viendo buenas películas, a seguir escuchando buena música. Algunas personas quieren hacernos creer que todo debe ser rebajado, que la cultura debe atarse a un común denominador de perfil bajo, y hay que plantar cara a eso, lo que obliga a ser valiente. No es sencillo poseer ese sentido del deber”, dice Banville con las manos sobrevolando la mesa. “Si el poder político hubiera plantado cara a la Iglesia en Irlanda, las cosas habrían sido muy distintas, pero les dejaron hacerse con todo y bastaba un sermón para vetar algo de por vida”.
"Los odio, los acabo y los odio. Ninguno me parece bueno. Una vez que los termino ya no son míos, no me pertenecen y no son problema mío"
El irlandés, que de su pueblo pasó a Dublín y que siempre ha sido un europeísta feroz, se encuentra en Barcelona para presentar el nuevo trabajo de su álter ego Benjamin Black, Los lobos de Praga (Alfaguara Negra). “Somos dos escritores distintos, no sé si vamos a encontrarnos alguna vez”, afirma con la dosis de sorna del que se sabe un veterano de la guerra contra la página en blanco. “¿Cómo empiezo? Con un nombre, un buen nombre. Una vez que tengo eso, lo demás es sencillo. Y el primer párrafo, porque le dice al lector todo lo que debe saber. Con esas dos cosas, puedo aspirar a escribir un libro”. En Los lobos de Praga, Banville (o Black) se las ingenia para construir una Praga que no aparece en los libros de historia, pero que parece más real que la Praga de verdad: “No soy historiador y tampoco lo he pretendido. La imaginación es un arma lo suficientemente poderosa y me basta con ella, pero agradezco el cumplido”, responde cuando se loa su capacidad para transportar al lector a un lugar que solo existe en algún recodo de su cabeza.
Anglófilo de pro, Banville nunca se ha cansado de desglosar las dificultades que entraña casar las virtudes del idioma de su niñez (“el irlandés, en el que no tenemos una palabra para decir ‘no’, un hablar dulce y esquivo”) con el inglés. Tampoco elude la espinosa cuestión que ocupa a muchos británicos desde hace meses: “Nos han metido en un buen embrollo. Yo me considero europeo, un anglófilo europeísta. Los europeos son nuestros aliados y el Brexit es un desastre. Un desastre que será incluso peor si llegan hasta el final. Deberían hacer como hacemos en Irlanda: si nos equivocamos votando, volvemos a votar. Y así hasta que sale lo que queremos [ríe]”.
"El Brexit es un desastre. Deberían hacer como hacemos en Irlanda: si nos equivocamos votando, volvemos a votar hasta que sale lo que queremos”
A Banville, que posee un malvado sentido del humor a medio camino entre los Monty Python y la Santa Inquisición, no le gusta ninguno de sus libros y tiene razones poderosas para decir lo que dice: “Los odio, los acabo y los odio. Ninguno me parece bueno. Una vez que los termino ya no son míos, no me pertenecen y no son problema mío. Me parece bien que cualquiera los lea, siempre que ese cualquiera no sea yo”, apunta el escritor y crítico ocasional.
Antes de recuperar su abrigo y apurar su vino, Banville advierte sobre eso de inspirarse en hechos reales para escribir una novela: “Hay historias que son demasiado buenas para convertirse en ficción. Precisamente por eso: porque son demasiado buenas. A esas historias hay que dejarlas en paz”.
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