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Columna
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Anis del Mono

El Estado vaticano ha emprendido una empresa neocreacionista en Madrid, en lo que era Madrid Central

Jorge M. Reverte
 Ambiente en el desfile del Orgullo Gay, el pasado sábado en Madrid.
Ambiente en el desfile del Orgullo Gay, el pasado sábado en Madrid. JAIME VILLANUEVA

El Anís del Mono representó durante muchos años en España el empuje, o la resistencia, según fueran las cosas, frente a la reacción, al salvajismo de la derecha, la sinrazón del clero. Era un guiño a la ilustración, con su mono con la cara de Darwin, para luchar contra el creacionismo.

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Hoy, el Estado vaticano ha emprendido una empresa neocreacionista en Madrid, en lo que era Madrid Central. El embajador del poderoso Estado católico abrió el fuego hablando de la tumba de Franco. Pero se trataba solo del principio: un montón de humildes parroquias abrirán en los próximos días fuego contra el régimen constitucional. Van a empezar hablando de los derechos del colectivo LGTBI. Contra lo que parece, sin embargo, hay un argumento muy serio que ya exhiben los militantes del Día del Orgullo: el movimiento no supone el desorden sexual contra el que claman tantos párrocos, sino justamente lo contrario: el orden de cada inicial de las que forman el acrónimo, frente al desorden universal de los negacionistas.

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Hay una parroquia en Madrid Central que parece querer hacerse con el liderazgo de este pío movimiento: San Ildefonso, que a golpe de campana obedece las consignas del Vaticano y de José Luis Martínez-Almeida, el nuevo alcalde.

Bajo la bandera del Vaticano, y ondeando a la vez la nacional, se toca a rebato contra gais y otros desórdenes, y a favor de la contaminación disparada contra ancianos, niños y demás especies en peligro. Al nuevo alcalde y al párroco de casi siempre no les va a temblar el pulso frente a la enorme marea de gais, ecologistas y vecinos en general que reclaman sus derechos a vivir como deseen y a respirar con menos humos y menos ruidos.

Los índices de contaminación son fáciles de medir. Y está claro que han pegado un bajonazo con Madrid Central. La felicidad de los sujetos que escogen su pareja, o quizás no tenerla, con las reglas de la libertad, es más difícil de medir, pero las caras de quienes van orgullosos hoy no engañan. Liquidar Madrid Central no es un acto político, sino una odiosa majadería propia de los que hasta hace pocos años nos destrozaban la vida a todos desde muchos púlpitos religiosos o seglares.

En los días próximos, la orgullosa marea musculada dejará Madrid, y muchos nos sentiremos desamparados. Nos quedará una botella del Mono, aunque no nos guste el anís.

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